n paso de gigante se ha dado, pero es sólo uno. Es hora de esa felicidad que entrevé libertades nunca vividas por los siempre marginados; es hora de columbrar oportunidades nunca al alcance; es hora de que las expectativas hinchen aún más el pecho colectivo del pueblo. Es hora de que las ganas de ser y de hacer crezcan sin miedo. Es hora de reír a jarana plena y júbilo desbordado; es hora de gritar ¡viva el pueblo mexicano! Es hora de que el pueblo se reconozca en su hazaña. El necio no dejó de repetir sus ideas de bien para las mayorías, pero es hora de caer en cuenta que la planta ha florecido merced a uno que no paró de asperjarla hasta que se crearon las condiciones en que, por fin, ha visto que el pueblo ha votado por el pueblo y no más por sus verdugos.
Es hora también de reconocer que Morena ha ganado el gobierno, pero el poder no, todavía. Lo irá ganando en la medida que pueda procesar la cuarta transformación; el cambio en la hegemonía; la alteración de fondo del régimen político. Es hora de darse cuenta que múltiples signos provienen de quienes querrán atar esta victoria, acorralarla entre los mil intereses que nunca tuvieron voz para los excluidos.
Bien sé que no parece ser hora de reflexiones sobre el futuro, pero también sé que a la brevedad es menester contribuir a poner en marcha la ebullición de las ideas para intentar nutrir con ellas las acciones.
Andrés Manuel y Morena se encaminan a crear con los más una soberanía popular; una soberanía del pueblo, no contra, pero sí frente a los que han sido los grupos dominantes, los grupos que han sido el pilar de poder de un bloque histórico de escasas cuatro décadas.
La Revolución Mexicana arrancó de raíz el Estado oligárquico y trajo diversos derechos y beneficios para los desposeídos, pero también abrió anchas rutas de medro al capitalismo (uno propio del subdesarrollo). El nuevo Estado, cuyas bases fueron construidas entre 1920 y 1940, fue encabezado por un grupo de revolucionarios que, sobre todo después de 1940, a la par que promovían el desarrollo capitalista, mantenían una clara hegemonía sobre la clase capitalista que con los años entraría en rumbo de expansión, así como sobre las clases y grupos desde siempre subordinados. El discurso mediante el cual se mantuvo esa hegemonía, era el de la ideología de la Revolución Mexicana
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Para los años 70, los revolucionarios
y la clase capitalista, diversificada y fortalecida, habían normalizado la formación capitalista mexicana: durante esa década, con múltiples contradicciones y conflictos, la hegemonía fue ganada por los grupos más poderosos de la clase capitalista y por los altos funcionarios neoliberales que habían vivido escondidos en los meandros y recodos del Estado; ellos, los nuevos liberales, saltaron a la palestra listos para representar como se debe a los poderosos grupos capitalistas. No sólo eso, también se aliaron y se enriquecieron con ellos, y se apropiaron como si fueran mostrencos de los bienes de propiedad pública y, claro, los privatizaron. Desde los años 80, el discurso hegemónico fue el del pensamiento único, el de las creencias de la doctrina
de los nuevos liberales. Un discurso que, a fuer de ser repetido sin cesar en todas partes, nacional y universalmente (por cuanto surgía de la dominación de la globalización neoliberal), pretendía ser creído como verdad eterna.
Ese discurso está moribundo, presa de los excesos sin límite de quienes lo sustentan, y de los resultados desastrosos de su gestión. La descreencia en el discurso neoliberal constituye el lazo que une a la diversidad de los grupos subordinados, haciéndolos incipiente pueblo uno frente a la dominación neoliberal de políticos y capitalistas que han medrado con el Estado y con una economía reptante que ha concentrado hacia arriba el ingreso nacional.
Que el bloque histórico de dominación neoliberal está llegando a sus últimos días, lo prueba eficazmente la crisis entre las dos formas institucionales de representación de ese bloque, que son el PRI y el PAN, dúo turnista que vive sus últimos días; lo prueba también, la crisis interna que viven ambas formaciones políticas. Estas crisis, no obstante, no tienen como desenlace el surgimiento de una nueva hegemonía. La soberanía del pueblo está en vías de construcción. Todo está por hacerse a efecto de que, del movimiento popular, surja la fuerza y las convicciones para empujar el nacimiento gradual de esa nueva hegemonía. Lo básico es comenzar a satisfacer las expectativas de una vida digna (por bien de todos, primero los pobres
) y, a la par continuar ampliando y volviendo sentido común del pueblo, un discurso fundante que mantenga en la misma ruta a grupos y comunidades tan heterogéneos culturalmente, como son los pueblos mexicanos.
Es hora de desarrollar el guion para esa ruta, que no está escrito, y que es necesario diseñar con liderazgo, pero con la participación genuina de los pueblos de México.
Es hora de poner manos a la obra.