Después de La fiesta, obra polémica que en 2017 llevó al Festival de Aviñón, ahora monta en París Gatomaquia
Jueves 13 de septiembre de 2018, p. 5
París. Varios gatos merodean por el vetusto escenario. Una joven baila el hula-hoop bajo la carpa de lona roja del pequeño circo gitano. En segundo plano, uno de los bailaores más consagrados, Israel Galván, derrocha talento en su nueva obra, Gatomaquia, que ayer estrenó en París.
El ‘‘bailaor de soledades’’ decidió esta vez actuar acompañado. Y después de La fiesta, estrenada con polémica en el Festival de Aviñón en 2017, y de exhibirse el sábado en la emblemática plaza de toros La Maestranza de Sevilla, buscaba un marco íntimo. Para bailar, sencillamente, ‘‘para cuatro gatos’’.
El coreógrafo sevillano, de 45 años, dio con lo que se reivindica como el último circo gitano del mundo, ubicado en pleno barrio de embajadas de París: una modesta carpa y varias caravanas, donde viven el patriarca, Alexandre Romanès, su familia de artistas y una decena de gatos.
No había previsto invitar a sus anfitriones al escenario para Gatomaquia, coproducido por el Thêatre de la Ville de París y del que es artista asociado. Pero el enfant terrible del flamenco, adepto de las apuestas arriesgadas, trabaja ‘‘mucho con la casualidad", según explicó al término del ensayo general, la víspera del estreno.
En la caravana
‘‘Era una oportunidad única: me dije: ya que pasas por aquí, estate un poco y comparte’’, explica Israel Galván, multipremiado y aplaudido internacionalmente, aunque a menudo criticado por los defensores de la ortodoxia del flamenco.
Así, seis años después de estrenar Lo real, obra sobre el exterminio de los gitanos por los nazis, el bailaor vuelve a salir en defensa de este pueblo, desde un ángulo presente y cotidiano.
Instalado en una de sus caravanas –desistió de su idea inicial de alojarse en el hotel–, Galván convive y ensaya con los Romanès la obra, que concluirá temporada el día 22 y tiene por vocación viajar a otros lugares.
Vibrante con sus pies desatados sobre el metal o la madera, expresivo y sensual con las manos, Galván hipnotiza por secuencias, interrumpidas cada vez que se echa a un lado para ceder el protagonismo a los habitantes del circo.
Así, empieza sometiendo con sus pasos calculados una mecedora metálica, antes de instar a Alexandre Romanès a abrir el baile de invitados. El patriarca llama entonces con un silbato a sus felinos, que lo rodean obedientes.
La ‘‘pincelada’’
‘‘Los gatos son la pincelada. Están aquí por libre, son los duendes del campamento’’, explicó Galván.
Durante la obra la esposa del patriaca, Delia, canta bellamente en su lengua gitana, una de sus cinco hijas baila el hula-hoop, otra exhibe dotes de trapecista y un yerno da unos pasos sobre las tablas. Este vaivén lo acompaña la guitarra de Emilio Caracafé –colaborador habitual de Galván–, si bien el bailaor también se entrega a palo seco.
Galván admite que en esta obra, durante la cual se pone delantal y zapatos rojos de mujer, hay espacio para la improvisación. Pero a la vez sabe muy bien adónde va. En el ensayo, las instrucciones las da él y son muy claras.
¿Qué acogida esperan? ‘‘No lo sé, como cada vez que hago obras nuevas. Pero el circo tiene un aspecto sicológico. Cuando la gente viene, se pone más relajada’’.
En cualquier caso, además de mostrar una firme convicción en su trabajo, los malos comentarios no parecen afectarle en demasía. Su último mensaje de su cuenta de Twitter, publicado en mayo, remite a una crítica negativa sobre La fiesta.