n enero pasado, Rafael Pacchiano, quien todavía cobra como titular de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), aseguró que la vaquita marina no va a desaparecer porque se mantiene una estrecha vigilancia en el Alto Golfo de California y se han recolectado muestras de su sangre y tejido para investigarla. Un mes después el funcionario cuyo único merito es militar en el Partido Verde (hasta hace poco aliado del PRI) recibió la propuesta de varias organizaciones civiles para blindar
el refugio de los últimos 30 ejemplares que quedan en el mundo a fin de que se reproduzca en su hábitat natural. Es la enésima propuesta que se hace con tal propósito. Como respuesta, la Semarnat anunció que iniciaría el proceso legal para proteger la zona donde vive la vaquita. La idea es restringir las actividades pesqueras, incluso la navegación con cualquier fin, excepto la vigilancia.
Durante años se dijo que las causas fundamentales para que el cetáceo más pequeño del mundo estuviera en peligro de extinguirse para siempre eran la corrupción y la desorganización burocrática responsable de protegerla. Ahora hay otra muy poderosa: el crimen organizado que controla la pesca de totoaba, especie protegida por las leyes mexicanas desde hace lustros y en peligro de desaparecer por sobrexplotación. La vaquita queda atrapada en las redes en que se captura la totoaba. Pero su buche se exporta a China, donde creen que tiene propiedades medicinales y afrodisiacas. Un kilo de buche de totoaba cuesta unos 8 mil 500 dólares en México. Ya en China, muchísimo más. Así los pescadores ganan en pocas jornadas de trabajo lo que en un año. Según el gobierno federal, la comercialización de esa parte de la totoaba la controlan bandas criminales.
Esta nueva realidad muestra el fracaso de los programas oficiales para evitar la captura de ambas especies. Los han anunciado cada sexenio e incluyen recursos para alentar otras actividades productivas entre los pescadores de la región del Alto Golfo de California. En los dos sexenios recientes se destinaron más de mil 200 millones de pesos a programas alternos para desalentar esta práctica entre los pescadoresy así evitar la extinción de la vaquita y la totoaba. En defensa de la primera se ha pronunciado hasta Leonardo DiCaprio, pero él no es mago, apenas excelente actor.
El mes pasado el titular de la Semarnat, Pacchiano, hizo en Los Pinos un balance del trabajo desarrollado por la institución a su cargo en este sexenio. Confirmó lo que los científicos ya habían descubierto: apenas quedan alrededor de 30 ejemplares. Negó que fracasaran los esfuerzos por recuperarla. Y anunció algo que, de ser necesario y si se realiza exitosamente, no dudo de que sus autores recibirán el Nobel: clonar la vaquita, con lo cual desaparece el peligro de que se extinga. Pacchiano dijo que ya tienen todo listo para realizar esa tarea. Mas aclaró que, lamentablemente, en nuestro país no existen los recursos para hacer esta clonación (aunque nos hubiera gustado), pues las muestras de tejido y sangre, además de la estructura genética están en el Zoológico de San Diego y eso abre las puertas a escenarios inéditos
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No está de más recordar a los lectores que hace 70 años se establecieron las primeras medidas para regularizar la pesca de la totoaba, en cuyas redes queda atrapada la vaquita. Tampoco sobra señalar que hace 25 años, en el sexenio del presidente Carlos Salinas, se aunciaron estrictas medidas a fin de garantizar la existencia de ambas especies, ya entonces en peligro de desaparecer. Y para que tal cosa no sucediera, se prohibió la pesca en la zona núcleo de la reserva de la biósfera del Alto Golfo de California y el delta del río Colorado.
Tantas medidas oficiales y tanto dinero público dedicado a proteger esas dos especies; tanta campaña internacional en pro de la vaquita marina, cuando la solución la tenía superguardada el señor Pacchiano y la reveló cuando está a punto de dejar su cargo: clonarla. Esperamos que, por bien de la nación, a nadie se le ocurra clonar funcionarios de éste y otros sexenios.