etomo el tema de Brexit, la salida británica de la Unión Europea, fastidioso, pero esencial para los implicados directos e importante, en mayor o menor grado, para el resto de la comunidad internacional. Ha transcurrido algo más de un mes desde la ocasión más reciente en que lo abordé en este espacio a mediados de abril. En ese lapso se han sucedido las elecciones de concejos locales en Inglaterra, el 3 de mayo, y, el pasado fin de semana, la elección para integrar un nuevo Parlamento Europeo, en la que que participó el electorado británico, ante la incapacidad de culminar en tiempo el proceso de salida. También se produjeron, a mediados de mes, el rompimiento de las conversaciones entre parlamentarios conservadores y laboristas para definir condiciones de salida de la Unión Europea (UE) aceptables para ambos y, poco después, el aviso de la primera ministra Theresa May de que renunciará como líder del Partido Conservador el 7 de junio. De este modo, el acto postrero de la tragicomedia del Brexit debería tener lugar, o al menos quedar definido, para el último día de octubre: Halloween Brexit, a menos que ocurra otra cosa, lo que dista de ser imposible.
El resultado de la elección de concejales en Inglaterra, el 3 de mayo, reflejó sobre todo las actitudes del electorado ante el proceso de salida británica de la UE. Como subrayaron las crónicas de prensa, la enorme caída del voto conservador, que costó al Partido 45 concejos, quedando sólo con 93, mostró a las claras la insatisfacción con la incapacidad del gobierno para ofrecer términos de retiro aceptables para los tories mismos. Tampoco fue positivo el saldo alcanzado por los laboristas, con pérdida neta del control de 3 concejos. Disgustó a sus electores tanto la búsqueda tardía de consenso con los conservadores como la indecisión de su líder frente a la propuesta de celebrar un segundo referendo. Esta suma de agravios favoreció a los demócrata-liberales, que aumentaron en 11 el número de concejos bajo su control, y, algo menos, a los verdes que aumentaron en 185 el número de sillas que les corresponde en los diferentes concejos, sin tomar el control de ninguno. El Partido Independiente del Reino Unido (UKIP) continuó su declive, con pérdida neta de 36 asientos. La más acentuada división se reflejó en el alza –de 35 a 71– del número de concejos en que ningún partido consiguió el control. La volatilidad del electorado se pondría de relieve, tres semanas después, en los comicios para el Parlamento Europeo.
De acuerdo con el resumen de The Guardian, en menor medida de lo que se esperaba –o se temía– el recién formado Brexit Party, liderado por el más o menos indefendible Nigel Farage, se alzó con cerca de la mitad (29) de las 70 curules en disputa. Aquí se concentró el voto duro a favor de la salida a cualquier precio, que llegó a 32 por ciento, cinco puntos mayor que el de UKIP en la elección europea previa en 2014. Con una quinta parte de los votos, los liberal-demócratas obtuvieron 16 curules, a las que hay que sumar 10 (siete de los Verdes y tres de los nacionalistas escoceses), para alcanzar las 26 logradas por votantes favorables a permanecer en la UE o, cuando menos, realizar una nueva consulta al electorado. Los partidos Laborista (10 curules) y conservadores (cuatro) se desplomaron. Para estos últimos, anotó la BBC, se trató del peor resultado en su historia en una elección a escala nacional
. Los laboristas se vieron sustituidos por los liberal-demócratas entre los electores que prefieren que el Reino permanezca en la UE.
En suma, se confirmó que el electorado británico está profundamente dividido por la cuestión del abandono de la Unión. Mucho más difícil de dilucidar es el hecho que, a pesar de lo enconado de la disputa, la abstención haya sido muy alta, casi dos tercios del electorado, aunque marginalmente inferior a la de 2014. Los distritos en que la abstención se redujo significativamente (como Bristol y Edimburgo) fueron aquellos que habían votado por amplia mayoría en favor de continuar en la UE en el referendo inicial de esta desafortunada secuencia.
Nadie (salvo ella misma) parece haber lamentado realmente la renuncia de Theresa May. De un modo u otro, se las arregló para quedar mal prácticamente con todos. La carrera por sucederla se desató de inmediato y pareció una competencia –con media docena de participantes cuando menos– para ofrecer la fórmula más inequívoca para garantizar que el Reino abandonará la Unión, con acuerdo o sin él, antes del 31 de octubre. Es ilustrativo de la situación prevaleciente, que el aspirante que parece tener la mejor posibilidad de ser electo es el ex ministro del Exterior, Boris Johnson, un brexiter contra viento y marea, de conducta más bien peculiar.
Antes de saltar desde el acantilado, serían convenientes, sin duda, una pronta elección general y/o un compromiso político para realizar un segundo referendo. Se ha dicho que la opción para éste sería permanecer en la Unión o salir sin acuerdo.