l asunto que más parece atraer la atención de los parisienses en la actualidad no es la conmemoración del desembarco en Normandía de la tropa estadunidense hace 75 años. Tampoco la desigualdad de salarios entre hombres y mujeres, o el campeonato de futbol femenino. Ni la popularidad de tal o cual político. Ni los hospitales en huelga para humanos o las clínicas médicas para salvar y atender gatos, perros, changos, pericos y otros animales que han servido de conejillos de indias
en laboratorios y son condenados a la eutanasia en la vejez. Incluso los chalecos amarillos decaen en la atención de los habitantes de París. Aunque inquietan, no son los problemas ecológicos como el calentamiento del planeta o la contaminación el tema actual de reflexiones y polémicas.
No, el sujeto de discusión es, ni más ni menos, el patín del diablo.
Sí: los patines del diablo que han invadido calles y banquetas de la capital francesa. Patines del diablo surgidos probablemente, como su nombre indica, del mismito infierno. La trotinette (pequeña trotadora), como se llama en francés a este transporte, se ha vuelto una calamidad.
Sin embargo, todo partió de una de esas buenas intenciones de las que está sembrado el camino del infernal inframundo. En su cruzada contra la contaminación y por la pureza del aire, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, decidida a expulsar de una u otra manera los automóviles de las calles capitalinas, ha impulsado, sin duda auxiliada por innumerables consejeros y expertos, otros medios de transporte.
Así, se comenzó con las bicicletas puestas en las calles a la libre disposición del público, a cambio de una módica renta. Al problema de la dificultad física de las personas de edad para pedalear, como de los niños para quienes son muy grandes las bicicletas en cuestión o simplemente de quienes nunca aprendieron a andar en bici, se añadió la desaparición masiva de estos vehículos gracias al olvido de los usuarios en devolverlas a alguno de los estacionamientos callejeros indicados por la alcaldía. En fin, las bicicletas adquirían un dueño individual gracias a la detestable manía del robo.
La renta de los automóviles eléctricos no tardó en mostrarse poco exitosa.
En fin, Hidalgo, Anne, no nuestro héroe de Independencia, imaginó el uso del patín del diablo ahora eléctrico gracias al progreso de la técnica. El éxito rebasó todas las esperanzas de la alcaldía. Basta poseer uno de esos modernos aparatos de comunicación como el celular o teléfono inteligente cualquiera para ponerla en marcha. Y el individuo trepado en la trotinette eléctrica se desplaza a toda velocidad en calles y banquetas. El patín del diablo dejó de ser un transporte infantil. Sexagenarios y septuagenarios se decidieron a experimentar el sentimiento de poder y gozo que proporciona la sensación de velocidad.
Los dentistas apreciaron al principio el aumento de la clientela. Después, la saturación de sus salas de espera los obligó a sonar la alarma. Los cirujanos vieron llegar a las urgencias personas con fracturas de huesos y no sólo de los usuarios de los patines del diablo eléctricos, sino también de los peatones atropellados incluso en las banquetas. La alcaldía se inclinó por la severidad: se impusieron multas a quienes se desplazaran sobre las condenadas trotinettes por las banquetas como a quienes las abandonasen en ellas al terminar de usarlas. Nada más que los agentes encargados de imponer las multas no eran capaces de identificar al desalmado que la abandonó por la simple y sencilla razón de que no dejó su tarjeta de visita ni otra forma de identificación.
Y el auge de los patines del diablo eléctricos sigue en aumento. Puede incluso observarse a dos o tres personas trepadas en una de las trotinettes tan discutidas, mientras, sin duda, los expertos y científicos de la alcaldía deben estarse quebrando el seso para solucionar la cuestión metafísica de la electricidad aunada al patín del mero diablo.