En Milán, una exposición analizó año por año ese periodo
Martes 3 de julio de 2018, p. a14
Milán
El periodista y narrador Roberto Saviano (Nápoles, 1979) escribió en The Guardian que el fascismo había regresado a Italia y paralizaba el país. Berlusconi y otros políticos, en contraste, afirmaban que estaba muerto y sepultado.
La Fundación Prada, luego de la vigilia de las elecciones presidenciales del pasado 4 de marzo, abrió la exposición Post Zang Tumb Tuuum: art life politics: Italia 1918-1943, con curaduría de Germano Celant, que concluyó hace unos días. Consistió en una inmersión año por año en el arte y la historia cultural durante el fascismo desde su origen hasta la caída de Mussolini.
Esa muestra irrumpió en una situación política en profunda transformación, que ha visto el desplome de la izquierda en los recientes comicios y emerger dos fuerzas políticas llamadas populistas: el Movimento Cinco Estrellas (32 por ciento), que no se reconoce ni de derecha ni de izquierda, y la Lega (18 por ciento), de derecha, que ante la falta de una mayoría absoluta para gobernar, ha creado un gobierno de coalición después de dos meses de difíciles negociaciones.
En Italia el fascismo sigue siendo tema de debate y tabú. Es sintomático por ejemplo que se evite su mención en los títulos de las exposiciones. La simple presencia física de los edificios de esa época exhuma frecuentes disputas en cuanto a conservación y reutilización.
Así, la monumental exposición en la Fundación Prada fue una oportunidad para incursionar en un periodo problemático que lleva a reflexionar sobre la circunstancia actual. Destacó no sólo la originalidad curatorial, sino la accesibilidad a una gran cantidad de obra y de fuentes: 600 obras de arte, mil documentos y un catálogo de 900 páginas. Se exploró el corazón de la dictadura mussoliniana desde muy distintas disciplinas (artes plásticas, arquitectura, diseño, cine, editorial), dejando que el visitante tuviera sus conclusiones.
La novedad fue haber recreado 21 exposiciones con renderings fotográficos de tamaño natural, en los que vienen superpuestos los cuadros.
Las paredes blancas y neutrales de las exposiciones tradicionales fueron sustituidas por una museografía activa que mostró una meticulosa variedad de exposiciones realizadas a lo largo de la etapa fascista que destacan el dinamismo cultural, como las bienales de Venecia, las trienales de Milán.
Por ejemplo la Muestra de la revolución fascista (1932), efectuada con motivo del decenio de la Marcha sobre Roma, visitada por casi 4 millones de personas en dos años. También las exposiciones de arte italiano en el extranjero y en galerías y talleres de creadores.
Lo importante es entender, escribió el curador en el catálogo, que ‘‘detrás de cada pintura o escultura se manifestaba un intercambio pasivo y funcional al sistema del poder. Artistas, intelectuales y la clase media se adhirieron al fascismo. Los pocos que disintieron fueron encarcelados, eliminados o exiliados”.
La exposición rememoró la interconexión del fascismo con el antecedente del futurismo. Zang Tumb Tuuum se refiere a un poema visual de su fundador Filippo Tommaso Marinetti, escrito en 1912 en el tiempo de la batalla de Andrinópolis. Una mezcla de creatividad con belicismo, nacionalismo, fascinación por la modernidad y la tecnología. Era el precedente del ‘‘hombre nuevo” fascista.
Las formas puras y clásicas del Novecento en los años 20 se adaptaron al auge de la pintura mural del decenio siguiente, cuando además se comenzó a exponer el arte abstracto en las galerías.
Mussolini entendió la importancia de la cultura como medio de control de las masas, pero ‘‘no impuso un estilo uniforme como Hitler y Stalin, sino que dio libertad a los artistas que se encargaron de exaltar el pensamiento mítico, la ética heroica y guerrillera, los ideales de grandeza que caracterizaron el nuevo estilo” (Emilio Gentile).
El arresto del Duce en julio de 1943 marcó el final de un sueño enfermizo. La población que lo había apoyado le dio la espalda. Emergieron nuevas exposiciones, pero esa vez en su contra, en las que participaron artistas antifascistas, que la muestra en la Fundación Prada delimitó.
Sin la obsesión por los números (visitantes y dividendos), la muestra se sumó a la función cultural de promover la reflexión y el goce de la obra como discurso, no como un licuado multivitamínico de obras maestras.
A cambio exigió generosidad del espectador en tiempo y atención para procesar la enorme cantidad de material e información de una muestra que ocupó seis edificios del recinto. Un exceso que provoca una saturación embriagante estilo bienal.
Los cambios políticos repercuten en la cultura. En este caso la iniciativa privada no sólo compite con el sector público, sino lo supera. La Fundación Prada, ubicada en una ex destilería industrial en la periferia de la ciudad, remodelada por Rem Koolhaas, fue inaugurada en el 2015 y completada el pasado 20 de abril con la apertura de la ‘‘Torre”, que aloja en cinco pisos la colección permanente. Es uno de los principales polos culturales de Italia.