Neymar
urante los primeros 20 minutos los verdes parecían leones en lugar de ratones, tanto que nos hicieron soñar un milagro como el del juego contra Alemania. Pero fue como un descorche de botella de champán. El Tri fue perdiendo fuelle y coherencia como equipo para dedicarse a hacer la guerra por su cuenta.
Brasil se afinó después del susto inicial de la mano de Neymar Jr., un jugador de otro planeta y un pésimo actor. Lo demostró cuando Miguel Layún le pisó a propósito el tobillo fuera del campo de juego ya estando caído. El árbitro detuvo el partido mientras el astro y caprichoso brasileño se revolcaba exageradamente ante las mentadas de madre del mexicano.
Es obvio que el réferi italiano debió expulsar a Layún sin contemplaciones por su artera entrada. Después del encuentro Juan Carlos Osorio cargó contra el árbitro y contra Neymar Jr., pero ellos no fueron los culpables de la derrota del Tri.
El fallo sigue siendo estructural y la participación del seleccionado en el Mundial Rusia 2018 puede considerarse un fracaso, porque nos vendieron que la llegada al maldito quinto juego era cosa hecha. Osorio llegó a decir que hasta podían disputar la final.
El colombiano ya ha dicho por activa y por pasiva que dejará de ser el entrenador del Tri una vez terminada la aventura rusa. Es obligado revisarlo todo, comenzando por la estructura del futbol mexicano.
Esa operación de cambio profundo, al menos sobre el papel, la vivió México el primero de julio decidiendo con su voto en las urnas que era momento de cambiar de balón y de reglas del juego.
Lo que sucederá a partir de ahora no lo sabe, creo, que ni el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador. La tarea que tiene por delante es descomunal y compleja, llena de dificultades. Ni los empresarios ni los partidos de oposición, aunque éstos han quedado fumigados, se la pondrán fácil. Pero el tabasqueño tiene a poco más de la mitad de la población electoral de su lado. Y ese es un activo que deberá cuidar, porque es el que lo sostendrá.