Domingo 24 de junio de 2018, p. 33
Era un hombre enorme vestido con la camiseta de la selección mexicana de futbol y vino con su familia. Al acercarse al Ángel de la Independencia se detuvo un momento, se agachó, tomó a su pequeña hija en brazos y la puso sobre sus hombros. Ahí, mira
, le dijo a su mujer.
Frente a sus ojos avanzaba la marcha del orgullo gay, esa explosión anual de colores, risas e irreverencia (y algo de mercadotecnia también) que reúne a la gama infinita que cabe en las siglas LGBTTTIQHPA+, pero en la que siempre sobresalen, porque así es su deseo, las vestidas de todos los colores y tamaños en su duelo de disfraces, coquetería y solidaridad.
El padre enorme no se dio la vuelta. Había elegido su objetivo. De modo que le dio el teléfono a su esposa y le pidió una fotografía a una gigantesca María Félix de rostro duro tras el maquillaje. La drag queen sonrió complacida. El hombre dio las gracias y se sumó, con su niña en los hombros, a la simbólica vuelta a la glorieta al grito de ¡Mé-xi-co, Mé-xi-co!
Las vallas metálicas que la policía capitalina había preparado se quedaron ahí, sin ser usadas, porque durante varias horas, las celebraciones del orgullo gay y del triunfo futbolístico se unieron en una sola fiesta.
La del hombre grande fue la actitud general. Llegó un momento en que aficionados al futbol y participantes de la marcha gay se unieron en el mismo río. Por lo demás, una parte de los convocados a la celebración arcoíris mostraban también su pasión futbolera.
No faltaron los que desentonaron el Cielito Lindo. De un grupo de hombres con camisetas de la selección surgió el grito acompañado de la acción: ¡El que no brinque es puto!
Cuando terminaron de saltar, el de mayor edad dijo: Mejor esa otro día, porque hoy capaz que nos madrean
. Los demás soltaron risas y siguieron, chela en mano, dando vueltas a la glorieta y lanzándose espuma a chorros.
Desde temprano, el Centro Histórico velaba armas. Madero, calle que sería paraíso peatonal y terminó en pasillo de plaza comercial, era el río humano de siempre, esta vez coloreado de verde.
Políticos se suben al tren
En los restaurantes y las cantinas, los meseros daban los últimos toques a las mesas y subían el volumen de los televisores. Muchos de los negocios –con la salve-dad de los clásicos, como el Salón Corona, siempre repleto– estuvieron a medias incluso en pleno juego. En cambio, en las taquerías y los puestos que ofrecían chilaquiles había largas filas de espera.
En las redes sociales, políticos de todos los colores se subían al tren del único cemento de unidad nacional que nos queda a estas alturas. El presidente Enrique Peña celebraba los goles, igual que su candidato José Antonio Meade, quien sugirió a los futbolistas lo mismo que le recomendaron en el arranque de su desastrosa campaña: salir a la cancha con técnica y corazón
.
(en medio) y Víctor Camacho (abajo)
Hombre de números, Meade declaraba contra ellos –los de las encuestas al menos– cuando afirmaba que en la elección goleará
a sus adversarios 3 a 1.
En las calles aledañas al Zócalo, las autoridades de la ciudad llevaban a cabo su simulación del día. En el retén de Madero, los policías echaban ojo a los bolsos de todo mundo, pero en el resto de las calles había paso franco.
La Plaza de la Constitución –otrora espacio cívico convertido en mancerista pista de hielo, tianguis o cualquier cosa que cuente con patrocinio– estaba cercada por vallas de metal. Sólo había un acceso que pasaba entre las carpas de líneas aéreas, compañías telefónicas y de alimentos, las patrocinadoras del Zocafut
.
Al medio tiempo, animadores gritaban en tono de locutores deportivos y pedían a los reunidos hacer la ola
. ¿Qué, ya no se acuerdan?
La respuesta del público –sólo una sección de la plaza obedecía las instrucciones– no complacía a los animadores: ¡Están muy verdes!
Tras finalizar el juego, cuando apenas comenzaba la llegada de los aficionados a la zona, ya estaba ahí un ejército de vendedores que ofrecían desde cornetas tricolores hasta imitaciones en plástico de la Copa del Mundo.
Dos de ellos se daban de topes con su descubrimiento:
–Te dije, güey, que nos trajéramos los collares de colores, ¡está la marcha gay!
–Sí, qué pendejo soy.
A su lado, el vendedor avispado vendía cuatro collares arcoíris de un jalón. Uno por cada década que lleva celebrándose la marcha del orgullo: 40 años de lucha, de promover la igualdad, el respeto y la no discriminación
.
Los vientos electorales que soplan agregaron, salpicadas aquí y allá, otras consignas dirigidas a los candidatos –todos– que se disputan la agenda conservadora.
Marchan algunos políticos a título individual y al menos dos partidos –Morena y Nueva Alianza– participaron con carros alegóricos. Sobre las plataformas de los vehículos bailoteaban militantes e invitados de ambas formaciones políticas.
¡Morena, Morena!
, se oyeron los gritos al paso de un camión, sin reclamos por la alianza con el evangélico PES. Y porras y aplausos a los de Nueva Alianza, cuyos legisladores, en 2016, se sumaron al bloque que, capitaneado por el PRI, puso freno al matrimonio igualitario.