n Manhattan el mes de septiembre puede tener un significado que rima con la crueldad. Este próximo día 15 se cumplirán 10 años del colapso del banco de inversión Lehman Brothers. Esa quiebra ha sido la mayor en la historia del capitalismo (los activos de la empresa sumaban más de 640 mil millones de dólares) y marcó la erupción de la gran crisis financiera de 2008. Hoy el señor Richard Fuld, el entonces responsable de Lehman Brothers, sigue echando la culpa del desastre a los funcionarios del gobierno y a los reguladores de la comisión de valores. Fuld es hoy director de otra casa de bolsa llamada Matrix Private Capital y se embolsa millones cada año. Mientras tanto, este décimo aniversario transcurre con la prensa de negocios y muchos académicos al servicio del poder financiero coreando elogios a la recuperación.
Es cierto que en junio del año entrante la economía estadunidense cumplirá 10 años de crecimiento ininterrumpido. Muchos dirán admirativamente que es el periodo de recuperación más largo en ese país y Trump será uno de los primeros en reclamar el mérito de semejante proeza económica. Pero la tasa de crecimiento en estos años (2.2 por ciento) ha sido mediocre y esta será la primera vez desde la Segunda Guerra en que el ciclo ascendente no ha podido alcanzar ni un sólo año una tasa de crecimiento de 3 por ciento. Todo parece confirmar la tendencia secular hacia tasas de crecimiento cada vez menores.
Las cifras sobre desempleo son presentadas como prueba irrefutable de una recuperación robusta. Después de todo se han alcanzado tasas que son compatibles con una situación de pleno empleo. Pero esa conclusión es engañosa. Si el desempleo se pudo abatir de ese modo es porque una buena parte de la población en edad de trabajar desesperó y abandonó la búsqueda de un buen puesto de trabajo: esa gente no cuenta como desempleada. Además, todavía existe una fuerte proporción de empleos de tiempo parcial y otros que bien merecen la calificación de empleos chatarra por su mala calidad. Lo más grave es que los salarios apenas han comenzado a recibir algunos débiles aumentos y va a pasar mucho tiempo antes de que se pueda hablar de una verdadera recuperación en su poder adquisitivo.
Todo eso pasa a segundo grado cuando la Reserva Federal (Fed) y el Departamento del Tesoro exclaman triunfalmente el buen éxito de sus políticas no convencionales para rescatar la economía estadunidense. Destaca la inyección de 4 billones (castellanos) de dólares al sistema financiero para comprar activos chatarra y reflotar a los bancos y todo tipo de organizaciones financieras. Preferible salvar a los banqueros y sus secuaces que a los dueños de créditos hipotecarios, muchos de ellos víctimas de prácticas crediticias predatorias. La realidad es que los recursos entregados de esta forma al sistema financiero, bancario y no bancario, nunca se tradujeron en créditos para la economía real y mucho menos en inversiones productivas. Pasarán muchos años antes de las actuales políticas de normalización permitan reabsorber esos activos y restaurar a la Fed su postura normal.
Las burbujas creadas por la Reserva Federal a lo largo de los anteriores 20 años han servido para apuntalar la demanda agregada. En un contexto marcado por el estancamiento de los salarios (iniciado en 1973) la inflación artificial en el precio de activos como casas o acciones y otros títulos financieros permitió a una parte importante de la población mantener su nivel de consumo. Desde 1990 a la fecha podemos contar tres grandes burbujas: la burbuja de las empresas de tecnología a finales de la década de los 90 (dot.com), la burbuja de la gran crisis financiera entre 2003 y 2008, y ahora la gran burbuja llamada la burbuja de todas las cosas
. Esta denominación puede parecer extraña. En realidad se refiere a que la astronómica inyección de liquidez al sistema financiero mediante la flexibilización cuantitativa terminó por inflar artificialmente el precio de todo tipo de activos en un mercado de valores sobrecalentado: desde acciones del complejo FANG (Facebook, Amazon, Netflix y Google) hasta metales y criptodivisas. Pero al igual que en episodios anteriores, esta burbuja también reventará, sólo que el impacto será peor que el de las crisis que ya vivimos.
Dice T. S. Eliot, en su poema La tierra baldía, que abril es el mes más cruel. Puede ser. Eso depende de varios factores. Por ejemplo, en Europa, abril es sinónimo de la explosión de energía y belleza que acompaña a la primavera. Pero irónicamente abril también puede ser el más cruel porque la guerra suele renovarse en esos días, como en 1915: ya terminadas las nevadas y desaparecido el fango, la infantería y la caballería motorizada reanudan la ofensiva en medio de la primavera. En Manhattan, en cambio, el mes de septiembre estará asociado por siempre con la guerra económica y con millones de víctimas que perdieron empleos, un patrimonio y hasta la vida.
Twitter: @anadaloficial