Opinión
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El Quijote siempre nuevo
C

uenta la fábula cervantina del encuentro de don Quijote con el maese Pedro y su retablo. Asisten entonces el lector y protagonista a una escenificación dramática. Los títeres movidos por hilos y la voz del maese Pedro que va explicando de manera prolija y torpe lo que acontece ante los ojos del espectador: pretende recrear la leyenda de Melisandra, cautiva de los moros, y su marido Gaiferos, que finalmente acude y pretende sacarla de su cautiverio en aparentemente arriesgada aventura.

La acción dramática se ve interrumpida una y otra vez en un complejo movimiento de vaivén, en una lanzadera de acciones y discursos en los que interviene, de manera cada vez más violenta, don Quijote, quien reclama, en forma airada, la falta de veracidad en la narración y en los efectos sonoros.

Presa del enojo ante el engaño, arremete contra el retablo. Parece indignarle que pretendan nublar su razón con un grosero espejismo representado por títeres movidos por hilos misteriosos, manipulados por individuos de dudosa reputación que ‘‘ocultándose tras bambalinas” sólo se sabe de ellos por los matices ominosos que le imprimen las marionetas.

El ‘‘retablo” parece ilustrar el afán cervantino de delatar el recurso de explotar la irracionalidad con fines ocultos, empujando a los sujetos como marionetas a los márgenes de la consciencia, donde aparecen la hostilidad, el miedo y el odio reprimidos.

Cabe aquí recordar las palabras de Mallarmé cuando dice:

‘‘No hay que nombrar a las cosas, no hay que señalarlas simplemente y decir esto es un vaso, esto es un papel, aquello es luz, esto es un rostro. Hay que sugerirlas, hay que hacerlas sospechar. Cuando uno hace que las cosas estén presentes por ausencia, es cuando las cosas están.”

Las palabras para no decir parecen ser simples, no se refieren a ningún significado y tienen que aceptarse y valorarse sólo en esos términos. Como vivimos hoy día resignificadas las aventuras del Quijote. Fábula que descifrándose nos conduce al sueño, inescrutable, aposento del no sentido, lugar donde se estructuran los hilos de éste. Análisis inconsciente que permite una verbalización de lo que sucede en el interior.

Este análisis evoca un modo de filosofar, un estilo de pensamiento político, una forma de crítica literaria y política y un análisis al invertir la oposición clásica de causa y efecto.

Así la secuencia temporal de los fenómenos no es entendible como un antes y un después, sino como una estratificación de planos en que la memoria abre paso a la escritura interna y a la posibilidad de ser en el mundo.

O sea, ¿quiénes son los titiriteros y quién el Quijote? Dependerá de los tiempos y los espacios: en ocasiones las horas, los minutos o los segundos.