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La corrupción, la clave
A

MLO inició su campaña presidencial hablando de la corrupción; dijo siempre que era el peor problema de México y no paró de hablar de ese tema; afirmó en línea continua que no era en absoluto un asunto cultural, como lo había expresado Peña Nieto, sino una pudridera de los de arriba. Quizá poco se ha intentado en pos de un estudio macizo sobre la corrupción mexicana, más allá de lo recopilado por la Wiki, pero seguramente una mayoría de mexicanos supieron siempre de esta corrupción del poder sin medida ni silencio; siempre vuelta más y más ostensible hasta figurar como el espantoso vestido cotidiano de los hombres del panpriísmo.

La palabra corrupción se volvió, desde hace mucho tiempo, el eje en torno del cual Andrés Manuel tejió por lustros un relato que, en esa tenaz expedición política por todos los municipios mexicanos, alcanzó un encuentro enjundioso con una población repleta de hartazgo. El discurso del tabasqueño se hizo cada vez más sentido común en los de abajo, y en eso sigue; la conexión con las masas, contemporáneamente, se volvía también el último suceso que precipitaba una crisis de ruptura abierta entre las élites del panpriísmo. Por eso ocurre lo que ocurre; caiga el sol por donde quiera, AMLO aparece blindado sumando voluntades a su causa, que es la causa de los más. Así obra un relato que habla para una gran parte de la sociedad. Inútil creer que un golpe de efecto puede cambiar el rumbo: los ignorantes de siempre ahora votarán por el necio.

La corrupción es el tema de la agenda. Es materia obvia y sin mayores complejidades; lo hicieron un asunto cargado de dinamita las masas, esta vez resueltas a no tolerarla más. Tanto así que sus adversarios debieron colgarse de la corrupción y señalarla, hasta volverse el gran tema del tercer debate. Ahí, Andrés Manuel estaba en su elemento, habiendo puesto el tema como ineludible; sus adversarios, como si no tuvieran nada que ver con una corrupción que los atenaza, y contra su voluntad profunda, debieron nombrarla y haciendo contorsiones tergiversarla, para lanzarla contra su oponente puntero. Patético. La despedida del tercer debate también mostró las cosas: un Andrés Manuel tranquilo, y totalmente convincente; los otros dos candidatos, volátiles, vacíos, ­artificiales.

Con especial resolución y arrestos, el moderador Carlos Puig, una y otra vez apremiaba a AMLO para que dijera cómo y cuánto sería el aumento de impuestos, por cuanto no es posible, dijo Puig, hacer lo que AMLO pretende, sin ese aumento. Pero, ¿ha oído Puig a alguien en campaña política hablar de alzas en los impuestos? Y, de otra parte, mire que, si alguien habló de hacer cosas con borbotones de números, ese fue Meade. Pero Puig no encontró pertinente preguntarle lo mismo: ¿y los impuestos? ¿de a cómo serán las subidas? Está claro que el Puig del debate no creía seriamente que el candidato de Morena hablaría de subidas de impuestos: Puig lo que quería desvelar es a un Andrés Manuel diciendo tonterías, según él lo entiende y muchos otros como los elegantes Krauzes, o los chabacanos Zuckermanns.

Hemos oído y leído, en tertulias televisivas, y en los diarios de todas partes, que el candidato de Morena, ni en campaña, ni en debates, hace propuestas serias. Es falso. Cuando ha sido invitado a foros de banqueros o empresarios asociados, por ejemplo, de eso se ha tratado: de sus propuestas. Es cierto que tales personajes no oyen las ideas de programa que ellos quisieran oír, ni en calidad, ni en número; seguramente. Pero esas son sus propuestas, aunque seguramente no son todas las que tiene en el portafolios.

Fuera de esos foros, ¿no es obvio que no se trata de propuestas? La creación de un líder surge de una fuerza que pasa por el sistema límbico (cerebro emocional) de cada uno de quienes forman muchedumbres; esa fuerza apenas roza el neocórtex (parte del cerebro de evolución filogenética más reciente: el cerebro racional) y aparece en todos los poros de cada mitinero en un estallido de emociones. ¿Propuestas? No, se trata de la relación simbiótica entre el dirigente y las masas: en las grandes concentraciones humanas, o en la tv, cuando es observado por cientos de miles, o por millones. Meade no lo sa­be en lo absoluto; el patrañero Anaya sabe hacer TED talks, y las cosas están como están.

En el imaginario de las masas, AMLO aparece mil veces como Superamlo; sin percatarse las masas que esa fuerza imaginada reside en ellas mismas (sólo el pueblo puede salvar al pueblo). Por eso es menester que en su momento y desde el gobierno, las grandes realizaciones que efectúe Andrés Manuel lleven consigo el mensaje de ­lo que puede hacer un pueblo moviliza­do que ha encontrado un nosotros que disgusta tanto a quienes quisiera ver una sociedad de ciudadanos plenamente autónomos. El capitalismo no puede, en un espacio como México, crear economías autosustentables, ni ciudadanos plenos. Un tiempo para los excluidos de la historia parece estar llegando.