harles de Gaulle decía que es imposible gobernar un país que tiene 360 quesos diferentes, pensando en las antiquísimas tradiciones que formaron la cultura de las clases subalternas que choca violentamente con el pensamiento único y la brutal concentración de la riqueza y del poder en el capitalismo actual.
Gobernar Francia es, además, muy complicado debido a que el sistema electoral establece dos turnos en las elecciones presidenciales y en el segundo (el ballotage) el menos odiado recoge los votos de quienes votan por el mal menor, lo cual permite la elección de un candidato impopular al que el sistema presidencialista convierte en un verdadero Júpiter Tonante durante cinco años.
Eso le sucedió a Emmanuel Macron: en la primera ronda logró sólo 24.01 por ciento de los sufragios y fue superado por la abstención y el voto en blanco o nulo que llegó a casi 28 puntos. En el segundo turno obtuvo 66.1 al recoger los sufragios de quienes, tapándose la nariz, lo apoyaron para cerrarle el paso a los fascistas, pero la abstención abarcó siempre 23 por ciento, o sea, casi un cuarto del electorado.
Una vez en el palacio de los Campos Elíseos, olvidándose de su fragilidad, el ex banquero –en el Banco Rothschild– desplegó todo su autoritarismo y toda su arrogancia. Como no tiene ni el contrapeso de un partido real y funcionante (el suyo, la République en Marche, como el hijo de Frankenstein, está formado por restos de los otros partidos en crisis) ni el de la obsecuente Asamblea Nacional, en la que tiene mayoría absoluta, Macron hace y deshace ministros y políticas.
Este autoritarismo y sus políticas antiobreras y antipopulares y favorables al gran capital financiero internacional condujeron a una serie interminable de crisis y choques con el pueblo francés.
Hoy la popularidad de Macron está por el suelo, pues 80 por ciento de los franceses reprueba su gobierno. Hasta ahora cambió 10 ministros, entre ellos a Nicolas Hulot, quien le daba un taparrabos ecologista y al ministro del Interior y alcalde de Burdeos, quien le permitía un contacto con los otros alcaldes, y sustituyó a éste por un represor encarnizado, para colmo con viejos contactos con la mafia marsellesa. Su nueva ministra de Comunicaciones declaró que mentiría si fuese necesario para ayudar al presidente y perdió así su escasa credibilidad, con lo cual Macron tiene toda la prensa en contra.
Los sindicatos hicieron una huelga general contra la reforma laboral, los trabajadores ferroviarios mantuvieron una huelga de tres meses contra la privatización de la empresa y el aumento de la edad para jubilarse, los alcaldes rompieron con Emmanuel Macron, porque éste les cortó los ingresos y redujo los servicios públicos; los universitarios, profesores y alumnos secundarios hicieron huelgas y mantienen su agitación en contra de la reforma de la enseñanza y por los despidos en la escuelas y el personal hospitalario –médicos incluidos–, así como los jueces, los abogados y los guardacárceles también pararon.
Además, los proyectos reaccionarios de ley dividieron su mayoría parlamentaria y estalló un escándalo que salpicó al presidente y llevó a enjuiciar al jefe de gabinete y al de Seguridad del palacio presidencial por cubrir al amigo y guardaespaldas de Macron, Alexandre Benalla, que además de represor tiene negocios turbios con dictadores africanos a los que vendió armas, y con un mafioso ruso a quien vendió seguridad aprovechando ilegalmente pasaportes diplomáticos.
Por si le faltase algo, desde noviembre de 2018 cientos de millares de chalecos amarillos interrumpen las comunicaciones y cada sábado desfilan por las calles de todas las ciudades y pueblos de Francia exigiendo su renuncia, la reducción de los impuestos, aumentos de los ingresos reales de los más pobres, impuestos a los más ricos, más servicios públicos y la creación de un referéndum popular de iniciativa ciudadana (RIC) que permita destituir autoridades y crear o derogar leyes.
Eso lo obligó a suprimir o crear gravámenes, modificar algunas resoluciones, dar incrementos salariales, retroceder en algunos planes, con un costo de 10 mil millones de euros. Respondió a los chalecos amarillos con una brutalidad policial que fue condenada por la Unión Europea y la ONU y tuvo que organizar un diálogo nacional y recorrer toda Francia para discutir con sus opositores en asambleas más o menos seguras. Ese diálogo
filtrado y orientado por el gobierno terminó la semana pasada y 80 por ciento de los franceses no espera nada de él, pero el primer ministro anuncia medidas importantes que Júpiter anunciará para llegar mejor parado a las elecciones europeas de mayo.
Macron se juega el todo por el todo: si no saca un conejo del sombrero su partido sufrirá una gran derrota y comenzará a desbandarse y sus próximos años de presidente serán durísimos; sí, en cambio, hace concesiones sociales tendrá problemas con el gran capital. Una gran abstención en las europeas también le quitaría legitimidad y radicalizaría la situación política y a los chalecos amarillos que siguen ahí.