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Narrar el dolor: apuntes para una comisión de la verdad
G

uerra y narración tienen una relación antigua. Desde La Iliada hasta el Cantar del mío Cid, los poemas épicos son leídos primordialmente como la gloriosa historia de combatientes. En contraste, la relación entre dolor y narración es subterránea. Se refugia en el teatro, la poesía, y narra la historia de las víctimas. La Antígona de Sófocles es un ejemplo. En pleno siglo XX, frente a la imposibilidad de escribir después de Auschwitz planteada por Theodor Adorno, el poeta judío Paul Celan escribe un verso para su familia extinta: el cabello de mi madre nunca se hizo blanco.

Ya en el siglo XXI, el poema Memorial: una excavación de la Iliada, de Alice Oswald, y el ensayo La guerra que mató a Aquiles, de Caroline Alexander, hacen una lectura crítica de las epopeyas con la invasión a Troya. Oswald nombra, uno a uno, los muertos de la guerra. Alexander cita a Briseida, botín de guerra, como la voz de las familias devastadas.

México vive en guerra y hace falta narrarla. La militarización de Felipe Calderón en diciembre de 2006 abrió una nueva etapa de horror y silencio bajo el discurso de la seguridad. Desde la masacre de 12 jóvenes y un bebé en Creel hasta los recientes asesinados en Ciudad Juárez, vivimos el periodo más violento desde la Cristiada.

El discurso dominante del militarismo calderonista criminalizó a las víctimas no sin el apoyo de intelectuales y medios de comunicación. El surgimiento del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en el año 2011 rompió este discurso hegemónico y sirvió para ponerle nombre a muertos y desaparecidos. Durante las caravanas del movimiento varias familias tomaron por primera vez el micrófono.

Es significativo que un poeta, Javier Sicilia, se convirtiera en el aglutinante del movimiento. Su renuncia a la lírica fue compensada con la insurgencia de la oralidad colectiva: los relatos dolientes de miles de personas. Sin embargo, en México no se ha nombrado todo. De 2006 hasta la fecha han sido asesinadas más de 210 mil personas, 35 mil fueron desaparecidas y 330 mil desplazadas. El río de relatos oculto bajo los números espera por emerger.

Después de una guerra civil o de la caída de regímenes dictatoriales, las sociedades comienzan procesos inmediatos de verdad y memoria. Hoy, México está frente a la posibilidad de acabar con un modelo de seguridad y economía que transformó al Estado en monstruo de criminalidad e impunidad. El cambio más profundo que podría traer la nueva alternancia política mexicana es el surgimiento de un modelo de justicia transicional y una comisión de la verdad y la memoria.

La médula de estos procesos es el testimonio colectivo de miles de víctimas recopilados en informes finales que dan cuenta tanto de la dignidad de los supervivientes como de los mecanismos de la violencia. En Argentina, por ejemplo, la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas legó un documento que ofreció un número y nombre a las víctimas de la dictadura. La comisión fue encabezada por Ernesto Sábato, un escritor que durante su trabajo al frente de la comisión destacó la importancia de haber encontrado cartas y poemas de jóvenes desaparecidos.

Hoy, México se enfrenta quizás al proceso narrativo más importante en un siglo. Este reto de escucha ante sobrevivientes de la violencia reclama el acompañamiento de todos. En su texto Dolerse, Cristina Rivera Garza habla del dolor como un sentimiento compartido: tú me dueles. Dolerse es escribir de otra manera.

Contar esta verdad colectiva implica un trabajo de excavación. No sabemos bien a bien la entraña, el esqueleto, la estructura y el espíritu con el que ha actuado el monstruo de la guerra. El próximo esfuerzo narrativo implica recuperar archivos, entrar a centros de detención, encontrar lugares donde fueron perpetuadas masacres, abrir fosas, documentar métodos de tortura, formas de desaparición y, finalmente, determinar con análisis estadísticos y con enfoques transversales si existen patrones comunes en todo el territorio nacional para hablar de crímenes de lesa humanidad.

México no parte desde cero: familias en todo el territorio se han convertido en rastreadoras. La periodista Marcela Turati nombra el trabajo del gremio comprometido como una Comisión de la verdad en tiempo real. Existe, sin embargo, un peligro de simulación: la imposición del paradigma de la amnistía –olvido– y la exigencia de perdón antes de la justicia. México perdería entonces la oportunidad de realizar la auténtica transformación de su vida pública: relatar el dolor de la guerra.

Al comenzar el siglo XX, Walter Benjamin anunció en su ensayo El Narrador el fin de los contadores de historias. Decía que aquellos que venían del frente de batalla de la Gran Guerra regresaban mudos. Hoy, la narrativa resurge con una nueva tarea que va más allá de la transmisión de sabiduría: la defensa de la memoria. Aquí, la intención de supervivientes de la violencia quedará resumida en una frase que podremos pronunciar después de este proceso: México: ¡Nunca más!