adie sabe el costo que ha pagado México por la llamada guerra contra las drogas. Son muchos años y la contabilidad empezó recién. Cuántos simples ciudadanos muertos, o beligerantes, fueran narcos, policías o soldados. Cuántos millones de pesos gastados, cómo se ha deteriorado la imagen del país ante el concierto internacional, cómo se ha agravado la relación con Estados Unidos, cómo se ha degradado la cultura nacional de valores cívicos, cómo ligaduras de la familia patria se están desbaratando. Es la guerra que no ganaremos, algo que sólo los ciegos no quieren ver.
Gobiernos nacionales y extranjeros desacertaron en el enfoque, así han seguido desde casi 50 años y el equívoco reventó en estos 12 años, pero hay muestras de cambio: Canadá ha despenalizado el total de la mariguana en la totalidad de su territorio, la comercializadora Tilray ya entró muy rentablemente a la bolsa de EU y Uruguay puso el ejemplo, para no ir más allá. Al inicio del problema, si alguien sabe cuándo fue, sólo se percibió su faceta delincuencial, los mariguaneros, los gomeros, los amapoleros de los años 60-70 en Sinaloa y Durango eran malos por definición. Simplemente había que acabarlos, no se preguntó por qué delinquían, nadie vio los alcances del problema en sus graves componentes socioeconómicos.
Es hora de cambio, resaltando que los anuncios hechos por la futura Secretaría de Gobernación advierten sobre el papel de la liberalización, que es de coadyuvante en el esfuerzo de reconciliación, pero que nunca han expresado que una apertura inteligente de las drogas vaya a resolver el problema de la violencia. El problema es simultáneamente de prevención vía educación escolarizada y familiar, de salud, de armonía social, de atención jurídico-penal y de cumplimiento de compromisos internacionales. Hay que abrir el abanico.
No se ha afirmado que las drogas, en su cadena producción/consumo sean recomendables. Se trata de establecer un enfoque sensato, empezando por la mariguana y despenalizando la producción de amapola con la mira de darle un fin terapéutico, como lo hacen 18 países con beneplácito de la ONU. Otro día se hablará de algunos sicofármacos de muy amplio consumo en la clase media y adinerada, hoy legalmente controlados: estimulantes, ansiolíticos, hipnóticos y antidepresivos, principalmente.
La cadena de las drogas perjudica a todos. El campesino que la produce, el intermediario explotador del campesino, el cártel comerciante internacional, todos actúan de manera antisocial. Sufrimos la deformación de ciertos mercados como el inmobiliario o el financiero, la corrupción de autoridades y particulares. La cadena extiende sus actividades a obtener recursos del tráfico de personas y de armas, el secuestro, la extorsión, la trata de blancas, lavado de dinero y contrabando.
Todo ello actúa contra el bienestar social, abona a la voracidad material del delincuente, disgrega a la sociedad y anula sus valores. Se afecta el respeto a la autoridad, la paz social y con ello la tranquilidad y autoestima ciudadana, creando entre todos ellos una imagen de un pueblo desgobernado y hundido en el delito. Y ¿ante este oscuro panorama, se advierte un horizonte promisorio?: ¡No! Lo que se advierte es un empeoramiento de ello, por eso y por razones humanitarias, hay que restar presión al drama.
La propuesta de despenalizar no es sencilla de ejecutar. El primer embrollo lo encontrará en proponer un programa de manejo legal y administrativo de la innovación en un mundo de mil facetas, incluyendo algo que hoy parece ajeno: el régimen fiscal. El siguiente sería el conservadurismo social. Si la propuesta se dirime mediante una consulta popular, demos por hecho que la respuesta puede ser ¡no! Una negativa no sólo sería perder la oportunidad, sino estigmatizar el tema para mucho tiempo. Recuérdese el tema del aborto. Siguiente conjunto a considerar serían los tratados internacionales que nos tienen condicionados como parte que son de nuestra legislación.
Sin nuevas perspectivas seguiríamos presenciando un escenario siniestro: la mutación del modelo de país que nos es tan íntimo hacia uno detestable. A esa mutación la nutren la desigualdad, la impunidad, la corrupción, la violencia y la ineptitud oficiales. Esta es la simple razón de diseñar escenarios distintos que sin falsos pudores resten presión a la situación y así coadyuven al esfuerzo de la reconciliación, por todo ello, ¡bienvenida la innovadora propuesta!