Sábado 25 de agosto de 2018, p. a12
Conmemoramos el cumpleaños número cien de uno de los héroes del Disquero: Lenny Bernstein (Lawrence, Massachusetts, 25 de agosto de 1918-Manhattan, 14 de octubre de 1990).
Cantidades astronómicas de discos compactos se están imprimiendo en estos días a manera de celebración y de entre esos miles elegimos dos porque reúnen música escrita e interpretada por él e intérpretes insospechados como Bill Evans, Billie Holiday, Sarah Vaughan y Oscar Peterson.
Uno de esos dos discos elegidos retrata su manera de frasear, sello de identidad, emblema del artista estadunidense por antonomasia.
Sus versiones de las sinfonías de Beethoven son apasionantes y las lecturas varias que realizó de Gustav Mahler resultan inenarrables.
Además de escribir libros de poesía, tenía el don de la palabra inmediata: ‘‘Gustav Mahler escribió ocho sinfonías y la novena la escribió para mí”. Baste decir que fue enterrado con la partitura de la Quinta Sinfonía del compositor austriaco cruzando su pecho féretro adentro.
Si hay un músico apasionado, ese es Lenny Bernstein.
Pericia, destreza, genio, sus cualidades técnicas están coronadas por las flamas de la pasión. Personifica la frase de Jeanne Moreau: ‘‘siento debilidad por los hombres devorados por la pasión”.
Verlo dirigir fue un gran premio. Dos veces en México, la primera en una visita del entonces presidente James Carter y a él y a López Portillo los calló Lenny Bernstein desde el podio, donde volteó a verlos hacia el palco presidencial del Teatro de la Ciudad, con sonoro sshhhh!!! y el índice en la boca en franco regaño público porque aplaudieron cuando apenas había concluido el primero de los cuatro movimientos de la Quinta Sinfonía de Beethoven.
Lo mejor fueron los ensayos. Dos mañanas para poner a punto Salón México, de Aaron Copland. Cuando la oboísta de la Filarmónica de la Ciudad de México logró el giro mágico que pedía Lenny, recibió un beso en la boca del director, quien bajó desde el podio y camino hasta media orquesta, emocionado, para felicitarla con sonoro ósculo.
Al final del segundo de los ensayos, bañado en sudor, Lenny besó a un señor flaco, flaco, alto, muy alto, quien caminó en la penumbra desde el foyer hasta el proscenio, envuelto en ánimas y anonimato. ¡Era Aaron Copland!
La otra escena de Lenny en México sucedió en la Sala Nezahualcóyotl: en la primera fila salíamos disparados hacia arriba desde nuestros asientos cada vez que Lenny brincaba en el podio y hacía sonar la batería de timbales: Le Sacre du Printemps. De antología. De leyenda. Y al final del concierto, en su camerino, bebimos de su whisky en la hermosa copa de oro con la que viajaba, bañado en sudor, su típica toalla blanca en el cuello. Todo sonrisas y alegría. Lenny era la onda.
Lenny, en el corazón.
Su concierto final, el del final de su vida, cumplió otra impronta: el artista de leyenda que muere en la raya, creando arte. Dirigía la Séptima Sinfonía de Beethoven cuando se sintió mal y presa de gran dolor terminó de dirigir la sinfonía envuelto en tormenta y pasión y así concluyó su vida. Un ataque al corazón.
Lenny en el corazón.
He aquí los discos que elegimos para su cumpleaños cien: Jazz loves Bernstein (Decca), de la serie ‘‘Leonard Bernstein at 100” y el otro se titula Leonard Bernstein. Gershwin. Rhapsody in Blue. An American in Paris.
Ambos están hermanados por el blues, esa música íntima de Estados Unidos. En el primer caso, desde el mero título y en el segundo también, pues tanto el vocablo jazz como ‘‘blue” aluden a la música primigenia, sólo es cuestión de añadir una ‘‘s”: Rhapsody in Blues.
El álbum Jazz loves Bernstein comienza en ensueño: la voz acariciante de Holiday canta el prólogo de Fancy Free, ballet de Lenny. Todo en estos dos discos es fiesta y embeleso. Jazz de primera categoría. Elijo el track 7 del segundo de estos discos como el mejor: Jet Song, con el Oscar Peterson Trio y el 4: Jump, con el Bill Charlap Trio. De antología.
Vertebran ambos discos las danzas románticas, juguetonas, sensuales, chispeantes de West Side Story, en versiones varias e insospechadas, con voces de lujo: Sarah Vaughan, Eric Reed, Mel Tormé, Bobby Scott, Carmen McRae.
El otro disco elegido para el cumpleaños cien de Lenny también es representativo al cien por cien: Rhapsody in Blue y An American in Paris, con Lenny dirigiendo y tocando el piano al mismo tiempo.
Sensualidad, cachondería, lujo de lujuria. He ahí las cualidades máximas de este gran pensador de sonidos.
Al escucharlo podemos imaginarlo, o bien verlo en videos de YouTube, bailar sobre el podio, sudar a mares, cerrar los ojos, abrazarse y abrasarse. Consumido por las llamas de la pasión.
Además de las dos obras de Gershwin, Lenny dirige en este disco imprescindible dos suites sinfónicas a partir de obras escénicas: las majestuosas Danzas Sinfónicas de West Side Story y la Suite Sinfónica de On the Waterfront.
En esta versión, a diferencia de la –recomendamos ampliamente– versión de Gustavo Dudamel con la Orquesta Simón Bolívar, la partitura aún no contenía la indicación para los músicos en el pasaje indicado, para que a coro griten: ¡mambo! Sin menoscabo del guiño, la cadencia de cadera, la sabrosura de los ritmos, el ritual del mambo y el chachachá inundan las bocinas y el cuerpo se levanta y nos ponemos a bailar. Vea y disfrute querida lectora, amable lector, la versión de Dudamel y el baile de los muchachos bolivarianos, puede usted tranquila y alegremente corear, luego de degustar varias versiones sinfónicas de Pérez Prado, el lindo vocablo ¡mambo! Al final de esta serie de videítos, son sólo nueve minutos, pero minutos de placer. Es más, grite ¡mambo! Y baile. Bailemos:
Este es el espíritu de Lenny, así de gozosa es su música. Además, para mayor simpatía, era gozosamente de izquierda, bautizado ‘‘el radical chic” por el soplón de Tom Wolfe, quien lo espiaba al servicio del tenebroso Egard J. Hoover, mandón de la FBI.
A la izquierda del colibrí, ahí late el corazón.
Lenny en el corazón.
Feliz cumpleaños cien, amado Leonard Bersntein. Mi maestro, nuestro maestro.
Maestro del corazón.