l domingo pasado, en un intento por paliar la devaluación que él mismo provocó, el presidente saliente de Argentina, Mauricio Macri, emitió un decreto de necesidad y urgencia
para establecer un control de cambios que limita la compra de dólares a 10 mil al mes por persona, previa autorización del Banco Central, obliga a los exportadores a vender sus divisas y establece impuestos sobre los bonos. A la inflación anual acumulada de más de 50 por ciento, a la brusca caída de la divisa nacional en el tipo de cambio –una devaluación superior a 30 por ciento– y a la salida descontrolada de dólares de la nación, se sumaron ayer lunes el temor generalizado ante la posibilidad de que el país pase de la postergación a la suspensión de pagos de la deuda pública y las colas de ahorradores que pretendían retirar sus dólares de las sucursales bancarias.
Más allá de las implicaciones de este desastre para el futuro de la economía argentina, su significación política es indudable: el descalabro mayúsculo causado por el empecinamiento de Macri en restaurar el modelo neoliberal y su desatino de uncir el país a los designios del Fondo Monetario Internacional, de los que había sido liberado durante los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández, puede ser el último clavo en el ataúd de la ambición releccionista que alberga el aún mandatario de cara a la elección presidencial del próximo 27 de octubre.
Tras un primer descalabro en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), en las que Macri se vio ampliamente superado (32 frente a 47 por ciento) por su competidor peronista, Alberto Fernández, quien lleva como compañera de fórmula a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, las perspectivas del mandatario derechista de permanecer en el cargo parecen ahora sumamente reducidas.
Sin embargo, la desgracia de Macri no es una buena noticia para nadie, ni siquiera para sus adversarios políticos, pues si éstos llegan al poder heredarán unas finanzas en ruinas y tendrán que llevar a cabo un complicado trabajo para reconstruirlas y restaurar la confianza de los propios argentinos y de los acreedores extranjeros.
En términos generales, el caso argentino exhibe hasta qué punto el dogma neoliberal, que campeó en América Latina hasta la década antepasada, y que en nuestro país se prolongó hasta 2018, ha llegado al agotamiento. Así lo muestra la paradoja de un gobierno tan apegado al neoliberalismo como el de Macri que, en el colmo de la incongruencia con sus propias ideas, se ve obligado a recurrir al control de cambios en un intento desesperado por contener la crisis que sus propias medidas desencadenaron.
La lamentable circunstancia del país austral conlleva, finalmente, a un corolario inequívoco: en el mundo contemporáneo la doctrina derivada del Consenso de Washington está agotada y todo intento por aplicarla de manera anacrónica y a contrapelo de la realidad ha de tener consecuencias trágicas por necesidad.