Atrajeron la simpatía de Jean Genet, John Berger y John Lennon
Sábado 30 de junio de 2018, p. 7
Pieza clave en la que Immanuel Wallerstein llama ‘‘la revolución de 1968’’, la cual duraría una década larga, las Panteras Negras tuvieron una existencia turbulenta y contradictoria. Atrajeron la simpatía de intelectuales libres como James Baldwin, Jean Genet, LeRoi Jones, John Lennon y John Berger. Encandilaron a las juventudes rebeldes del mundo. Establecieron una diplomacia propia con alcances donde quiera que el Tercer Mundo levantara la mano. La lucha por los derechos civiles, entendidos en los años 60 como los derechos de los antiguos esclavos de origen africano, fue acompañada por una pléyade de artistas negros que conquistaron el mercado global e imprimieron una huella profunda en la nueva cultura global de masas.
Los músicos de blues, siempre disminuidos en la cultura dominante, se volvieron héroes mundiales gracias a los grupos de rock en ambos lados del Atlántico. Mientras el público blanco se rendía ante Jimi Hendrix, los afroestadunidenses apuntalaron el éxito del formidable Sonido Motown, del nuevo soul de Otis Reding, Aretha Franklin, Diana Ross and The Supremes y Wilson Pickett, así como el desaforado funk de Sly and the Family Stone, Betty Davies y Funkadelic.
Dignidad y autodefensa
Aunque Huey Newton reconoció en su autobiografía de 1973 Suicidio revolucionario: ‘‘Esas páginas no alcanzan para describir el efecto que Malcolm X tuvo en las Panteras Negras. Somos los herederos de su labor’’, tras las figuras cívico-religiosas de Martin Luther King Jr y Malcolm X, que dominaron el primer lustro de los 60, las Panteras Negras trajeron una opción de dignidad y autodefensa fuera de los templos y el lenguaje cristiano o musulmán. Su código fue el de la revolución anticolonial. También querían el poder. Incluso los nuevos parámetros de belleza parecían de su lado.
Disciplinados y elocuentes, con sus uniformes de cuero negro, boinas inspiradas en el Che Guevara y peinados afro, colectivizaron el orgullo negro. Convencieron a las nuevas generaciones de ascendencia africana de que su existencia valía, que eran personas hermosas. ‘‘Durante años nos dijeron que sólo los blancos son bellos, así que las mujeres negras debíamos hacer todo lo posible –alisarnos el pelo, blanquearnos– para parecernos a sus mujeres’’, declaró Kathleen Cleaver, una de las poderosas figuras femeninas del movimiento. Otras: Angela Davies, Elaine Brown, Ericka Huggins. El fotógrafo Stephen Shames recuerda cuánto lo cautivaba el carisma de los fundadores del Partido Panteras Negras (BPP, por sus siglas en inglés).
El movimiento chicano y sus Boinas Cafés, y el nacionalismo puertorriqueño (The Young Lords), siguieron los pasos y hasta el aspecto del BPP. ¿Y por qué ‘‘panteras’’?: ‘‘Está en la naturaleza de la pantera que si la empujas contra una esquina tratará de salirse, y si la vuelves a arrinconar, tarde o temprano saldrá del rincón y te hará pedazos, porque no soporta que la arrinconen’’, explicaba Newton.
Algunos Panteras Negras se postularon para legisladores o alcaldes en distintas partes de la Unión Americana, sin resultados. Tenían en contra toda la fuerza del Estado. Sólo sus programas comunitarios siguieron en pie e inspiraron otros en una sociedad que desdeña la atención colectiva (educación, salud) en favor del negocio y la filantropía.
Con tantos logros y tal fuerza en su favor, ¿que pasó con las Panteras Negras? Errores y excesos, sumados a una feroz contrainteligencia, cobrarían su cuota en la destrucción del movimiento. El partido se disolvió penosamente 16 años después, en 1982. Newton encarnaría la decadencia del movimiento, y murió en un tiroteo durante un trato de cocaína. Eldridge Cleaver pasó de refugiado político en Cuba y Argelia a cristiano renacido, mormón, moonie y finalmente republicano con Ronald Reagan.
Pero no todos se derritieron. Bobby Seale, Brown, la gran Angela Davies, nunca han abandonado las resistencias. El artista Emory Douglas se fue a vivir a Chiapas con los zapatistas (era el ‘‘zapantera’’). El final del BPP, teñido de violencia, corrupción, drogas y extravío ideológico de algunos dirigentes, opacó por años su legado. Su impacto histórico en la revuelta de hace 50 años resulta hoy insoslayable.