escubrí el otro día que paso regularmente por donde quedaban las oficinas demoniacas donde un grupo de conjurados de alto perfil tramaba acciones publicitarias de impacto para minar la popularidad de un candidato presidencial antes y durante la campaña electoral de 2018. Por más que exprimo mi memoria, no consigo recordar que salieran llamas o chispas del inmueble. Ni humo. Nunca vi entrar personas con cola roja debajo del saco, ni movilizarse en la sombra a proveedores de insumos infernales. Del mismo modo, no alcanzo a ver lo ilegal (no más ilegal que tantas otras cosas que vemos y vimos) en la trama de la llamada Operación Berlín. Da para título de película de acción. Los comentaristas estamos encantados.
Hoy que todo se dirime en las redes, o sea el chismorreo, una pieza de información se convierte en carnaza para los hambrientos de expresar lo que sea. El espectáculo se repite en todas direcciones. Es tanta la carroña, tanta la mierda cotidiana, que acaba salpicando a todos. Víctimas y victimarios –posiciones a veces intercambiables – batallan, argumentan, reviran, aguantan vara. Hoy que la televisión ha cambiado tanto, acuden a distintos programas y abogan por su causa. El que acusa. El que niega todo. El que se va por la tangente.
Si la información es firme, sus efectos se prolongan días, semanas. Raro es el caso que no se deforma y desvía hasta lo irreconocible. Memes, albures, insultos, viralidades, y lo que era un asunto de importancia queda reducido a su caricatura. Se habla de linchamiento
para referirse a esas ejecuciones virtuales donde a un personaje que hizo o dijo o dicen que hizo o dijo le llueven emojis de asco, enojo, burla, frases hirientes y sentencias extrajudiciales. Dicho esto sin descalificar las plataformas de denuncia legítima en las redes. No se salva nadie, pero el poder lleva la mano. Más, si el poder es tan rabiosamente parcial como el de México hoy, cuando el partido de los 30 millones perdona a criminales del pasado, pero no los agravios de sus oponentes.
Pese al desdén intrínseco del gobierno hacia la esfera cultural, ocurren cosas trascendentales. Sí, presenciamos la debacle de los cacicazgos establecidos en los años 80 del siglo pasado, pero estos grupos (proverbialmente vinculados a Letras Libres y Nexos) no son, ni eran, La Cultura, La Literatura. Una zona, sí, con bastantes trincheras periodísticas y vínculos sólidos con los grandes capitalistas y el Estado. Su influencia ha sido mayúscula en la gestión del mercado cultural, pero hace tiempo que la realidad camina por canales muy distintos. Desde 1994 enseñaron el cobre contrainsurgente. De qué nos sorprendemos. A diferencia de millones de mexicanos, estaban muy a gusto con la democracia
que teníamos. Y quedaron fuera de la democracia
nueva, no más autoritaria en los hechos, pero con un discurso monolítico y triunfal que embiste sin pudor a los creadores de cultura.
El discurso presidencial se enfoca en el pueblo
, pero se aplica en seducir sin reposo a empresarios y banqueros, a la vez que descalifica a los científicos críticos y pone en tela de juicio a los artistas e intelectuales como una casta privilegiada y parásita, ignorando que en México la creación artística atraviesa un periodo excepcional, como ningún otro país del continente: cine, artes plásticas legales e ilegales, foto, literatura, música, teatro. Quizá estamos demasiado cerca para ver el conjunto, demasiado peleados unos con otros, entre la arrogancia y la ignorancia. Un ingrediente poderoso es la presencia de creadores de los pueblos originarios. Esto no sucede gracias
a la acción estatal, pero en las nuevas condiciones, ésta podría estorbar más que con los neoliberales.
Lo relevante de los conjurados de Berlín 245 es que su hilo conduce a ciertos usos y costumbres político-mercantiles, a un modo de financiar ediciones y agendas políticas ambiciosas (recuérdese al ex canciller foxista queriendo candidatearse desde la arena intelectual
). Sí, son rivales declarados del nuevo gobierno. Y un síntoma más del deterioro. Pero de ahí a castigar
a los artistas porque viven en la Condesa
o un puñado bebe champaña es reducir a meme una de las circunstancias culturales más ricas, complejas y efervescentes en décadas, donde no se aceptan catecismos ni cartillas morales. Se espera un gobierno tolerante y generoso, a la altura de las estimulantes circunstancias.