La creadora multidisciplinaria tiene gran esperanza en los jóvenes; no ceja en su lucha contra la relegación
Martes 10 de julio de 2018, p. 9
Madrid
Los derechos de las mujeres sauditas son la materia prima de la artista Manal al Dowayan. Aunque nunca se planteó hacer arte político, su empeño por visibilizar a las mujeres en una sociedad que lucha por ocultarlas la ha convertido en auténtica activista.
Una batalla que parte de algo tan simple como atreverse a ponerles nombre. Con Esmi-My Name (Es-mi nombre), la artista (1973) lanzó una acción a gran escala en 2012 para que mujeres de todo el país escribieran sus nombres en bolas de madera que luego convirtió en una instalación de tasbih o rosarios musulmanes gigantes.
‘‘La invisibilidad de la mujer en Arabia Saudita a veces es tal, que los hombres se avergüenzan de decir sus nombres en público’’, cuenta a Dpa en la Casa Árabe de Madrid. La costumbre de referirse a las madres con el del varón primogénito, precedido de ‘‘Um’’ (madre), facilita que un nombre de mujer apenas se pronuncie.
‘‘No nombrar a las mujeres es también una forma de mostrar la vergüenza que se siente por el cuerpo femenino o su voz; de ahí la necesidad de cubrir su rostro, de crear seres invisibles’’, denuncia a su paso por la capital española, donde participó en un encuentro sobre el empoderamiento de la mujer árabe.
Rescate de identidades
Con Esmi, Al Manal fue mucho más allá de la instalación artística: tras charlas y mesas de diálogo, muchas mujeres protagonizaron diversas acciones para visibilizar sus nombres, que tuvieron una amplia repercusión internacional.
Un año antes, ya había convocado a las sauditas a enviarle todo tipo de permisos que las mujeres tienen que solicitar en el país para viajar, trabajar o hacer casi cualquier cosa. Dos centenares de mujeres respondieron y con ellos hizo figuras de palomas que suspendió en el aire en una instalación (Suspended Together) que llegó a la Fundación Santander en España.
En Tree of Guardians (2014), Al Dowayan recupera árboles genealógicos para rescatar identidades femeninas que no están documentadas en el país. ‘‘¿Cuándo desparecen las mujeres de la memoria?’’, se pregunta.
Una de las señas de identidad de su activismo es sin embargo su trabajo libre de los prejuicios de Occidente, que asegura distorsionan muchas luchas sociales, y desde dentro de un sistema que nunca la ha censurado. En el único país de la Tierra que prohibía a las mujeres conducir –apenas hace unos días se suprimió esa disposición– el apoyo de su padre fue fundamental.
Decenas de proyectos que lleva desarrollando sin pausa desde hace más de una década la acreditan como una artista multidisciplinaria y ‘‘total’’, como se define. Ha expuesto sus trabajos sonoros, de video, escultura, fotografías en blanco y negro o instalaciones participativas en Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y España, pasando por todos los países del Golfo.
‘‘Yo ya hacía arte antes de que hubiera museos fuertes y galerías donde yo vivía y cuando desarrollé mi actividad ya se habían creado ferias de arte en Dubai, habían aterrizado las casas de subastas y se había organizado la bienal de Sarja (Emiratos Árabes Unidos) que trajo a curadores y directores de museos de todo el mundo”. Y todo, sin mentores. ‘‘No tenía referentes de artistas en la región cuyos pasos pudiera seguir. Todo era yo misma, mis propios sentimientos, mis propias decisiones”, cuenta.
Sobre su activismo no reflexionó de forma profunda hasta años después de comenzar a trabajar, cuando se dio cuenta de que en una sociedad sin libertad de movimiento para las mujeres, ella sí se estaba moviendo, y donde aquéllas no tenían voz, la suya gritaba fuerte.
‘‘Quizá ese activismo no encaje en lo que significa en España u Occidente”, reflexiona. ‘‘Los artistas son observadores con narrativas distintas de la región en la que viven (…) El arte crea un espacio para hablar y reflexionar. Ahí reside el activismo.’’
O en el proceso de documentación sobre la mujer con el que ella combate la relegación al olvido, esos permisos para viajar o conducir que componen sus obras y que un día, espera, serán historia. ‘‘Mis sobrinas crecerán y les diré: ¿recordáis que vivíamos en un país donde las mujeres no podían conducir?’’
Desde el pasado 24 de junio su país ya permite que las mujeres se pongan el volante, cambio que se inscribe en la iniciativa social impulsada por el príncipe heredero Mohammad bin Salman, que incluye la apertura de cines, la celebración de conciertos e incluso el levantamiento de la obligatoriedad de que las mujeres vistan el velo integral.
Ante esos avances, la artista se muestra optimista. ‘‘Sólo que haya posibilidad de cambio ya es bueno’’.
Creyente del cambio
Al Dowayan tiene gran esperanza en las nuevas generaciones. ‘‘Cincuenta por ciento de la población de Arabia Saudita es menor de 25 años y los jóvenes no tienen miedo al cambio’’, aduce. El propio príncipe heredero, considerado el verdadero hombre fuerte, tiene sólo 32 años. ‘‘Es la primera vez en la historia que vamos a ser gobernados por alguien menor de 60 o 70 años’’, dice.
‘‘Los jóvenes sólo quieren ganar dinero y tener buena vida (...). No conocen fronteras, no les importa la ideología o la geoestrategia regional, ni quieren formar parte de un plan amplio de panarabismo. Y el príncipe habla su lengua.’’
Esos cambios, desde el plan económico Visión 2030 –basado en la necesidad de reformar una economía dependiente del petróleo–, son bien recibidos por la mayoría de la población. Al Manal se sorprendió al visitar su país la pasada Navidad, pues vio mujeres sin velo y un ambiente festivo reinante. ‘‘Estoy muy emocionada. Creo en el cambio. Y espero que tengamos éxito porque el resultado tendrá impacto en toda la región’’, vaticina.