l pulso de la vida cultural de un país se encontraba en sus revistas. Presencias y ausencias de autores en una publicación o en otra daban cuenta de ello. Pero sus páginas también hablaban de su financiamiento: si vivían de la publicidad oficial, si las apoyaba un grupo de empresarios o eran, como la revista Ulises, producto del mecenazgo cuya existencia habría sido imposible sin la aún poco valorada Antonieta Rivas Mercado, nuestra Victoria Ocampo.
Fernando Benítez fue el creador de los suplementos culturales y el director del célebre México en la cultura, que ha sido, hasta el momento, la mejor publicación cultural mexicana y entre cuyos habituales colaboradores se contaron Alfonso Reyes, Octavio Paz, Juan Rulfo, Carlos Pellicer, Elena Poniatowska y un largo y prodigioso etcétera que incluye a dos jóvenes escritores de entonces que tomaron su estafeta: Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco.
Benítez, con ese suplemento impecable que daba cuenta de que su director, en efecto, reconocía el talento como se ufanaba, mantuvo su independencia hasta que lo echaron del diario Novedades. A México en la... no lo desapareció la inercia, la pérdida de calidad, la grilla interna sino un reportaje de Carlos Fuentes sobre Cuba que Benítez se empeñó en publicar.
El cierre de Plural, la revista de Octavio Paz, terminó no por diferencias con Excélsior, el diario que la publicaba, sino por la censura del régimen de Luis Echeverría al diario. Por solidaridad con Julio Scherer el poeta y sus colaboradores abandonaron Plural.
El caso de la revista Vuelta es singular. Contaba con publicidad gubernamental pero también con la de un grupo de empresarios a los que el banquero José Carral, amigo del poeta, sensibilizaba sobre la importancia de apoyar un foro de cultura y reflexión de primer nivel.
Naturalmente el prestigio internacional de Octavio Paz y su revista facilitaron que autores importantes de todo el mundo colaboraran en esa publicación.
Pese a todo las tentaciones autoritarias no siempre fueron conjuradas por el sentido común. Cuando Octavio Paz publicó, por ejemplo, un ensayo sobre la creación del mito de la Virgen de Guadalupe, un empresario le pidió al poeta que descalificara en un comentario editorial el texto que había publicado o se atendría a las consecuencias. Paz lo mandó a volar y ese empresario obsesionado con el poder retiró la publicidad de Vuelta. La revista resistió el embate y la publicó el poeta hasta su muerte.
Hoy las revistas literarias son las que vemos en los puestos de periódicos, pero también las que se diseminan en blogs en el ciberespacio.
Las nuevas formas de escritura, los nuevos intereses de los jóvenes escritores y lectores se han estado mudando paulatinamente de la página impresa a la página digital por un motivo: la libertad que permite la Internet y la democratización de los espacios públicos.
El mercado y la Internet señalan un punto de ruptura de las revistas literarias. Se seguirán publicando, claro, pero han dejado de marcar directrices. Ya no son referencia indispensable: la multiplicación de foros hacen de las voces de sus colaboradores unas más en el multitudinario coro de la web.
Y el mercado también ha contribuido a ello. Si a un autor inglés o español sólo podíamos leerlo en el suplemento de Benítez en los años 70 o en alguna revista de Octavio Paz, ahora podemos leerlos, gracias a la Internet, en todas la publicaciones en las que colaboran y donde publican muchas veces el mismo texto.
Pese a todo, la democratización de la nueva plaza pública nos permite leer a escritores con una propuesta literaria interesante que de otra manera, en otros tiempos, ni siquiera habríamos imaginado. Faltan, sí, medidores que separen el grano de la paja en las páginas digitales del ciberespacio... y en no pocas impresas.