e acabó el tiempo. Las emisiones de gases de efecto invernadero deben reducirse 45 por ciento antes de 2030 para mantener el calentamiento global por debajo del umbral de 1.5 grados centígrados para finales de este siglo. Desgraciadamente, el más reciente estudio del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) muestra que después de permanecer constantes durante el periodo 2012-2016, las emisiones han vuelto a recuperar su ritmo de crecimiento. La atmósfera no va a esperarnos.
Pero parece que los intereses económicos pesan más que cualquier consideración. Dinero y riqueza contra atmósfera, esa es la contienda. En un mundo donde 10 por ciento de la población acapara 85 por ciento de la riqueza, la contienda es desigual: la humanidad entera y la biosfera serán los grandes perdedores.
La Conferencia de las partes de la Convención sobre Cambio Climático, que se lleva a cabo en Katowice, Polonia, no es una reunión cualquiera. En esta COP24 se presenta la última oportunidad para adoptar medidas efectivas que reduzcan drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
Ya es costumbre que los peores delincuentes en materia de contaminación sean también patrocinadores de las conferencias internacionales sobre protección del medio ambiente. La COP24 no es ninguna excepción. Las empresas de energía Tauron, JWS y PGE han sido nombradas copatrocinadoras de la conferencia: son de las compañías más contaminantes de Europa, porque sus plantas utilizan carbón. Katowice está situada en Alta Silesia, una de las regiones más ricas en carbón en Polonia, y en ese país 80 por ciento de la energía que se consume proviene de esa fuente de energía. Los problemas de contaminación en las ciudades polacas son testimonio de lo difícil que será la descarbonización de la economía. Pero invitar a estas empresas a ser copatrocinadoras de la COP24 es como convocar a los piromaniacos a apadrinar una conferencia sobre incendios.
El gobierno ultraconservador del partido Derecho y Justicia en Polonia ha sido moroso en su acción para transitar hacia otro perfil energético. Apenas ha adoptado el tímido objetivo de reducir su dependencia del carbón 60 por ciento para 2030, pero para colmo de males no ha presentado un plan detallado sobre cómo se va a alcanzar esa meta. En cambio, ese gobierno sí ha promovido una campaña antimigrante que le ha permitido consolidar su base electoral.
La COP24 debe sentar las bases para implementar el Acuerdo de París (resultado de la COP21, de 2015). Pero ese acuerdo no es más que una declaración de buenas intenciones de 200 países para reducir las emisiones de GEI, con la finalidad de mantener el calentamiento global este siglo por debajo del umbral de 2 grados centígrados (respecto de los años anteriores a la revolución industrial). Hasta el momento, los compromisos voluntarios adquiridos en el marco del Acuerdo de París son insuficientes y los modelos atmosféricos pronostican que el calentamiento global llegará a 2.7 grados.
La meta que recomiendan los científicos es inferior a 1.5 grados, si se quiere evitar una catástrofe de dimensiones planetarias. Si se mantienen las tendencias actuales en sólo 12 años, para 2030, el aumento de la temperatura global habrá alcanzado ese umbral. De no cumplirse los compromisos nacionales, para finales del siglo el incremento será de hasta 3.5 grados centígrados. En ese caso, el calentamiento provocará que varias fuentes de gases invernadero, en especial de metano, desencadenarán un proceso de causación circular acumulativa que podría llevar a la destrucción de la biósfera.
Dada la inercia en el sector energético mundial y la voracidad de sus agentes financieros, es muy probable que las metas nacionales voluntarias no se cumplan. Para solventar esos compromisos se necesitan cambios urgentes y de gran escala en los sistemas energéticos, el transporte y el manejo de suelos, bosques y manglares. La movilización de recursos es de una magnitud nunca vista en la historia de la humanidad. El capitalismo mundial está envuelto en múltiples contradicciones. Pero su desafío a la naturaleza promete arrastrar a la humanidad a la extinción.
La humanidad podrá seguir soñando con sus máquinas y artefactos que permiten producir masivamente, ir de compras y consumir hasta el cansancio. Pero el lenguaje del cambio climático y su hecatombe pronto a todos despertará. Sus palabras serán ásperas y groseras. Ciertamente no tendrán la forma de un discurso diplomático como los pronunciados en la COP24.
El campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau está a sólo 33 kilómetros de Katowice. Quizás los delegados de la COP24 tengan tiempo de visitar el museo de aquella catástrofe para recordar las palabras de Teodoro Adorno en 1946: Escribir poesía después de Auschwitz será una barbaridad
. Si no se revierten las tendencias actuales, escribir sobre el calentamiento global pronto será imposible.
Twitter: @anadaloficial