a ciudad de México posee una de las carteleras fílmicas más ricas y propositivas en el hemisferio latinoamericano, el problema es que se encuentra completamente desproporcionada. Como se ha repetido con insistencia, la cartelera comercial está dominada por las novedades hollywoodenses que naturalmente atraen públicos masivos al duopolio de exhibición dominante. El fenómeno no es exclusivo de México, pues se reproduce con mínimas variaciones de un país a otro de habla hispana. Existe, por supuesto, como opción de entretenimiento y cultura, una cartelera diferente y alternativa, que promueve generosamente el llamado cine de autor o cine de arte, cuyas propuestas se concentran en la Cineteca Nacional y en otros espacios de difusión cultural, como el circuito universitario y los cine-clubes. Existe también, como opción más accesible aún, acudir al mercado de video (formal o informal) que multiplica las ofertas de todo tipo de cine, incluido el que proyecta la cartelera alternativa y, de modo más interesante, el que jamás tiene el privilegio de encontrar distribuidor o exhibición en pantalla grande.
Por último, las plataformas digitales permiten explorar opciones muy interesantes de buen cine para disfrutar en casa (sin el fastidio de interrupciones visuales o sonoras ajenas a las que el propio espectador decida imponerse a sí mismo). En este último terreno figuran las propuestas de Netflix y otras compañías que además de ofrecer series novedosas, esporádicamente sorprenden con una película sobresaliente que posiblemente nunca será posible ver en pantalla grande. Tal es el caso de la producción belga Girl, primer largometraje de Lukas Dhont, que causó sensación el año pasado en Cannes, donde obtuvo cuatro premios: la Cámara de Oro, el premio de interpretación para Victor Polster, el premio Fipresci y la Palma Queer. La triste paradoja es que tratándose de un estreno exclusivo de Netflix, y en un desierto cultural plagado de superhéroes y comedias románticas rutinarias, un título de buen cine bien podría pasar totalmente desapercibido. Conviene, pues, registrar, de modo oportuno, el paso de estas estrellas fugaces.
Una transición difícil. La película Girl describe el duro proceso de reasignación de género por el que debe atravesar la joven belga de 15 años Lara (Victor Polster) para revertir su desarrollo físico como el varón que ha sido desde su nacimiento, y asumir plenamente la identidad femenina que considera es la que le corresponde. Para dicha transformación biológica, la adolescente transgénero toma primero, desde una edad temprana, los inhibidores de la pubertad que reducen los niveles de testosterona en su cuerpo; viene luego la ingesta de hormonas para desarrollar un cuerpo femenino, y finalmente la intervención quirúrgica decisiva. La cinta hace referencia a cada una de esas etapas, sin abundar en detalles técnicos ni adoptar una perspectiva próxima al cine documental. El énfasis narrativo se coloca en la pasión que tiene Lara por el ballet clásico, en la relación afectiva con un padre comprensivo y solidario y en el apoyo desprejuiciado de sus médicos y su sicólogo.
A pesar de estas circunstancias tan favorables (difícil de imaginar en tantas otras partes del mundo), la transición de Lara se vuelve literalmente un calvario interno. Los dedos de los pies, obligados a soportar una musculatura viril en desarrollo, presentan llagas sólo comparables a las laceraciones que la propia adolescente inflige al resto de su cuerpo al aprisionar y tensar con vendas sus genitales, todo ello como una estrategia desesperada para disimular su primera identidad y no ser el blanco de un escarnio público. Ese duro aprendizaje juvenil del imperativo de la simulación contrasta, paradójicamente, con el clima de tolerancia que impera en su casa, en el hospital y en la academia de baile. Lo que hace sufrir a Lara, además de un bullying de compañeras de danza relacionado más con la competitividad que con el prejuicio, es en realidad algo inexpresable, y el talento del director consiste en explorar, con discreción y sin un asomo de moralismo, la complejidad de ese trance sicológico. Contrariamente al filme chileno Una mujer fantástica (Sebastián Lelio, 2017), donde el protagónico lo asume Daniela Vega, actriz realmente trans, en Girl la interpretación corre a cargo de un actor de aspecto andrógino que demuestra con creces su solvencia profesional, compensando así la posible reserva de no corresponder su identidad sexual con la de su personaje, un asunto en definitiva menor cuando el resultado de la caracterización es artísticamente estupendo. Una película original e insoslayable.
Estreno en la plataforma Netflix.
Twitter: @Carlos.Bonfil1