os presidentes de México y de Estados Unidos, Enrique Peña Nieto y Donald Trump, respectivamente, anunciaron ayer que sus respectivos equipos alcanzaron un acuerdo para renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) al margen de Canadá, e hicieron votos para que las autoridades de ese país se adhieran a lo acordado. Está previsto que hoy la ministra canadiense de Relaciones Exteriores, Chrystia Freeland, llegue a Washington para proseguir con las negociaciones.
Nuestro país ha conseguido en aquel algunos aspectos positivos, como la eliminación de la cláusula de terminación que había propuesto inicialmente Trump (l cual será remplazada por revisiones cada seis años), salvaguardas en materia de soberanía energética y un alza vinculatoria de los salarios para trabajadores mexicanos en la industria automotriz.
Adicionalmente, el mero anuncio introdujo de inmediato un factor de estabilidad en los movimientos financieros y mejoró significativamente la posición del peso mexicano en su cotización frente al dólar estadunidense.
Pero no todo en el convenio resulta reconfortante. Inquieta, por ejemplo, que México se haya comprometido a importar un número mayor de productos agrícolas estadunidenses, lo que podría comprometer la recuperación de algunos sectores del agro mexicano.
Al margen del optimismo oficial –compartido por el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador– ante lo acordado ayer, este paso debe ser visto con cautela, pues no existe certeza alguna de que Canadá apruebe los términos del documento, lo que podría dejar a ese país septentrional al margen del bloque comercial y, en la práctica, significaría su extinción y su remplazo por un instrumento comercial estrictamente bilateral.
Tal perspectiva resulta preocupante por cuanto nuestro país dejaría de estar en un trinomio conformado por una economía fuerte, una intermedia y una débil –la nuestra–, con todo lo que eso significa en materia de alianzas coyunturales, de contrapesos y de diversificación de los vínculos comerciales –por más que los méxico-canadienses sean los menos significativos hasta ahora– y quedar atrapado en una sociedad con la superpotencia económica en condiciones de evidente asimetría.
No debe olvidarse que, si bien Canadá ha distado mucho de hacer causa común con México ante Washington en las negociaciones en curso, para el gobierno de Trump resulta más ventajoso, en principio, negociar de manera aislada con sus vecinos del sur y del norte que hacerlo en un contexto trilateral.
Así pues, cabe esperar que las autoridades nacionales –tanto las salientes como las entrantes– realicen un intenso trabajo diplomático para persuadir a las autoridades de Ottawa de volver a la mesa de negociaciones y reconstituir lo que ha sido, hasta ahora, el bloque económico de América del Norte.