onvulsionado, sacudido y expectante está el futbol mexicano con la llegada de Diego Armando Maradona al equipo Dorados de Sinaloa. Al instante generó una avalancha de opiniones de parte de detractores, adeptos y hasta fanáticos, pero muy pocos quedarán indiferentes. Es lo que provoca una figura de la talla del ex astro argentino surgido en Villa Fiorito.

Todos coinciden en señalar algo: no hay que esperar muchos resultados en el terreno deportivo, si la directiva del Gran Pez se quiere engañar, que lo haga. Es su gusto, su inversión. Llegó al país el Diego que se fascina por un fenómeno social, que incluso con sus vicios y manías está atento a lo que ocurre en el mundo. El triunfo de Andrés Manuel López Obrador le resultó un imán irresistible.

Poca gente del deporte se atreve a expresar una opinión más allá de su ámbito. La mayoría son héroes de las pistas y canchas, artistas en la plasticidad del cuerpo, pero mutilados por dentro –lengua cercenada y cerebro bloqueado–, habituados a repetir frases cuadradas en la derrota y en el triunfo. De por sí, el reglamento futbolero les prohíbe manifestaciones políticas y religiosas.

Diego armando Maradona ha sido un irreverente, un personaje acostumbrado a romper esquemas y así será hasta el último de sus días. Su estadía en Cuba, hace unos años, le inspiró para escribir Yo soy el Diego, bueno, quizá algo tenga que referir después de su paso por Culiacán. Maradona llegó al mundo en medio de la pobreza, pero nació para ser codiciado, pronto, apenas despuntó en su arte, lo supo.

El astro del futbol mundial todavía estaba en Argentinos Juniors cuando Europa, siempre hambrienta de talento, lo buscó. Clubes de Italia, España e Inglaterra lo cortejaron con ofertas de trabajo, viajes de lujo con gastos pagados. Eso fue en los albores, y muchos años después, a pesar de su polémica vida, su poder de fascinación persiste. El Dinamo Brest le dio trato a cuerpo de rey, con anillo de brillantes incluido.

¿A qué viene un adicto? cuestionan algunos. La moralina también es una enfermedad, una de las muchas que flagelan a este México ensangrentado, adicto a la comida chatarra, al estrés, a la obesidad y a la maternidad infantil, al alcoholismo y la corrupción... Y que tiene un futbol que puede hacer mucho, pero se cura el alma con frases huecas: Juega limpio, siente tu liga.

A fin de cuentas, cada quien se mata a su manera y en la dosis que le plazca. La realidad innegable es que la magia de Diego inyectó vitalidad, sembró furor no sólo en la liga de Plata que yacía en estertores, casi enterrada por los propios federativos que han limitado el ascenso a unos cuantos clubes; además, le da color a la Liga Mx, devaluada por la pausa del descenso.

El Tuca Ferretti es una buena apuesta para el timón de la selección nacional, pero no quiere porque sus 27 años dirigiendo en México le han enseñado demasiado, no sólo tiene la experiencia de sus interinatos, además, conoce la versión del periodo de Miguel Mejía Barón; para él están claros los turbios tejemanejes que siempre se han dado en torno al cargo.

Su alegato de lealtad a los Tigres es su mejor parapeto. Ricardo sabe que el seleccionador es segura víctima del timón tricolor. Al instante, se convierte en tiro al blanco de la prensa, marioneta de los patrocinadores, de las televisoras, de la ineptitud de los federativos, de la calendarización definida aquí y en Estados Unidos. Al técnico se le exige y cuestiona más que al presidente del país.

Ferretti se molestó ante la negativa de los osoristas – Chicharito Hernández, Andrés Guardado y Miguel Layún– para acudir al juego ante Uruguay, por eso aplaudió a rabiar a Luis Suárez cuando salió de cambio luego de aportar dos goles. Él, toda una estrella del Barcelona, no puso pretextos para vestir la playera celeste. El desnivelado partido no tuvo sorpresas y todo está listo para un choque más parejo, el martes contra el equipo de las barras y las estrellas.

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