Política
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Nosotros ya no somos los mismos

No se puede cumplir lo imposible // Legislatura de hace 40 años// La historia de Jorge Garabito

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▲ José López Portillo en un acto público en 2001.Foto Jesús Villaseca
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brí un avispero. Al plantear la reiterativa y generalizada demanda de información, sobre la problemática que aqueja hoy a este singular proyecto de comunicación independiente, responsable y comprometido llamado La Jornada, no me esperaba tener que contestar tantas preguntas o agradecer tantas expresiones de comprensión y apoyo. De aquí a que los términos de ley (que son fatales, me decían mis ya moridos maestros) se cumplan, todavía faltan días, por lo que cuento con tiempo suficiente para dar a conocer mis puntos de vista al respecto y tratar de aportar algunos elementos de juicio que permitan el conocimiento más completo y ponderado de esta extraña litis en la que por un lado, las partes, estando de acuerdo en muchos aspectos nada frecuentes en las relaciones obrero/patronales, difieren en la forma de resolver un punto de conflicto que rebasa a ambas: cumplir lo imposible.

Pues hecha esta aclaración paso a retirarme para conversar sobre un acontecido allá por 1977, asunto que poquito me apena y mucho me regocija: era el primer periodo de sesiones de la L Legislatura. Para que puedan ubicar mejor el momento se trataba del primer año de gobierno de José Guillermo Abel López Portillo y Pacheco.

Esa Legislatura, surgida básicamente de la voluntad política (mayoritaria) de Luis Echeverría y del presidente (algunos pincelazos, pero ninguna objeción), era como todas las anteriores: variopinta, pero muy formalmente representativa. Como siempre, tanto el PAN como el PRI, se aseguraban de contar dentro de sus filas a lo mejor del foro (y no me refiero en el que López Velarde quería alzar la voz y hacerlo nada menos que a la manera del tenor que imita la gutural modulación del bajo, sino del foro jurídico). Tampoco presumiré que compartí curul con Ulpiano, Solón, Papiniano, Kelsen, Montesquieu, Grocio o Pericles, pero sí con González Guevara, Rivapalacio, Villafuerte, Álvarez del Castillo, Manzanilla, Priego, Murguía, Pericles Namorado ( made in Veracruz) y, por supuesto, con un equipo panista presidido por un abogado, orador y polemista excepcional a quien acompañaban Garcilita, Peniche Bolio y alguien a quien se disputarían facultades y partidos: el obrero Jacinto Guadalupe Silva, que sin ser abogado y carente de estudios escolares elementales, con su inteligencia y conocimientos podía poner en graves predicamentos a todos los monaguillos de la Libre de Derecha. Con don Jorge Garabito a la cabeza, ellos ocasionaron en las filas priístas una hecatombe de tal magnitud, que de no haber sido el Pastor Mayor (léase presidente de la Gran Comisión), un viejo lobo de muchos mares, don Augusto Gómez Villanueva, la bancada priísta de esa Legislatura habría encallado irremediablemente. Ni durante las arduas discusiones en las que se forjó la primera gran reforma política (la de 1977), ni las que dieron como resultado la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales, ni las reformas que elevaron a rango constitucional el derecho a la información o el derecho al trabajo o la aprobación de la Ley de Amnistía de 1978 que benefició a 539 personas, causaron tal lloro y crujir de dientes como este capítulo casi olvidado, que paso a relatarles, y que forma parte muy importante de ese estrujón, de esa cimbrada de espíritu y conciencia que ha marcado desde hace 50 años a todos los mexicanos de bien: Tlatelolco.

Esa mañana, la sesión ordinaria de los diputados se había iniciado con el infaltable registro de los faltantes, con una ojeada (y una hojeada también), al acta de la sesión anterior y con el orden del día que vaticinaba una aburrida y rutinaria sesión. (El orden pronto se acercaría más a la orden del día, que significa la lista de quehaceres que se lee (que no se dice le, niño Nuño), en las mañanas en los recintos militares). Por eso nos resultó extraño que sorpresivamente, en uno de los puntos propuestos que luego pude comprobar, a nadie había llamado la atención, se registrara para hablar en contra, nada menos que don Jorge Garabito. Revisé qué podía alterar al líder panista y encontré que la iniciativa ya aprobada en comisiones, y que don Jorge impugnaba, consistía en una reforma que permitiera a los marinos que habían ocupado la secretaría respectiva recibir, a su retiro, los mismos beneficios, prestaciones, canonjías que sus homólogos de la Secretaría de la Defensa Nacional. Con una sagacidad de aplauso, Garabito cambió sus alegatos y argumentos cada vez que subía a la tribuna. Al terminar clavó con precisión su verduguillo en muchos de nosotros: Ustedes, los jóvenes que hace 10 años eran víctimas de la violencia de un gobierno represor y genocida, ¿pagarán con su voto aprobatorio la curul que disfrutan?

Por favor, ahora sí que por favor: déjenme contarles el desenlace el próximo lunes.

Twitter: @ortiztejeda