Toc Toc
oc toc es el cotidiano e inofensivo sonido que, prácticamente, todos los días escuchamos cuando alguien toca una puerta. Sin embargo, puede ser también algo sumamente ofensivo para quienes lo padecen y su entorno, aunque, afortunadamente no es mayoritariamente común. Este toc, son las siglas de Trastorno Obsesivo Compulsivo, que toma muchas formas y, en caso extremo, puede llevar hasta la muerte o a un hospital siquiátrico por largo tiempo.
Este toc toc, que en cualquiera de sus manifestaciones es un padecimiento nada grato, sirve, increíblemente, al dramaturgo francés Laurent Baffie para hacer una comedia realmente hilarante y, para quien quiera pensar un poquito más a profundidad en ella, ilustrativa.
A la espera, en su clínica, de una eminencia siquiátrica, seis pacientes que no se conocen empiezan, de manera natural, a hablar de sus problemas y qué los llevó a la consulta. Sus manifestaciones físicas aun antes que las palabras denuncian el problema de algunos. El retardo –por retraso del vuelo en que venía– del doctor, prolonga la convivencia y hace aflorar más la problemática personal de cada uno de los presentes.
Así, el primero en llegar, Alfredo, muestra claramente el síndrome de Tourette; Camilo es un aritmomaniático clavado y los otros pacientes igual tienen lo suyo. Blanca, María, Lulú y Otto son auténticos casos clínicos urgidos de ayuda profesional y, motivados por eso, aunque no plenamente conscientes, burlando empiezan una terapia de grupo que paulatinamente va modificando, así sea mínimamente, su conducta.
Este juego que desemboca en un final inesperado, llena las un poco más de dos horas que dura la representación sin que la atención decaiga, manteniendo el ritmo y la comicidad. Con esto estoy hablando de la muy buena factura original de la obra que, de algo que pudiera ser melodramático y hasta trágico en un momento dado, hace una pieza realmente divertida. De inmediato hay que agregar la estupenda versión en castellano de Julián Quintanilla, que es perfectamente mexicana.
Las acciones, obviamente, se desarrollan en el pequeño espacio de una sala de espera médica, lo que quiere decir que los actores están prácticamente expuestos todo el tiempo, con excepción de Blanca, por sus continuas idas al baño. El trabajo actoral, pues, y la interacción entre los personajes es permanente. Esto no es fácil, ya que cada actor-personaje debe estar pendiente de las acciones y reacciones de los otros cinco; es decir, en alerta constante para que el ritmo no decaiga en ningún momento ni se produzcan baches. Afortunadamente, bajo la atinada dirección de Lía Jelín, el elenco se desenvuelve con solvencia y totalmente creíble son la nosofobia de Blanca (Lolita Cortés) y la ecolalia de Dari Romo (Lulú), joven actriz a quien no conocía, pero es evidente que las tablas le sientan bien y tiene un futuro promisorio. Realmente estupendo está Ricardo Fastlich (Alfredo), y no a la zaga Faisy (Camilo). Con menor acierto, Pedro Prieto (Otto) y, extrañamente, porque es la más experimentada, Silvia Mariscal (María), quien se conformó con el estereotipo y con sus atrevimientos
finales, desvirtúa totalmente su personaje, aunque en esto tiene también seria responsabilidad la dirección.
No obstante esos pequeños errores, ratifico, es una comedia estupenda que puede verse de viernes a domingo en el Teatro Libanés.