erminaron, por fin, las campañas. Se pudo sobrevivir aunque con disgustos, emociones y esperanzas renovadas, algunas ciertamente apagadas. De eso se trata este juego electoral. Ahora, a unos pocos días de distancia, habrá que ir a las urnas para depositar el voto definitorio. La consistencia de la simpatías de los electores ha sido el sello distintivo de este dilatado proceso electoral. Todos los estudios demoscópicos, por más cuestionados que fueran o pudieran ser, no dejan duda a esta altura de cosas: la aparición de Morena fue y es el fenómeno relevante de la actualidad. Más todavía, pues no era esperado por la crítica hace apenas uno o dos años atrás. Ciertamente su desarrollo fue larvado, inserto en la base poblacional y con un horizonte deseable de futuro. No hubo improvisación, sino un crecimiento admirablemente soportado por miles de voluntades, trabajos cotidianos e inteligencias movilizadas. Una vez que Morena dé vida orgánica al venidero gobierno tendrá por delante la enorme tarea de proseguir la expansión de la conciencia popular. Parte sustantiva será volverse el imán de las necesidades y deseos colectivos. La promesa de ir tras la transformación de México ya es su alta vara de medición.
A la par de este suceso partidista, la disposición de buena parte de la ciudadanía quedó plasmada al escoger, desde el inicio de la presente lucha electoral, a su elegido: Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Él fue, es, y ya con muy pocas dudas, será el triunfador, acicateado por el voto mayoritario de millones de hombres y mujeres. La diferencia respecto de los demás contendientes ha sido por demás notable, masiva y consistente. Frente a ésta, que bien puede calificarse de realidad imperante, se levanta una cortina de sentimientos plagados de miedos, incertidumbres, crisis, tragedias y acendrados rencores propalados con intensidad durante la contienda. Tales sentimientos, fincados en las ambiciones de las élites por conservar el poder, cincelaron la deformada imagen de AMLO que ahora las atosiga junto con sus oidores, subordinados y aliados.
El ambiente prevaleciente, sin embargo, ha podido absorber, no sin grandes dificultades, la compleja realidad del cambio que se avecina. No habrá holocaustos, ni venganzas desatadas, menos aún autoritarismos asfixiantes o vueltas a lo conocido y rechazado. El populismo sigue siendo el espantajo básico que le predican a AMLO. Estigmatizaron a Hugo Chávez y a Nicolás Maduro para blandirlo contra indeseables en su cuarto decisorio, para demonizar a incómodos personajes a sus cupulares intereses. Se olvidan de lo que el neoliberalismo thatcheriano mandaba: no hay opción. O qué decir del estereotipo priísta del único camino, la ruta correcta.
Las expectativas alentadas entre los electores, sin embargo, son de magnitud considerable. Formar un gobierno que pueda situarse en condiciones de responder, en tiempos, calidad y formas, al reto planteado, tiene que ser la abarcante preocupación de los ya postulados para esa tarea de gobernanza. Aquí, en este peliagudo asunto de gobernar, radica toda la cuestión. Se llegará con toda la legitimidad otorgada por el voto ciudadano. Nada le faltará al aparato de gobierno para lanzarse a concretar lo prometido. No le será fácil, ni cómodo ni tan veloz como fuera deseado. Se tendrá, al parecer, el Congreso federal de su lado y, tal vez, el número de estatales que permitan reformas de rango constitucional. Más no es dable ni posible pedir. Tal parece que, en efecto, será la voluntad soberana de los ciudadanos la que mandate tal proeza. Y el voto será depositado en esas urnas que esperan a unas cuantas horas de distancia.
La gobernabilidad no flota en el vacío: tiene nombres, instrumentos, recursos, intereses y programas precisos. Habrá urgencia por sustituir a un considerable número de servidores en el Ejecutivo con otros que lleven impregnado el modelo a seguir. Conciliar tan formidable equipo de trabajo será titánica tarea. Las adiciones de personas al núcleo original de militantes fundadores de Morena inyectará pasiones bien conocidas en la política y la administración gubernamental. Se espera que las acciones para suavizar las rispideces de la lucha electiva no mediaticen los aprestos transformadores de sus orígenes.