Están todos ustedes en mi corazón, dijo el director artístico; miles de personas siguieron el recital en vivo
Jueves 21 de junio de 2018, p. a12
Con la Filarmónica de Berlín, dijo anoche sir Simon Rattle, ‘‘encontré el espíritu del sonido”.
Había marcado ya la última anacrusa, el final de la Sexta Sinfonía de Mahler y de 16 años al frente de esa orquesta, de la que se despidió así: Guten Abend, Orchester (Buenas noches, orquesta), y enseguida se dirigió al público que llenó a tope de emoción y humanidad el butaquerío de la Sala Philharmonie: Sie sind in mein hertz, alles (Están todos ustedes en mi corazón).
Se llevó las manos al pecho, juntó las palmas, hizo una reverencia y se fue.
Dejó lágrimas en las mejillas de Sarah Willis, la bella primer corno francés de la orquesta. Hizo mojar las mejillas del público en la sala y de miles que seguimos el concierto en vivo a través de la Digital Concert Hall, una de sus contribuciones a la cultura contemporánea.
El estremecimiento duró más de dos horas.
Fue el final de la era Rattle.
Aunque todos sabemos que volverá, ya no será el titular, pero sí huésped frecuente.
Girasoles y azahares
Anoche en Berlín quedó sellado otro capítulo de la mejor orquesta del planeta (cuestión de gustos, hay quienes aseguran que la mejor es la de Viena) y el acontecimiento queda registrado como un hito superior al momento que captó una cámara de video hace decenios: Wilhelm Furtwaengler retira la mano para no saludar al Führer, cuando Furt era director de la Filarmónica de Berlín y Hitler emponzoñaba el mundo. Ese detalle fue magnificado en big close up por István Szabó en el filme Taking Sides.
Energía positiva destiló en cambio anoche Rattle, quien recibió un ramo gigante de girasoles al final del concierto, de manos de una señorita y un ramillete de azahares de manos del concertino en representación de la orquesta.
La transmisión en vivo a todo el planeta nubló parcialmente el furor por el futbol. Mantuvo con la piel chinita durante 130 minutos a miles de personas frente a la pantalla de la computadora, desde los testimonios antes del concierto, donde los músicos se refirieron a su director simplemente como ‘‘Simon”, costumbre que instauró Abbado, su predecesor, quien les exigió llamarlo simplemente Claudio, para terminar así con la era de los dictadorzuelos, el último de ellos de apellido Karajan.
La Sexta de Mahler
En su testimonio, Rattle no ocultó su emoción. Se confesó joven tímido y muy nervioso en su debut, hace 31 años, cuando era veinteañero brillante, precisamente con la Sexta de Mahler, con la que habría de debutar también como director titular de la Filarmónica de Berlín, hace 16 años, partitura que analizó frente a la cámara, ayer: ‘‘nos mantiene la piel erizada; esta obra forma parte de mi existencia; es muy fuerte, dramática, trágica pero también muy romántica, muy adecuada para este momento de despedida, un momento de emociones muy fuertes para todos nosotros”.
Esa emoción se tornó adrenalina, lágrimas y gozo en la Philharmonie y el próximo domingo lo repetirán al aire en Berlín, para que siga el mundo conmovido.
Y es que entre los muchos logros monumentales de Simon Rattle está haber abierto la Filarmónica de Berlín a nuevos públicos: niños, amas de casa, jóvenes, en actividades paralelas en la Philharmonie, además de los conciertos al aire libre, los recitales late night con música contemporánea y las grabaciones. De plano, creó un sello discográfico propio, para difundir en tal formato los conciertos de la Filarmónica de Berlín.
Todo el archivo histórico de la orquesta alemana está al alcance del público en la Digital Concert Hall, con sonido digital e imagen en alta resolución.
Con esa calidad de imagen y sonido resultó cimbrado el mundo ayer, durante más de dos horas.
Al final, quedó bullente en las pantallas de las computadoras de quienes seguimos el acto en vivo, la hermosa panorámica de esa exposición de arquitectura en vivo (Renzo Piano, et al) que es la calle principal que da a la Potsdamer Platz, vecina de la Sala de Conciertos Philharmonie.
Todo se había consumado. Atrás quedó la flama ardiendo de la noche de Berlín.