De la calle Nikólskaya al Tsvetnoi Bulevar
Viernes 6 de julio de 2018, p. 5
Moscú
Antes de que empiecen este viernes los partidos de cuartos, los aficionados mexicanos que aún están en Rusia tuvieron dos días de pausa para recuperarse del empacho futbolero, y algunos también de la cruda. Una vez ingeridos un caldo de camarón y dos comprimidos efervescentes que, en aras de la precisión, deberían llamarse alcohol-seltzer, qué mejor que sumergirse en el océano de la oferta cultural y de entretenimiento en este país, más allá de la calle Nikólskaya y sus enamoramientos fugaces.
Después de tanto gol y esperanzas que acaban en decepción, sin necesidad de salir a la calle se impone leer una buena novela. Lástima que el idioma sea un impedimento –a menos que se disponga de tiempo libre en exceso y se quiera recurrir al traductor de Google o servicios similares– para adentrarse en las páginas, por ejemplo, de Hay cosas más importantes que el futbol, de Dimitri Danilov.
Otros valores
Título engañoso, no es una diatriba contra el balompié, sino la necesidad de reivindicar otro tipo de valores por un autor que se declara aficionado de hueso colorado de un equipo al que, durante una temporada entera, decidió apoyar en todos los estadios de Rusia. Los que conocemos a Dima –diminutivo de Dimitri con que se puede llamar al exitoso escritor sólo con la confianza que da una amistad de años– sabemos que le va al Dinamo de Moscú –el conjunto en que se consagró la Araña Negra, Liev Yashin, el mejor portero de la historia con permiso del otro gigante del arco según la tradición oral, Ricardo Zamora– ahora, para su desgracia, equipo de media tabla que en el más reciente campeonato quedó 20 puntos por debajo del campeón, Lokomotiv.
La opción de refugiarse en la lectura de un libro interesante para alejar de la mente la derrota del Tri sólo sirve para aquellos que no les gusta caminar y pueden ir en taxi –antes o después del Mundial, por supuesto no durante– a cualquier museo, teatro, concierto de música clásica, ballet, ópera, exposición o mercado de artesanías, de los muchos de calidad excelsa que hay en Rusia.
El mexicano que no reside aquí ha tenido una amplia gama de posibilidades para disfrutar el programa cultural de este Mundial en cada una de las ciudades donde jugó el Tricolor, aparte de asistir al estadio, tomar vodka o intentar ligar con las rusas.
De la última sede a la primera, en Samara, después de que Brasil nos eliminó, en el edificio de la Filarmónica los masoquistas pudieron escuchar un concierto de jazz del Cuarteto de Joander Santos, en el que el guitarrista y compositor carioca interpretó su música de samba y bossa nova. O visitar las exposiciones del Museo Regional de Arte o la dedicada al 55 aniversario del vuelo al espacio de la primera mujer cosmonauta, Valentina Tereshkova.
En Yekaterimburgo, donde Suecia nos recetó un tres a cero, era de rigor ir al estreno del musical Casanova, basado en una obra de la poeta Marina Tsvetayeva o quedarse unos días más y asistir al también estreno del ballet La orden del rey, con motivo de los 200 años del nacimiento del coreógrafo Marius Petipa, considerado el padre del ballet clásico. O darse una vuelta por la muestra Seguidores de Fabergé: las joyas en el arte ruso.
En Rostov del Don, sitio de grato recuerdo por la victoria sobre Corea del Sur, se recomendaba no perderse el Festival de Tesoros de la Música Rusa, o los conciertos al aire libre, o la exposición El arte ruso del siglo de los siglos XVII al XX.
Y en Moscú, que nos brindó la máxima alegría de este Mundial al derrotar a Alemania, y también ahora para los mexicanos que todavía andan por aquí, sí que hay museos para todos los gustos: numerosas colecciones permanentes y muestras temporales en el Museo de Artes Plásticas Pushkin, el Museo de Colecciones Privadas, la Galería Tretiakov, la nueva Galería Tretiakov, el Museo de Arte Moderno, el Museo de Arte Contemporáneo Garage, la sala de exhibiciones Manezh, la Galería de Arte de Europa y América de los siglos XIX y XX, el Museo del Impresionismo Ru-so, el Museo de Oriente, el Museo del Icono Ruso, el Centro de Arte Moderno Vinzavod, el Instituto de Arte Realista Ruso, el Cen-tro de Arte Moscú, por citar sólo algunos de los 91 museos de arte que tiene la capital rusa, sin contar las 207 galerías y salas de exhibiciones.
Estética refinada
El ninguneado Día de los Museos no cuenta, porque ese día había dos partidos, y eso francamente no se vale. Debieron de haberlo pasado a otra fecha, como el Festival Internacional de Cine de Moscú, perspicaz medida que evitó el riesgo de que no asistiera al estreno de la película ganadora ni su propio director.
Los connacionales con percepción estética más refinada y que se emocionan con el gracioso movimiento de los palmípedos, no dudaron en acudir al Teatro Musical para Niños de Natalia Tsats para ver El lago de los cisnes, mientras el majestuoso Teatro Bolshoi ofrecía el estreno de otro ballet, Anna Karenina, o la presentación estelar para adultos no homofóbicos del polémico Nureyev, del ahora perseguido director teatral Kiril Serebrennikov.
Los que prefieren la ópera tuvieron la oportunidad de escuchar, en el propio Bolshoi, Las bodas de Fígaro y Boris Godunov, o de ser de los privilegiados que consiguieron boleto para el estreno de La dama de los tres naipes, aunque debemos reconocer que hay paisanos convencidos de que, en materia de canto, nada puede superar las sentidas canciones de José Alfredo o del Flaco de Oro, según estén de ánimo.
Los compatriotas que admiran a los clásicos de la literatura rusa pudieron conocer cómo vivían en familia grandes escritores como Aleksandr Pushkin, Liev Tolstoi, Fiodr Dostoyevski, Antón Chejov y tantos más, al visitar sus casas-museo en Moscú y, mediante una escapada –disparados en el tren bala– a San Petersburgo con el atractivo adicional de ir al Ermitage y al Museo Ruso.
Los amantes de la música clásica tuvieron al alcance de su oído el extenso repertorio del Conservatorio de Moscú, de la Sala Chaikovski y de la Casa de la Música, aparte de los conciertos de órgano en templos católicos y anglicanos.
Pero una miniencuesta realizada por este curioso, en los días de presencia masiva de nuestra fanaticada en la capital rusa, arroja que la actividad extrafutbolera más popular entre los mexicanos que vinieron a Rusia –y de ello da prueba fehaciente la cantidad de portadores de camisetas verdes que cada noche salían satisfechos del edificio de Tsvetnoi Bulevar– fue la obligada asistencia a una función del afamado Circo de Moscú.
¡Que manía tienen algunos de volver a vibrar con la actuación de animales domados!, cuando desde el 14 de junio las canchas rusas estaban llenas de félidos como el Tigre (Falcao), los Tres Leones (Inglaterra), los Leones del Atlas (Marruecos) y los Leones de Teranga (Senegal), de aves rapaces como las Águilas Verdes (Nigeria), las Águilas de Cartago (Túnez) o las Águilas Blancas (Serbia) y hasta de insectos afanípteros como La Pulga (Messi).
Y para reír un rato, con las payasadas de Neymar sobra, igual que para sorprenderse los estadios anunciaban el arte de filigrana con el balón de magos como Salah o Iniesta, aunque es cierto que ambos se quedaron con las orejas del conejo en la mano y no pudieron sacarlo de la chistera.
Sin embargo, como decían los habitantes del imperio romano, De gustibus et coloribus non est disputandum, paremia que en nuestra lengua, suprimiendo algunos elementos léxicos, suena algo así como Para gustos, los colores
, y ni quien dude que para nosotros el predilecto es el verde.