l año que termina pasará a la historia como el del cambio, el del primer paso de una transformación que esperábamos desde hace mucho tiempo y por la que durante varias generaciones hemos pugnado a partir de visiones políticas diferentes, pero coincidentes en un punto, en que el sistema que ha empobrecido y ensangrentado al país debe desaparecer. No todos los compañeros que conocí en el largo esfuerzo para cambiar de régimen político y de sistema injusto de distribución de la riqueza están aún para revivir la esperanza, alegrarse y respirar con algún alivio por la meta alcanzada.
A mí me tocó ser testigo y partícipe, gracia que reconozco y de la que me congratulo, que agradezco, es un privilegio que disfruto. Fueron muchos años de participar, de organizar, de hablarle a la gente, de escribir y ahora, al fin, en este 2018 las circunstancias propicias se presentaron juntas y se alcanzó el éxito, al menos el primer paso del éxito. Ya se ha dicho, pero no está por demás reiterarlo y tenerlo presente, los factores que coincidieron en el tiempo y en los lugares precisos, que el azar o la estrategia correcta o el favor divino o todo junto, hicieron converger, no son muchos pero muy importantes.
En primer lugar un pueblo defraudado mil veces pero nunca derrotado, siempre se levantó nuevamente, tomó aliento y volvió a intentar asumir su soberanía; un dirigente de temple, con espíritu firme y convencido, hombre de palabra, con inteligencia y dispuesto a perseguir la meta propuesta, aun con sacrificios; un equipo plural, diverso, de mujeres y hombres comprometidos con la misma causa, desde criterios y convicciones diferentes, pero todos con libertad, listos para aportar, meter el hombro y comprometerse en esta ya irreversi-ble transformación.
El tercer factor es el lamentable extremo de ineficacia y corrupción del sistema que ahora es desplazado; los del último tramo llevaron las cosas a un punto en el que no pudieron ya ni engañar a la gente ni engañarse; también cuenta el hartazgo al que empujaron al pueblo con su miopía y codicia, lo mismo a las clases populares que a las clases medias y a algunos de la élite económica.
2018 fue un año de cambios que fue-ron construyéndose con una sucesiva acumulación de esfuerzos, tiempo y paciencia. Uno de estos empeños, reciente, fue la Constitución de Ciudad de México, que marcó un cambio en nuestra historia, por que indicó, hace ya dos años, que el neoliberalismo debía ser sustituido por un sistema de solidaridad, libertad y democracia. Fue un aviso de lo que vendría un poco después y es que la capital, como ha sucedido otras veces, se adelantó a este momento estelar de 2018.
Otro motivo para sentir que respiramos un nuevo aire más puro es que el nuevo Poder Legislativo, la nueva mayoría, con una equilibrada composición de juventud y experiencia, se adelantó al gobierno y decreto el inicio de un proceso hacia la igualdad. Recordó el antiguo principio republicano, uno de los tres proclamados en la revolución francesa, la igualdad, mencionada siempre al lado de la libertad y la fraternidad. Este primer paso hacia la igualdad fue la aprobación de un tope a los salarios desorbitados que beneficiaban, hasta hace muy poco, a las cúpulas de las estructuras tanto de los tres poderes, como de muchos de los organismos públicos autónomos. Nadie podrá, de ahora en adelante, ser un funcionario potentado
, sirviendo a un pueblo pobre.
No son sólo los jueces, en todos los ámbitos del servicio público, incluida la educación superior, es necesario moderar la opulencia
según frase de Morelos en los Sentimientos de la Nación.
Y otro más, entre muchos motivos para considerar a 2018 como el año del quiebre hacia la justicia y la libertad, es el reconocimiento en la persona de Carlos Payán al periodismo independiente, crítico, profesional, heroico si es necesario, que ha significado La Jornada en la historia reciente de México. Para la libertad plena de los ciudadanos, la prensa libre, sin mordazas y sin compromisos vergonzosos por intereses pecuniarios, es indispensable. Lo es también para la democracia, que requiere información veraz y oportuna. Asimismo, lo es para la cultura, que no ha sido abandonada nunca a su suerte por nuestro periódico, el tabloide tan entrañable. Su primer director merece la medalla Belisario Domínguez y, con él, la comunidad de La Jornada; estoy seguro, nos sentimos también reconocidos.
Medalla reivindicada, que había sido objeto de cuotas partidistas y componendas, recupera su valor auténtico, que es el reconocimiento al valor civil, a la intención de verdad y de libertad que debemos de tener todos los ciudadanos, pero, en especial, quienes, como Payán, encabezaron un periodismo diferente en momentos nada fácil para la libertad de opinión. Por todo esto, el año que toca a su fin, es un gran año, la puerta de una nueva época para México la Cuarta Transformación, tan esperada y tan trabajada, al fin se pudo alcanzar.