ormalmente se asocia la democracia con elecciones libres. Esa idea está en el corazón de la concepción comúnmente aceptada de democracia. El supuesto clave de este vínculo entre elecciones y democracia es que a partir de preferencias individuales el proceso electoral permite llegar a decisiones colectivas. Para decirlo de otro modo, esto implica que a partir de las inclinaciones y aspiraciones individuales se puede identificar una decisión social (o de grupo) que sea consistente con la regla de la mayoría. La realidad es mucho más complicada.
En 1770 un matemático y enciclopedista francés, el marqués de Condorcet, mostró que un sistema electoral puede llevar a resultados inconsistentes con la regla de la mayoría. Su demostración es sencilla y utiliza el siguiente ejemplo. Imaginemos un grupo de 60 votantes que deben decidir entre tres candidatos, A, B y C. (En lo que sigue, para denotar que un candidato es preferido a otro utilizamos el signo >.) Condorcet supone que los resultados de la votación son los siguientes. Para 23 votantes las preferencias fueron A > C > B. Las de otros 19 votantes fueron: B > C > A. Otros 16 votantes prefirieron C > B > A. Finalmente, dos votantes prefirieron C > A > B. De acuerdo con esos resultados, el candidato A será elegido porque ha recibido 23 votos. Sin embargo, ése no ha obtenido la mayoría porque hay 35 votantes que han preferido al candidato B sobre el A. El resultado es conocido como la paradoja de Condorcet.
En 1951 el economista Kenneth Arrow desarrolló la idea en un planteamiento conocido como el teorema de imposibilidad. El teorema establece que cuando los votantes tienen tres o más alternativas u opciones distintas, no existe un sistema electoral que convierta las preferencias individuales en un orden o ranking social completo. En síntesis, no se puede pasar a través de la agregación de las preferencias individuales a una función de bienestar social o colectiva.
Estos resultados son bien conocidos en las ciencias sociales. Pero lo más importante no es que un sistema electoral pueda ser inconsistente con la regla de la mayoría. Lo más relevante es que a partir de estos resultados es posible cuestionar la idea de que la democracia es una especie de mecanismo que permite elevar las preferencias individuales al rango de decisiones sociales sobre el bienestar de la colectividad. Para decirlo de otra forma, la democracia no es una máquina para transformar aspiraciones individuales en decisiones sociales. Las elecciones son importantes, pero no son la esencia de la democracia, porque no son un proceso para fabricar consensos.
Todo esto obliga a una reflexión sobre los partidos políticos: ¿serán ellos los agentes esenciales para la democracia como tanto se ha insistido en los debates sobre la transición democrática en México? En realidad los partidos se han convertido en parte esencial de ese entramado electoral que, como hemos visto, es inconsistente con la regla de la mayoría. En teoría, su trabajo consistiría en orientar y encuadrar la opinión para facilitar la agregación de preferencias individuales. En la práctica, como parte del sistema electoral, la prioridad de los partidos es capturar votos más que encauzar el análisis político. No por nada están tan desprestigiados y se les percibe como parte de un engranaje que poco o nada tiene que ver con la democracia. Como decía Simone Weil, los partidos prefieren la opinión sobre el análisis (por esta razón hasta recomendaba su abolición).
En México es común escuchar la queja de que los partidos no tienen propuestas. Pero esa no es una crítica certera. Propuestas hay, y muchas. Lo que no existe es un análisis que indique por qué las propuestas son pertinentes. Es como si un médico procediera a recetar a su paciente sin haberle hecho un diagnóstico para ver si las medicinas prescritas son las requeridas.
El mejor ejemplo de falta de análisis en el actual proceso electoral se encuentra en la dimensión económica. En ninguno de los partidos que hoy compiten en México por las preferencias electorales existe algo que se parezca a un análisis sobre la economía mexicana. Ninguno analiza las características estructurales y la dinámica de la economía mexicana actual o las contradicciones del sistema económico que impiden alcanzar un desarrollo socialmente responsable. Parecería que en el fondo todos los partidos aceptan la falsa idea de que la maquinaria económica se rige por sus propias leyes y no debe ser objeto de una discusión política. Desgraciadamente, los partidos parecen compartir la visión de que la esfera de lo económico es autónoma y su funcionamiento no debe someterse a la incertidumbre de la deliberación democrática. Quizás una vez terminado el actual proceso electoral se pueda llevar a cabo un análisis riguroso sobre los principales obstáculos que impiden el desarrollo sustentable en México.
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