Soluciones con varas distintas
ara el gravísimo problema de la inseguridad en esta ciudad no hay soluciones fáciles, ni siquiera en teoría. Todas las puertas de escape las tapió la transgresión de la verdad, el engaño, el uso faccioso de quienes tienen el poder, y por ello se adueñan de la realidad para pervertirla.
El intento de lograr una ciudad más segura ahora duele. Mirar soldados a las puertas del Metro nos escandaliza. ¿Es tal el tamaño del problema que se debe usar a la milicia? ¿No hubiera sido mejor dejar vivir al cuerpo de granaderos?
Ya ha pasado casi un año y pese al maquillaje de cifras, de la realidad, hoy, sea el motivo que sea, la inseguridad se siente más que antes, con todo y la Guardia Nacional en algunas calles. Parece que nada contiene la ola de violencia que se vive en la capital de México.
La Guardia Nacional no es solución, pero sí angustia. No es solución porque 9 mil uniformados por turno para toda esta urbe son algo menos que nada, pero si se agregan a la angustiosa visión de violencia que se vive en la ciudad, su presencia extrema sólo se explica si la situación ya no puede ser solucionada o cuando menos controlada por el aparato de seguridad del gobierno local.
Entonces parece que sí, que el grado de inseguridad es tal y el fracaso de las tareas encargadas a la policía y a la procuraduría es tan evidente que se requiere de los militares para cuando menos espantar a algunos malandrines que acechan las calles de la ciudad.
Pero esta visión suma intranquilidad. La ciudad de las libertades hoy obliga a sus habitantes, sobre todo a los más empobrecidos, los que viajan en el Metro, a mostrar las pertenencias que acarrean en una mochila, a encarar a hombres armados con fusiles de asalto para responder a preguntas absurdas, mientras en los restaurantes de superlujo las mafias arreglan con muerte sus conflictos sin que en las plazas donde ocurren los crímenes merodeen los guardias de la nación.
Sí, es verdad, las plazas son ámbitos privados, pero, ¿por qué será que allí no se acepta a la guardia, aunque los hombres y mujeres armados –por ejemplo los guaruras– proliferen en sus establecimientos y sus pasillos? Por lo visto allí, igual que en Tepito, las diferencias y las venganzas entre las mafias se arreglan a balazos.
También es cierto que no todo es culpa de la ineficiencia del aparato de seguridad de la ciudad. La máscara del engaño, como dijimos antes, impidió que se atacara a la realidad con la eficiencia que se debía y metió a la policía en general en un terrible ámbito de corrupción que hoy pesa más que nunca.
Todo eso es cierto, pero los tiempos de prueba –ese lapso en el que se logra saber si algo o alguien funciona o no– ya han transcurrido y tal vez sea mejor hallar una solución hacia el interior del aparato de seguridad que poner más angustia a los habitantes de la ciudad.
Gobernar también es saber conjuntar un equipo de servidores públicos eficientes, listos a responder, desde cualquier situación y siempre en favor de las mayorías, los problemas de la gran metrópoli, así como entender cuando el equipo, todo o en alguna de sus partes, ha fallado a la gente y requiere un cambio. Eso es parte de hacer gobierno. ¿O no?
De pasadita
Y ya que andamos en eso del maquillaje, de la mentira en las cifras de la inseguridad, habría que decir que mientras en la Procuraduría General de Justicia de la ciudad se habla de que las cosas se ponen más duras en contra del ex procurador Edmundo Garrido, allá en Texcoco él sigue con su vida sin mayor tropiezo en el criadero de gallos de pelea que lo hacen feliz. Ni hablar.