alificados ya los procesos electorales y desahogados los recursos de las partes, la nueva orientación ideológica del Poder Ejecutivo y la composición de las cámaras federales, además de la nueva geografía nacional, arrojan una lección contundente: las tres organizaciones históricas de México deben reconfigurarse a fondo, transformarse de raíz, si quieren ser parte del andamiaje institucional del país para el siglo XXI. La extinción no es un escenario remoto.
La numeralia oficial, con las bancadas más reducidas en su historia tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado de la República, tanto para PRI como para PAN y PRD, no deja lugar alguno a las vacilaciones, las medias tintas, ni las postergaciones.
Congresos locales de mayoría distinta a la de esos partidos, dominados ampliamente por Morena en 19 estados, es también un mensaje demoledor para dejar atrás cualquier tentativa de simulación y gatopardismo.
Sano en una primera instancia renovar dirigencias en curso institucional, el desafío ahora es abrirse a la militancia para una revisión a fondo de la declaración de principios, el programa de acción y los propios estatutos de esas organizaciones políticas para democratizar sus métodos de elección y elegir una dirigencia legitimada y fortalecida, y actualizar su oferta política a las demandas de la nueva sociedad mexicana.
Los tres partidos tienen que revisar su presente para tener una oportunidad de futuro. Ese presente pasa por recuperar el apoyo de sus militancias tradicionales de adentro y rencontrarse con los amplios sectores ciudadanos de afuera, esos que esta vez se inclinaron masivamente por otra opción política emergente de apenas cuatro años de vida institucional.
En el caso del PAN, la decisión de renovar su dirigencia nacional ha sido anunciada ya. Varios grupos se aprestan a disputarse la conducción de lo que queda, con figuras cercanas al actual grupo dirigente y varias más críticas de su trayectoria reciente y sus cuentas electorales, monto nada despreciable pero lejano de la fuerza que tuvo en las últimas décadas en el gobierno o en la oposición.
Un error mayor a la severa reducción de su fuerza electoral sería, como han señalado connotados analistas y sus propios cuadros políticos, no entender el mensaje de sus bases y de la sociedad mexicana: asumir que no pasó nada, que el resultado fue un accidente pasajero, en una suerte de autismo político o sicología de negación.
Reconstituir la dañada unidad interna, luego de una serie de defecciones, exclusiones y expulsiones, es el primer reto. Ya en otras ocasiones, como luego del éxodo del Foro Democrático, de Bernardo Bátiz y Jesús González Schmal, en la década de los 90, el PAN ha sido capaz de reagruparse y emprender el vuelo.
En el PRD el desafío parece mayor, luego del desmembramiento de sus cuadros en favor de Morena y los cuestionamientos internos por la integración de sus cuerpos directivos parlamentarios, pero la crisis es también una gran oportunidad para revisar lo que no ha funcionado como en los otros dos casos y emerger como una importante fuerza política para coadyuvar a la construcción del México del futuro.
No tomar decisiones estructurales para este partido en sus distintas etapas, de Valentín Campa, Arnoldo Martínez Verdugo, Gilberto Rincón Gallardo, Heberto Castillo y Cuauhtémoc Cárdenas, entre otros, sería continuar la espiral descendente hasta dejar su importante lugar, ya de manera oficial, como referente indispensable de la izquierda mexicana, con sus antecedentes históricos, PCM, PSUM, PMS y ahora PRD.
En el PRI, partido constructor de las grandes instituciones que crearon el México diverso, plural y urbano de nuestro tiempo, el desafío es erigirse nuevamente desde sus fuertes bases sectoriales y territoriales, sumando ahora sí a los estratos emergentes ciudadanos para defender con una buena posición de legitimidad y fuerza un nuevo proyecto de nacionalismo y modernidad desde los valores de la socialdemocracia.
Pero la legitimidad de su voz opositora y constructiva sólo puede provenir de una transformación profunda impulsada desde su base horizontal, no desde el vértice de la pirámide. Un amplio debate en todo el territorio nacional para definir el rostro y el espíritu del nuevo partido que demandan las nuevas realidades sociales y, en especial, las nuevas generaciones.
Sólo la democracia interna para procesar sus decisiones, comenzando por el método para elegir a sus cuadros directivos a todos niveles, permitirá al PRI recuperar la credibilidad para volver a encabezar gobiernos y congresos, ahí donde la voluntad ciudadana optó por otros senderos en la emblemática elección de julio pasado.
Sólo la disposición para escuchar y conjugar las múltiples y variadas voces del partido podrá oxigenar la vida interna de un PRI fuerte que sirva, desde una oposición provista de ideas, a la construcción de las bases de un México que resista las amenazas, inéditas por su altisonancia en la historia moderna, de una derecha trasnacional neofascista, avasallante y violatoria de los derechos humanos.