quién o a qué atribuir los intensos acontecimientos políticos registrados desde el domingo primero de julio? La respuesta que parece obvia y es que se deben a Andrés Manuel López Obrador, actor casi personal del triunfo. Y sí, indudablemente actuó como un catalizador que atrajo, conformó y agrupó fuerzas, opiniones, sentimientos y esperanzas, exhortando a aceptar como insignia la necesaria idealización de los valores del hombre, de sus anhelos, responsabilidades y fortalezas, en consecuencia, proponiendo una mejor vida comunitaria, aceptando que lo bueno, lo bello y lo justo son propósitos noblemente deseables.
Quizá de ahí la república amorosa como recurso orientador de reformas hacia una nueva visión de lo político. Aunque la utopía en su conjunto pueda verse como un sueño, para algunos sería útil para señalar la dirección que deben tomar las reformas políticas del Estado. El triunfo de AMLO significó la liberación de una energía negativa comprimida por décadas que él transformó en esperanza, entusiasmo y compromiso, lo que la razón de la República hizo suyo. Fue la razón de la República la que convino con la patria el mitigar su precariedad y ennoblecer sus condiciones de vida. AMLO sugiere que la patria es impecable y por ello se le debe custodiar con sentido de honor, amor y esfuerzo. Esto es algo que merece ser percibido e imitado por todo ciudadano que quiera participar en la renovación nacional.
En este esfuerzo no se debe hacer ninguna consideración, que sería ya inoportuna, a lo justo o lo injusto, lo piadoso o lo cruel, lo laudable o vergonzoso, la virtud o el vicio de nuestra vida pública, sino que, dejando de lado cualquier juicio de soberbia, se ha de seguir aquel camino que salve la honra de la patria, mantenga su libertad y asegure su prosperidad.
La propuesta de un nuevo proyecto de nación es en esencia un llamado a la reconciliación, al esfuerzo y la creatividad conjunta. Se necesita del concurso de todos en el bien de todos. Es imprescindible que se acepte que los niveles de impunidad, corrupción, violencia y desigualdad son ya insoportables. El pueblo asintió a ello expresándose en las urnas. Fue la razón de la República la que ganó.
Fruto inesperado del proceso es la hecatombe que se dio sobre el PAN que quedó fracturado internamente y ahora ¡todos contra Anaya! El PRD que se hizo humo y el PRI, cuyos dinosaurios mayores quieren pasar la factura del fracaso a EPN y ex presidentes del partido, librándose ellos de toda culpa. Otro costo para ese partido es que no sólo falló el candidato presidencial, sino que decenas de semidioses se quedaron chiflando en la loma, ellos que ya se sentían una vez más concesionarios del poder y su dinero.
Más lo mordaz de la memoria de estos hechos no debe ser permanente. Ningún país puede transitar hacia el futuro deseado sin un sistema político confiable. Así que, dentro de las mil tareas pendientes para todos, está la reconstrucción de las instituciones, la que debe iniciarse desde dentro, venciendo los prejuicios, las redes de intereses que se expresaron en la terrible exhibición de podredumbre que se ejerció para apropiarse del voto negociable. Si se deseara demostrar la miseria política que nos avergüenza, bastaría con observar el proceso electoral. Por eso debe aprovecharse la inercia del momento para iniciar la regeneración. El panorama de mediano y largo plazos para México, escala a la que se mueven los países desarrollados, es una invitación a enfrentarlo con esperanza, resolución y valor. Nada será ni rápido ni fácil, pero sí puede tener un logro luminoso.