n las cuestiones que tienen que ver con la sociedad cada uno se fragua sus propias verdades. Existen los hechos, por supuesto, pero la manera en que los seleccionamos, los ordenamos y jerarquizamos, y luego los ensamblamos para determinar sus significados es un asunto bastante complejo.
Ese trabajo lo acomodamos usualmente de una manera conveniente para nosotros. Así es fácil y para muchos más reconfortante.
En muchas ocasiones, demasiadas infortunadamente, no se requiere siquiera de hechos verificables, bastan las declaraciones, opiniones, arengas y chismes, que pululan en el ambiente, para construir las verdades que perseguimos, conformadas también por nuestros prejuicios.
De tal forma se forjan las creencias, los pensamientos y hasta las convicciones. De ahí se desprenden, también, nuestros actos y omisiones.
Hablar de la verdad es por decir lo menos muy problemático. Y solemos admitir sólo muy poco relativismo; le concedemos a los otros escasa credibilidad en lo que afirman y rechazamos lo que hacen, muchas veces de modo violento.
La política está hecha de esto, la historia lo muestra claramente. Hoy es un tema cotidiano y está representado a las claras por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Este es un caso sobresaliente, pero desde luego no único.
En los mítines que organiza ahora para convocar el voto en las próximas elecciones para el Congreso ha aparecido un grupo que se identifica por las pancartas y letreros inscritas con la letra Q
.
Q
se refiere a un tipo de acceso a la información restringida del Departamento de Energía de aquel país, considerada como clasificada y que se compara con el de la Defensa en materia de top secret.
Quienes exhiben ese signo o siguen esta nueva tendencia creen que los mensajes enviados por medio de la redes sociales en QAnon provienen de un activista seguidor de Trump que tiene acceso a información privilegiada y la divulga.
Se trataría de alguien que supuestamente exhibe la lucha del presidente en contra del denominado Estado Profundo (Deep State) que sería el núcleo duro del poder político y económico de ese país, representado prominentemente por intereses asociados con los Bush, los Clinton y Obama o el financiero George Soros, entre otros.
Creen que incluso el fiscal especial Müller, que lleva el caso de la posible colusión de Tump con Rusia para llegar a la presidencia, es, en realidad, una pieza de ese mismo enfrentamiento con el Estado Profundo.
Es una teoría de la conspiración. Una forma facilona de interpretar lo que ocurre en cualquier ámbito. Organiza los hechos y la información dejando pocos resquicios y permite adherirse con comodidad a una determinada interpretación de los hechos. Q
lo ha conseguido y su expansión es muy acelerada. Para Trump es una eficaz herramienta de poder.
Menos atención se pone, por ejemplo, en una confrontación políticamente relevante dentro de la élite de los grupos conservadores y especialmente dentro del Partido Republicano. Esta no requiere de conspiración alguna, es pública.
Se trata de una de las fuente más grandes de financiamiento para los integrantes de ese partido y las políticas públicas que prefieren alentar los magnates hermanos Koch. Son dueños de la segunda empresa más grande de propiedad privada de Estados Unidos.
El dinero de los Koch en la promoción política conservadora se usa con independencia. En la pasada elección presidencial señalaron que escoger entre Trump y Clinton era como decidir entre el cáncer y un ataque cardiaco.
Hoy están enfrentados con Trump y las políticas proteccionista y migratoria. Él los tilda de ser una broma y dice que ni siquiera quiere su dinero.
¡Pero es que todo esto se trata de dinero! Los Koch han retirado el apoyo a los candidatos republicanos que no representan sus intereses.
Entre las actividades de promoción de los Koch está el enorme monto de recursos que han destinado a promover su visión libertaria del capitalismo. Ese es el caso de su respaldo al programa de economía de la Universidad George Mason, que con sus fondos se ha vuelto una referencia obligada y muy influyente del espectro ideológico.
Jueces, altos funcionarios, profesores y estudiantes pasan por los cursos inspirados en las teorías de James Buchanan, formulador de una potente expresión de un sistema social que se ha conformado por décadas, provocado una crisis de gran dimensión y que puede asociarse con el retorno de las políticas nacionalistas y xenófobas que prevalecen hoy en Europa y Rusia incluida.