lgo muy profundo está ocurriendo en la política de Estados Unidos, y no necesariamente tiene que ver con los infortunios de millones de estadunidenses por el efecto de un gobierno que ha decidido romper todo tipo de protocolos civilizados y ahondar la división en su sociedad. La referencia tiene que ver con la llegada de una generación de jóvenes políticos, y otros no tan jóvenes, al Partido Demócrata. Hay quienes consideran que las reformas, encabezadas por los líderes de ese instituto político, que dieron paso a un impresionante bienestar y crecimiento de las clases medias a mediados del siglo pasado, se han vuelto obsoletas o simplemente dejadas de lado.
El reto de esta nueva generación de políticos ya ha dado sus primeros frutos. Ejemplo de ello es Stacey Abrams, una joven negra quien sorpresivamente ganó la nominación del partido demócrata a la gubernatura del ultraconservador estado de Georgia, y disputa de igual a igual las preferencias de voto al candidato del partido republicano.
En esta ola de jóvenes políticos destaca la joven Alexandria Ocasio-Cortez. Su cometido, tal como lo expresó en un discurso en la ciudad de San Francisco, California, es plantear la necesidad de un cambio de rumbo en la política del Partido Demócrata. Alexandria emocionó a miles de personas por su lenguaje fresco y directo cuando dijo: “No debemos tener vergüenza en repetir que cientos de miles de estudiantes han hipotecado su futuro para poder cursar una carrera; no debemos avergonzarnos de gritar que no ganamos lo suficiente para pagar la renta; tampoco de expresar nuestra frustración porque no podemos consultar a un médico debido que no alcanza nuestro ingreso para pagarlo. El no decirlo –continuó– contribuye a perpetuar este estado de cosas; llegó el momento de decir que muchos americanos ganan menos de 30 o 40 mil dólares al año en el país más rico en la historia de la humanidad, y que su gobierno es incapaz de remediar esas lacras”.
A lo largo de su campaña para representar uno de los distritos más populares de la ciudad de Nueva York, no ha tenido reparo en considerarse como una demócrata socialista y, a pesar de su corta edad, entender que su futuro, al igual que el de tantos otros jóvenes que dan los primeros pasos en el pedregoso terreno de la política, está en respetar e incorporar lo que funciona y cambiar lo que ya no es útil en estos tiempos de cambios radicales. Como diría la conseja mexicana: cambiar el agua, pero no tirar al niño con el agua sucia
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La madurez que ha demostrado en sus relaciones con los políticos más tradicionales de su partido pudiera ser el puente indispensable entre diferentes generaciones de políticos, para evitar una división que fracturara su partido. Es, además, un buen signo para enmarcar la discusión que en el Partido Demócrata se ha abierto sobre la forma en que se deben enfrentar los retos de la creciente desigualdad, la pobreza y el desgarramiento del tejido social en la Unión Americana. De la estrategia que se derive de esa amplia discusión, dependerá la posibilidad de que los demócratas recuperen alguna de las cámaras legislativas en noviembre y la presidencia en 2020.
Los vientos de cambio también parecen haber llegado al partido que actualmente gobierna Estados Unidos. La necesidad de redefinir al verdadero conservador
es cada vez más urgente. Así lo han expresado connotados y respetados políticos, académicos e ideólogos conservadores para quienes es necesario recobrar la esencia de ese pensamiento. El problema, según observa David Brooks, es que quienes rechazaron el conservadurismo inhumano del fundamentalismo de mercado han optado por el tribalismo salvaje que caracteriza a Donald Trump (New York Times, junio de 2018). Habrá tiempo de hablar del significado y alcance de esa redefinición.
Los cambios son inminentes, y la sociedad estadunidense espera que sean para bien.