Sábado 25 de mayo de 2019, p. 31
Berlín. Bendito insomnio. Una noche la tataranieta del naturalista británico Charles Darwin se llevó una sorpresa mayúscula en Berlín al oír por la ventana el gorjeo de un ruiseñor.
Es muy inusual en el Reino Unido. Vivir en medio de una capital en Europa y oír el canto de un ruiseñor desde la ventana de tu habitación es una experiencia extraordinaria
, explica Sarah Darwin, botanista del museo de Historia Natural de la capital alemana.
Acunada por el canto, esta científica, igual de curiosa que su ilustre antepasado, decidió lanzar con el museo un proyecto para intentar explicar los motivos de la presencia en Berlín de tantos ruiseñores, un ave migratoria que pasa los inviernos al sur del desierto del Sáhara.
Pidieron colaboración para que los ciudadanos grabaran con sus teléfonos los cantos y los pasaran a una aplicación.
Lo fascinante de Berlín es que la tendencia es positiva, al contrario de Inglaterra, donde la población de ruiseñores cayó 90 por ciento en 60 años,
, dijo Silke Voigt-Heucke, coordinadora del proyecto.
En la capital alemana, los científicos estiman que en los pasados 15 años la crifra de estos pája-ros aumentó 6 por ciento anual para situarse en una horquilla de mil 200 a mil 700 parejas.
La urbanización obligó a los animales a irse de la mayor parte de las grandes ciudades europeas, pero en Berlín hay cientos y cientos de hectáreas de zonas verdes y bosques, y lo que atrae a los ruiseñores es el lado salvaje de estas zonas.
Mantenemos nuestros parques y jardines de Berlín en un estado un poco más desordenado (que otras grandes ciudades europeas) y los ruiseñores lo necesitan
, explica Sarah Darwin. Construyen el nido en el suelo, necesitan una vegetación frondosa para protegerlo de zorros, gatos, pájaros y perros (...)Si limpias los jardines y no queda más que hierba y árboles corta-dos, los ruiseñores no tienen dónde reproducirse
.
El parque Tiergarten, en pleno centro, es el ejemplo perfecto: a escasos pasos del edificio del Reichstag, sede del parlamento, y de la Puerta de Brandeburgo, sus 210 hectáreas albergan entre siete y 10 nidos de ruiseñores.
Una mañana primaveral, Voigt-Heucke, a la cabeza de un grupo de ornitólogos aficionados, silbó cuatro veces la misma nota para suscitar una respuesta de los ruiseñores. No se hace esperar. Contestan con una mezcla de trinos y silbidos. A pocos metros pasaba un zorro.
“Durante el día el canto está destinado a potenciales rivales para decirles ‘váyanse’”, por la noche sirve para atraer a las hembras y que aniden con ellos. Algunos se pasan horas cantando, cuenta.
El proyecto de Sarah Darwin y Silke Voigt-Heucke parte de que el repertorio musical del pájaro es mucho mayor de lo que se creía.
Hasta ahora se calculaba que había 2 mil 300 estrofas
de ruiseñores, pero según ellas podrían ser 8 mil.