a globalización se identifica con la hegemonía de las grandes empresas trasnacionales y con el poder arbitrario de un solo país, los intereses de otros pocos y los de su líder en campaña electoral. Pero como todo cambia, según la canción, entra ahora en crisis por la convergencia de varias causas; una es que naturalmente se buscan en el mundo equilibrios en el sistema que produjo esa globalización, no se acepta ya que unos pocos estados, en especial uno y sus intereses, pretendan no sólo ser el árbitro de la economía, sino el dueño de todo. Es lógico que se encuentren resistencias y que aparezcan contradicciones.
China y Rusia, con gran peso económico y militar, pero también otros países y en cierta medida la Unión Europea, se agitan e inquietan ante la burda conducta y amenazas que el presidente de EU emplea como política hacia el mundo y hacia dentro de su país. La aldea global con este motivo, se encuentra más alterada que en otros momentos de la historia reciente. Ante esta realidad siempre cambiante, alguien ha dicho que lo moderno está condenado a pasar, un vistazo al papel de América Latina y en especial de México no está de más.
Viene al caso recordar un libro de finales del XIX, pero publicado en México en 2005 por Editorial Jus, El revelador del globo, de Léon Bloy, autor con un estilo arrebatado y encendido, en él se refiere a Cristóbal Colón como quien mostró a los europeos que por entonces abandonaban la Edad Media y se incorporaban a los cambios del Renacimiento, que su mundo no era el que existía alrededor del Mediterráneo, que era mucho más extenso y alcanzaba lugares y distancias no imaginadas. Colón rompió el límite que los romanos aceptaban con el non plus ultra, no más allá, de las Columnas de Hércules. Para Bloy, Colón es el revelador del globo, el que enseña a los europeos pero también al mundo, que navegamos en una gran esfera en que todos convivimos.
Entonces se inició el primer proceso de globalización y también se dieron como ahora, atropellos y hubo injusticias. Los conquistadores que llegaron después de Colón a nuestro continente perseguían riquezas que azuzaban ambiciones desmedidas y crueldades. Entonces, para lavar la conciencia o justificar sus acciones reprobables ante una convicción cristiana, surgieron juicios sesgados y equívocos sobre los habitantes del continente que se les apareció en medio del océano.
Aducían los encomenderos y los conquistadores que los habitantes originarios no tenían un alma que salvar y que podían ser considerados no personas sino mercancías; pero al lado de esta línea oscura y vergonzosa de la historia, de estas justificaciones arbitrarias, corrió otra luminosa e iluminadora que fue la evangelización de las naciones que rápidamente se acogieron a las enseñanzas y a la cultura que les traían los otros viajeros que también llegaron a la América portando cruces, libros y cálices en vez de espadas y arcabuces e iban a pie y no en poderosos caballos.
Al menos tenemos que recordar ahora, especialmente en México, a un personaje olvidado; me refiero a fray Julián de Garcés, primer obispo de nuestra patria, con sede en Tlaxcala (porque Tenochtitlán no acababa de reconstruirse), sede de donde envió una carta al Papa gobernante entonces de la Iglesia, para convencerlo de que, en contra de la opinión de los mercaderes y encomenderos, los pueblos americanos eran tan seres humanos como los europeos, con una alta cultura desarrollada y ejemplar y merecían, el valor entonces el más alto posible, de ser considerados como redimidos por Jesús; esa oportuna carta provocó la encíclica papal, que reconoció verdad tan evidente, pero tan opacada entonces por la ceguera de la codicia.
La historia se repite en este nuevo capítulo de la globalización, los pueblos de América, de momento especialmente los de Centroamérica, tienen que dar la misma lucha que dieron sus antecesores, los latinoamericanos no son cosas ni mercancías ni factores de la producción ni descartes
del neoliberalismo. La gran discusión vuelve a ser si los poderosos, hoy Estados Unidos y su intransigente gobernante pueden tratarlos como si no fueran personas con plenitud de derechos.
Las naciones latinoamericanas, más que nunca, tienen que formar un frente común de defensa ante las injusticias que la globalización provoca; frente a la marginación, la discriminación y la explotación inconsciente de la naturaleza, la respuesta debe ser firme, fuerte y bien fundada. Oponemos, según nuestra tradición, a los intereses puramente económicos, principios y valores; frente al dogma de que la competencia es el proceso social más importante e indispensable, contestamos como lo hace México respecto de Centroamérica, que hay valores superiores, la cooperación y la fraternidad, generadores de un desarrollo de nivel superior, futuro de la humanidad.