Treinta almas
na aldea de fantasmas. Para la realización de Treinta almas (Trinta lumes, 2018), la gallega Diana Toucedo, quien reside en Barcelona, regresa a su región natal en la sierra de Caurel, en Galicia, para narrar, en un documental con rastros de ficción, la historia casi sobrenatural de la lenta desaparición de un pueblo y la permanencia, entre los pocos sobrevivientes –apenas 30 almas, las 30 luces a que alude el título original de la cinta–, de muchas otras presencias del pasado, los desaparecidos siempre vivos, que mantienen encendidas las tradiciones lugareñas.
Hace poco más de una década, 14 años para ser precisos, otra directora española, Mercedes Álvarez, regresó a su vez a su pueblo natal de Aldaseñor, entre San Sebastián y Madrid, para describir en su documental El cielo gira (2004), en clave naturalista, la vida cotidiana, las rutinas y tradiciones, que los últimos 14 habitantes del lugar mantenían todavía vivas.
Lo que ahora acomete Diana Toucedo es parte de un mismo esfuerzo por reivindicar el poderío y resistencia de una cultura ancestral (aquí la herencia celta con algunas de sus creencias y sus mitos y sus señas muy específicas), frente a cualquier proyecto de modernidad y globalización que diluya las identidades.
Alba Arias, la adolescente en torno a quien gira, de principio a fin, la escueta trama de la cinta, bien puede ser un espíritu inquisidor de esas cuestiones culturales o simplemente la figura más visible de los celosos guardianes de la tradición que aún rondan, insepultos o confundidos entre los vivos, por la comarca semivacía del Caurel.
Sea lo que fuere, la realizadora capta las esencias del paisaje rural, documenta la renovación del culto inquietante a los muertos, la mezcla de admiración y espanto que éstos siguen produciendo entre los vivos, su manera de tomar posesión de las granjas y las casas, creando en la película una sensación de sobrecogimiento inexplicable.
Una forma de animismo determina el tono y el estilo de la fotografía de Lara Vilanova, remitiendo de nueva cuenta a algunas de las secuencias memorables, en su melancolía seca, de El cielo gira, la cinta que pretendía haber filmado el lugar más despoblado de toda España y, sin embargo, muy a su manera, uno de los más vivos.
Treinta almas es una película menos hermética de lo que parece en una primera impresión. Convida al espectador a suspender su credulidad y su escepticismo, a descreer también, por un momento, de sus certidumbres sobre las bondades de la modernidad, y a adentrarse en un territorio de fantasmas desde el que se cuestiona, de modo novedoso, la fragilidad de algunas de nuestras conquistas civilizatorias.
Se exhibe en la sala 8 de la Cineteca Nacional, a las 12:30 y 18:15 horas.