Sábado 29 de junio de 2019, p. a12
El nuevo disco de Norah Jones incluye una obra maestra.
El corte séptimo de la grabación es uno de esos hallazgos musicales que ocurren cuando se conjuntan valores inconsegui-bles de igual manera como se agrupan en la tabla periódica de los elementos rubidio, talio, telurio, cesio, selenio, argón.
Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.
Una rareza musical en cuanto rara avis, cometa, evento que ocurre en largos tramos de ausencia de algo que nos sorprenda, nos abra todos los sentidos y nos mantenga alelados, la boca abierta, el corazón latiendo.
Estamos frente a un prodigio.
Luego de largas sesiones de escucha, por fin podemos ir encontrando los hilos de Ariadna, las migajas de Hansel y Gretel, las casillas del avión de la rayuela.
Esto es lo que sucede en el corte séptimo del disco que hoy nos entusiasma:
Lo primero que escuchamos es una línea blanca en el horizonte blanco. Una sola nota, como una gota de rocío, emitida desde un teclado de órgano. Planicie sobre planicie.
Un movimiento perpetuo, tenue, una caricia que nos despierta al amanecer. Una planicie en pianissimo, semejante, muy semejante al inicio de la Primera Sinfonía de Mahler: ‘‘langsam, schleppend”. Despacio, a rastras, como anotó Mahler en alemán en el manuscrito de su partitura.
El resplandor níveo se desliza, a whiter shade of pale.
Se untan a esa línea de sombra pálida trinos desde las teclas agudas del piano, canto matutino de aves y enseguida el tam tam tam del bombo de la batería perfumado con gemido sedoso entre neblina. Solamente instantes después sabremos que son las notas graves deun sax, hechos eco con una trompeta temblorosa como un paisaje marino puesto al óleo por Monet.
Lo que suena es una rara mezcla de almizcle, sándalo, azafrán.
Un clarísimo halo proveniente de India. El saxofón que suena a Ganges.
Ahí es cuando sucede el prodigio.
Pareciera una sección completa de alientos-metal de una orquesta sinfónica, aunque se trata solamente de dos instrumentos: sax y trompeta enarbolados de manera tal que logran un efecto expansivo.
Por momentos juramos que se trata de un movimiento lento de alguna de las bellas serenatas para alientos de Volfi Mozart. Coro epifanía.
Los toms de la batería acompasan a manera de redoblantes, salpicados por la brisa de loshit hat o contratiempos, tsssst tssst tssst, la marcha triunfalde la misma manera como elhumo blanco, amplios, redondos faldones, de una locomo-tora que asciende la verdemontaña.
El tacatac tacatác de lasbaquetas abre paso a unade las voces más hermosas, hondas, contundentes detoda la escena musical del mundo: Norah Jones.
Voz de greda.
Sedosa, sedente, seductora.
La obra maestra de este disco se titula A little bit, séptimo y último track de un disco que dura apenas 28 minutos, pero los 5:03 en que se detiene el tiempo, que es la duración del track que nos ocupa, valen por todo el disco, de por sí un gran disco, el más reciente de Norah Jones.
El disco se titula Begin again, mismo nombre del track segundo.
La crítica especializada todavía no sale de su asombro, marasmo, dificultad para digerir un disco de tan monumentales dimensiones musicales a pesar de su corta duración.
El máximo valor reside en su naturaleza: la libertad.
Está hecho a partir de bocetos, maquetas, ideas en embrión y desarrolla-do en conjunción de ciencia, arte,artesanado.
‘‘Quise hacer algo sencillo, diferente”, explica Norah Jones.
Thomas Bartlett, Emily Fiskio, Jeff Tweedy, Sarah Oda, Brian Blade, Christopher Thomas.
Anote, señor juez. Ellos son culpables. Se les acusa del delito del deleite. Son los responsables de la trama entera de este crimen perfecto: un disco de belleza sorprendente. Un atraco a la razón a plena luz del día. Su complicidad con ella, la peor de todas, Norah Jones, es flagrante. Juntos merecen la pena máxima: el aplauso unánime por brindarnos felicidad.
El corte inicial, My heart is full, es un agasajo de beats, contracantos, sonidos electrónicos, invenciones en jolgorio coronadas por la voz sedosa de Norah Jones.
Su voz de flor de loto.
Otro secreto denuncia la contundente maestría de este disco: su alma está preñada de gospel. Su corazón se tiende en calma con la liviandad y hondura simultáneas del spiritual.
Todo eso de manera cuasi callada, quieta, sin aspavientos.
Su voz de viento.
Esta trouppe valiente de músicos se puso a hacer música por el puro placer de hacerla, sin voltear a la taquilla, caso omiso al sonido de la caja registradora, sin presiones de los productores. El placer se transparenta todo el tiempo en que escuchamos Begin again una y mil veces, again and again.
Porque su voz está bañada en agüita tibia.
La música de Norah Jones siempre sorprende, entusiasma, anima.
Ella al piano, alternado con órgano, suele sonreír, meditar, cerrar los ojos mientras canta.
Suelen colocar sus discos en la sección de jazz pero en realidad lo suyo es lo diferente, siempre diferente, como ahora, cuyos logros la colocan a la par de los grandes innovadores de la música que ya no necesita llamarse jazz y amerita nombrarse obra de arte.
Estoy pensando en los creadores excéntricos por anticonvencionales que nutren el arsenal con el que Manfred Eicher estructura el mundo desde su disquera ECM:
La hondura de pensamiento de Thomas Stanko, el filo acerino de las melodías de Jan Garbarek, el poder orquestador de Carla Bley, la densidad armónica de Eberhard Weber, la liviana profundidad de Bobo Stenson, el encanto sonoro de Egberto Gismonti…
Todo eso está en la médula del track séptimo del disco que hoy recomendamos con fervor.
Hay momentos donde el piano de Norah Jones nos lleva directo a Debussy mientras el coro de alientos metal, una legión lejana en una aurora de intensidades en tonos níveos, nos pone a levitar.
Las siete viñetas que conforman Begin again, el nuevo disco de Norah Jones, nos ubican al inicio del camino, de acuerdo con la enseñanza budista de Matthieu Ricard, nos conducen al gozo, al jolgorio, al desparpajo.
A la felicidad.