Opinión
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El cambio de otros
S

e ha repetido, hasta el cansancio, la versión que adjudica a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) la captura del profundo hartazgo social. A este merecimiento se atribuye, como derivada, su triunfo arrollador. Y es casi un hecho comprobado tal correspondencia. Hay, sin embargo, muchos otros factores que han quedado ocultos en esta generalizada interpretación de lo ocurrido. Tal parece que una feliz concurrencia entre ese hartazgo y la oportunidad del opositor al sistema fue el ingrediente decisivo en la competencia pasada. Para fines de análisis, esa versión soslaya o disminuye el trabajo, dilatado, repetitivo, extenso hasta lo extenuante y por demás meticuloso que abarca, cuando menos, una década completa. El cometido ambulante del candidato de Morena no fue gratuito o improvisado. Trató, en efecto y con meticulosidad, de despertar, alertar y ensanchar la conciencia política del pueblo. Abarcó la prédica sobre la propia situación de cada uno de los oyentes y, sobre todo, del futuro que les aguardaría de seguir prevaleciendo las cosas como están.

Un seguidor de primera mano del largo recorrido por la República expoliada y de abajo tituló su colaboración semanal en La Jornada (José Agustín Ortiz Pinchetti): El despertar de la conciencia. Poco a poco, durante la masiva concurrencia que alarmó al sistema en 2006, se fue depositando, en las mentes dispuestas, el agente crítico que, después, cristalizó en indetenible empuje de cambio. No cualquier cambio burocrático o circunstancial, sino uno de aliento transformador del injusto modelo de gobierno imperante.

El despertar ciudadano se extendió por todos los rincones, clases, grupos y edades que integran la sociedad. El propósito de llevar a cabo tan poco asible empeño requirió años, una década completa de arduo, continuo, minucioso, repetitivo rotar por esta contrariada nación. A este movimiento, sin descanso y con penas y agobios continuos de muchos –tal vez miles de militantes– se debe atribuir la sustancia nuclear del triunfo ahora logrado por su conductor. Fue un vertiginoso apostolado laico que sembró, con afán cierto y generosidad palpable, la semilla concientizadora de una ciudadanía afectada, no por el falso destino, sino impuesto por un tramposo sistema expoliador.

Este movimiento de trabajos, casi forzados, al que se sometió AMLO y también los demás integrantes no ha recibido la atención y recono­cimiento debidos. Quizá porque aparece incómodo a todos aquellos que escriben o difunden la simple y pasiva historia casi vigente. De aquí también que el cambio en curso les ha de llegar a las propias orillas comunicativas y no recale, como se intenta, sólo en la de los partidos y sus decadentes oficiales. Ahora quizá empiece la crítica sobre los medios de comunicación y su élite opinadora. Ésta ha canalizado su empuje crítico hacia los demás y no voltea a ver la viga propia. Tendrá que venir, aunque sea de manera paulatina y hasta tardía, el recuento de ese cúmulo de ideas lanzadas con franco propósito de defender intereses y visiones ­convenencieras.

Gabriel Zaid hizo un listado de punzantes frases de AMLO dirigidas a sus opositores. Fueron, sin duda, apabullantes. Este escritor soslayó las suyas propias y las incontables que el aparato comunicativo y su activa, y repetitiva opinocracia le encajó hasta con resonante saña. Empezando por esa tontería de Krauze: mesías tropical. Pejelagarto le antecedió para encabezar el desgrane de otros miles de epítetos adicionales. Autoritario, dueño de Morena, amenaza contra la libertad de expresión y la de asociación. Un peligro contra México tuvo primero resonancias efectivas aunque luego, por desgaste, disminuyó sus efectos negativos. Populista sigue como etiqueta activa. La tropelía del agente del comunismo ruso fue resuelto, en su falsedad rampante, con una socarrona frase, Manuelovich. Ignorante, naco, ambicioso desmesurado hasta pregonar igualarse con héroes consagrados. Provinciano sin mundo, contradictorio, de doble discurso y personalidad, dueño de propiedades de gran lujo y un sinfín de epítetos que le fueron encajando con singular alegría y desparpajo durante sus cometidos tras la Presidencia.

Lo esencial de la crítica se dirigió, y aún continúa, para mostrar el endeble sostén financiero de sus propuestas por la urgente igualdad: elevación de salarios, pensiones a viejos, sueldos y oportunidades educativas a los jóvenes sin recursos, son causa de irritación congénita para los que se anuncian, hasta con desplantes histéricos como liberales. La oposición a propuestas básicas de energía, educación e infraestructura (nuevo aeropuerto) ha sido irreductible. Y así se puede pasar revista de una crítica suavizada en busca de su reacomodo. Los delicados pero frágiles intereses de los dueños de medios de comunicación forzarán internos recambios en el futuro cercano. Los privilegios fiscales son, todavía, el serio pendiente por nombrar y ejecutar. Sin estos ajustes no habrá igualdad que valga.