os gobiernos de Estados Unidos y China están metidos en una batalla económica que tiene muchas aristas y escala de modo continuo. El argumento más directo usado por la administración de Donald Trump es que China se ha aprovechado, durante mucho tiempo, para extraer ventajas comerciales, tecnológicas y cambiarias de las estrechas relaciones de intercambio comercial y financiero que ambos países mantienen.
El intercambio de productos en 2018, según los datos oficiales del Representante de Comercio, tuvo un valor de 659 mil millones de dólares (mmdd); de ellos, 120 mil fueron de exportaciones y 539 mil de importaciones, con un déficit de 419 mmdd, 16 por ciento más que en 2017.
La inversión directa de Estados Unidos en China tuvo un acervo de 107 mmdd, principalmente en manufacturas, comercio al por mayor, finanzas y seguros; de la otra parte el valor fue 39, en manufacturas también, bienes raíces e instituciones financieras.
Un aspecto relevante tiene que ver con las corrientes financieras asociadas con la deuda del gobierno de Estados Unidos. El total a finales de 2018 fue de 22 billones de dólares (trillones, según se mide allá); una cuarta parte es deuda intragubernamental y el resto es pública. De esta última, 40 por ciento (6.2 billones) está en poder de gobiernos e inversionistas extranjeros. China con 1.12 billones y Japón con 1.03 billones son los principales acreedores, con más de tres veces que el que les sigue.
La estructura de las relaciones económicas hace que mantener alto el valor del dólar constituya una ventaja adicional en términos de la competitividad de los productos chinos y es una controversia persistente con respecto al comportamiento del renminbi.
Las sanciones comerciales impuestas por Trump a China han sido en la forma de tarifas, las que ahora abarcan 250 mmdd de sus exportaciones y que se elevarán de 25 a 30 por ciento; se añadirán 300 mmdd de otros productos que pasarán de 10 al 15 por ciento a partir del primero de septiembre.
Tales medidas están encaminadas, según declaraciones expresas, a causar trastornos y forzar a aquel gobierno a negociar concesiones de un mayor acceso a su mercado y mayor protección de los derechos de propiedad intelectual. De igual manera, a incidir en la política cambiaria.
Ante la respuesta china de elevar también las tarifas a productos estadunidenses, Trump declaró que esa medida tiene motivaciones políticas, como si las que él aplica no las tuvieran.
La economía de China está en desaceleración. El crecimiento del producto se redujo a 6.2 por ciento, el nivel más bajo desde 1992. El endeudamiento ha crecido notablemente desde el plan de estímulo aplicado en años recientes.
La deuda del gobierno, las empresas y las familias es del orden de 40 mmdd, equivalentes a 300 por ciento del PIB. Esta deuda representa alrededor de 15 por ciento del total global.
El impacto negativo de la deuda ha sido resentido por las empresas y se registran altos niveles de quiebras y se ha reducido el gasto en consumo. Todo esto provoca ajustes en la economía, cuyos efectos internos y externos están aún por expresarse de manera más clara.
En el análisis de las condiciones del conflicto entre los dos países habría que considerar el significado de la relación en cómo se configuraron de los mercados globales desde la década de 1980. China, sin duda, cumplió un papel protagónico en el desempeño de la economía estadunidense y en el desarrollo de los sectores manufacturero, tecnológico y comercial, así como en el entorno financiero, tanto público como privado, en Estados Unidos.
Hay diversos elementos en la política que sigue el gobierno de Trump con respecto a China. Desde sus concepciones acerca del poderío económico, o bien sobre el efecto social provocado por la relación con China. Una visión del nacionalismo muy propia del presidente y hasta de su manera de hacer negocios privados. Por supuesto, hay un elemento electoral relevante.
En todo caso, la batalla en curso no se limita a una cuestión de índole comercial. La presión se extiende al campo geopolítico y militar, y una idea del replanteamiento hegemónico de Estados Unidos define hoy las relaciones con Europa.
El efecto de la disputa con China tiene un significado sobre el comercio y las inversiones de México con Estados Unidos derivado de los vínculos productivos generados desde 1994. Hoy, el país tiene un superávit en la cuenta corriente con ese país generado por las transacciones de comercio, y eso en plena batalla proteccionista de Trump. Hay un espacio único para que gobierno, empresarios y trabajadores aprovechen la oportunidad.