a enmienda debía continuar. Me congratulo por haber ideado sola, ignorante como soy en el tema técnico, los pasos que el asunto debía seguir hasta lograr que la edición española de La buena compañía se publicara con los mínimos ajustes al índice que yo había hecho a la edición mexicana, así como, en todavía menor cantidad, los correspondientes al cuerpo del texto, hasta que ambos conjuntos quedaran debidamente incorporados.
Para alcanzarlo, no bastaba con enviar a la editorial en Barcelona el nuevo índice y las cuatro anexiones al cuerpo del libro, correcciones con las que yo contaba desde meses antes de que se publicara la edición española, perfectamente listadas y ubicadas; pues además, según deduje, había que enviar, aunque no imaginaba que esto debía llevarse a cabo en un formato electrónico especial, solamente legible y atendible por los enterados y a través de programas digitales específicos y profesionales, la versión definitiva de la edición mexicana, en la cual ya habían sido incorporadas las muy acertadas observaciones que, en su oportunidad, mi editora de México me había señalado, que yo ya había aprobado, y que, en todo caso, conforman la limpieza y la precisión con las que se publicó la primera edición de este libro mío, una especie de testamento literario, si no es pretensioso de mi parte definirlo así, y que, en todo caso, Ediciones Era aceptó y publicó en momentos existencialmente críticos y a la vez fundamentales para mí, publicación que fue insólitamente veloz y que, por otra parte, al aparecer contribuyó, con creces, a que yo acabara de superar el difícil período físico por el que atravesaba.
Quiero decir que, por más que pretendiera presumir de haber ideado sola lo que debía llevarse a cabo, sin la altamente profesional y, por lo que hace a la expresión escrita, altamente educada intervención de mi editora mexicana, yo no habría sabido de qué manera transmitir a Navona Ediciones y su equipo de edición cómo hacer técnicamente efectivas, electrónicamente hablando, las enmiendas necesarias a la primera edición del libro.
De este modo, una vez con la edición española en mano, ahora puedo decir que mi agradecimiento a la directora editorial de Ediciones Era aumenta, al tiempo que se acentúa mi reconocimiento absoluto a la efectividad de la realización de Navona Ediciones.
El resto de la historia editorial de La buena compañía es anecdótico, y por lo tanto podría decirse que prescindible, por trivial, visto con una mirada rígida, es decir, insensible a los pormenores, tan esenciales para mí, de la realidad. Pero, puesto que yo misma considero que este libro mío es mi testamento literario, me atrevo a registrar en este espacio lo que me parezca que lo merece. Creo que resultará interesante para el posible lector, si se trata de un escritor incipiente. Porque, si es cierto que estoy hablando estrictamente de mi historia personal, asimismo es cierto que, al hacerlo, mi intención es que el lector interesado aprenda de mi experiencia algo que informe la suya.
En este sentido, tal vez lo más destacable sea revelar que, a mis 71 años de edad, con casi una veintena de libros publicados, varios de ellos no sólo en México, sino también en España, nunca había presentado, de forma individual, un libro mío allá, a donde he viajado con frecuencia, por lo general por asuntos editoriales, durante más de tres décadas. A lo largo de estos viajes, en numerosas ocasiones atendí ante los medios el lanzamiento de algún libro mío editado allá, pero, hasta ahora, nunca había ofrecido un libro mío al lector con una presentación propiamente dicha. La presentación de La buena compañía que Navona Ediciones organizó en la librería Laie de Barcelona con la presencia del editor, Pere Sureda, y las palabras de Sònia Hernández, es la primera presentación propiamente dicha de un libro mío en España. Circunstancia que quizá se justifique al tener presente que el libro en cuestión es mi testamento literario.