Opinión
Ver día anteriorMartes 16 de abril de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Arde Notre Dame
Notre Dame en llamas
L

o inimaginable esta tarde: la catedral de Notre Dame, una de las joyas y monumentos erigidos por los hombres en la Historia, arde en llamas. El fuego se propaga de lo alto del templo hacia los lados y hacia abajo. La hermosísima flecha que se levanta hacia el cielo arde enrojecida como un leño en una chimenea. Vi caer su punta en unos segundos, tan fugaces como eternos. El fuego ataca toda la parte que separa a la torre que da al Sena, donde cuelgan las gigantescas campanas que resuenan en Pascua y Navidad. Las llamas comienzan a roerla. La parte trasera de la cumbre de Notre-Dame arde, nada queda de ella.

La policía impide al gentío aproximarse más allá de las calles tangenciales a la rive gauche del río de la Sena. Nadie debe exponerse al transitar la avenida, pues lo alto de la flecha va a desplomarse de un momento a otro. Dicho y hecho. Un nubarrón amarillento cubre el cielo: la humareda del incendio se expande en el firmamento. Los agentes policiacos sugieren protegerse del humo que exhala el fuego que se esparce alrededor de Notre Dame. No por eso el gentío trata de avanzar, de ver, de saber. Las lágrimas escurren por las mejillas de muchas personas, otras gritan su horror, hay quienes buscan explicaciones: que si fue el descuido de los trabajadores que restauran la parte trasera del templo católico, que se trata de un atentado: ¿acaso no hubo una reciente tentativa de incendio en la iglesia de Saint-Sulpice? Mucho se comenta, con justa razón, cuando hay una agresión contra una sinagoga o una mezquita, un cementerio judío o musulmán, pero apenas si se informa de las numerosas violaciones a los cementerios y templos católicos.

Cuando veo caer la totalidad de la hermosísima flecha, decido regresar a casa. Su desplome fue sobre el altar principal. Llamo a La Jornada. En la televisión mexicana pasan las imágenes del incendio. Se trata de un atentado contra la civilización.

Vecina de Notre Dame, vivo a unos 150 metros, al otro lado del Sena, asisto en persona al horror. Las lágrimas me brotan a pesar mío, de mi condición de periodista, de mi menosprecio por la debilidad y el sentimentalismo.

Es la segunda vez que lloro frente a Notre Dame. La primera en 1975, al salir del túnel del Metro y ver la belleza convulsiva del ser vivo que fue para Víctor Hugo. A pasos, muy lentos, me fui acercando a la catedral. Iban apareciendo sus estatuas de apóstoles y santos. Cada detalle me detenía para verlo mejor, absorberlo para siempre en mí, tal como sentí júbilo cuando, ya capaz de mirar, vi la hermosísima catedral mexicana que Carmen Parra me enseñó a ver a través de los siglos.

Hoy, por segunda vez en mi vida, volví a llorar cuando, al dar vuelta en la esquina de mi calle, vi el fuego devorar Notre Dame. Aquella primera vez fue de una exaltante emoción. Hoy, fue de una tristeza tan profunda como desenfrenada es mi cólera.

En estos momentos, 21 horas con 58 minutos, la catástrofe continúa. Dícese que durará toda la noche este atentado contra la civilización y la Historia.

Salvar Notre Dame no está ganado, comentan la prensa y bomberos decididos a jugarse la vida por lo sagrado.