stoy viendo el mapa electoral del PREP y, salvo Guanajuato, todo está pintado con los colores de Morena. Esto es, no sólo ganó López Obrador la Presidencia de México sino que alcanzó lo impensable hace unos meses: obtener, como candidato presidencial, la más alta votación en 31 entidades de la República según la información preliminar de 93.6 por ciento de las casillas.
La proeza de AMLO y de su equipo cercano, porque no se le puede llamar de otra forma, es realmente notable. Siendo un partido a punto de cumplir apenas cuatro años de su registro, Morena se impuso en prácticamente todo el país. Y, guste o no, es obra de López Obrador como dirigente político. Morena es fruto de la inteligencia, tenacidad y perseverancia de su máximo líder y también de quienes, incluso con algunas críticas no siempre bien recibidas, confiamos en él y desde nuestras respectivas trincheras lo apoyamos desde hace 22 años, cuando fue electo presidente del PRD. En mi caso, aunque no fui miembro del PRD, como tampoco de Morena como partido político, lo respaldé porque, además de haberlo conocido cuando él era estudiante en la Facultad de Ciencias Políticas, he seguido su trayectoria desde Tabasco hasta los últimos días de su reciente campaña. Aunque nos distanciamos recientemente a raíz de las alianzas que estableció en Morelos y con el PES, él sabe que celebro su triunfo y el de su partido con verdadera alegría y que dicho triunfo lo considero como un verdadero hecho histórico en la larga y accidentada construcción posrevolucionaria de este país.
El cambio que ha logrado en el mapa electoral del país es un primer indicio de un nuevo significado en la vida política de los mexicanos. Inicialmente, los partidos tradicionales, PRI y PAN, quedaron rezagados, debilitados y tal vez en una crisis de la que difícilmente saldrán en corto plazo. El PRD, que debió refundarse cuando estaba a tiempo de hacerlo (2009), no lo hizo y su descenso lo llevó a convertirse en uno más de los partidos pequeños en la actualidad. El sistema de partidos, por tanto, está en vías de modificaciones importantes y, si el gobierno de AMLO es como se espera que sea, muy probablemente habrá nuevos acomodos y tal vez nuevos partidos aunque se llamen igual que los actuales. Este fenómeno de metamorfosis en los sistemas partidarios, conviene recordarlo, no es exclusivo de México.
En segundo lugar, los modos de hacer política y de ejercer el poder también cambiarán. La intención de López Obrador es dar pie a un nuevo régimen político, es decir, distinto al tecnocrático neoliberal de los gobiernos priístas y panistas de los pasados 30 años. Es de desearse que lo logre, aunque no podemos perder de vista que dicha trasformación tendrá que darse –pienso– poco a poco, ya que están en juego intereses muy fuertes, especialmente de quienes se han visto más beneficiados por la globalización neoliberal.
En tercer lugar, y no menos importante, es que quienes han dicho (intelectuales de derecha desde tribunas privilegiadas) que la mitad de los ciudadanos está en contra del candidato ganador, se equivocan. México, para nuestra ventaja, no vive en un régimen totalitario donde no hay oposición. Aunque cuestionada, nuestra democracia no sólo existe sino que se ha hecho presente, como nunca antes, en las urnas electorales. Hubo cuatro candidatos y tres perdieron con porcentajes muy inferiores a los alcanzados por el triunfador. Unos estuvieron con el PAN, otros con el PRI y los menos con El Bronco. Pero la mayoría estuvo con Morena y tangencialmente con sus aliados; y esta mayoría ha resultado ser superior a la obtenida por Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña, lo que no es secundario. Esos mismos intelectuales de derecha, acoto, no dijeron en los anteriores comicios que más de la mitad de los ciudadanos estaba en contra de los ganadores. ¿Por qué ahora sí? Por una sencilla razón: porque no querían que AMLO llegara a la Presidencia y se sienten frustrados. Más inteligentes resultaron Meade (sobre todo Meade) y Anaya, que incluso antes del conteo rápido aceptaron su derrota y felicitaron al ganador al mismo tiempo que llamaron a la unidad del país y no a batir tambores de guerra en su contra. Semejante fue la posición del dirigente del Consejo Coordinador Empresarial. Peña, por su parte, hizo lo mismo sin regateos y apegándose, como tenía que ser, al protocolo institucional. Sólo las personas de escaso coeficiente intelectual que creyeron y creen, sin motivo alguno, que López Obrador les va a quitar su televisor y otras pertenencias, están enojadas. Pero la estupidez de éstas, por fortuna, no tiene nada que ver con el fortalecimiento democrático del país. Éste se ha dado a pesar de aquélla.
Cierro estas líneas con una nota de enorme alegría y con mis felicitaciones sinceras a Andrés Manuel por su merecido y esperado triunfo.