ra previsible: el presidente Andrés Manuel López Obrador, en su primer Informe de gobierno, tuvo numerosas referencias y condenas a la acción depredadora del neoliberalismo. La era del mayor saqueo del planeta y de la más detestable desigualdad social.
El 16 de marzo pasado el Presidente dijo persuadido: “Para nosotros ya se terminó con esa pesadilla…, declaramos formalmente, desde Palacio Nacional, el fin de la política neoliberal”. Añadió entonces que, a diferencia de las patrañas
de los tecnócratas
del pasado, el mercado no sustituye al Estado
. No sin cierta solemnidad manifestó: quedan abolidos
en el país el modelo neoliberal y su política económica de pillaje, antipopular y entreguista
. Numerosas veces ha repetido esa su firme convicción.
El neoliberalismo fue institucionalizado en el mundo y, por tanto, no se instaura ni se erradica por decreto. Aún menos por una declaración de voluntad; ha sido una de las más profundas implantaciones institucionales de la historia del capitalismo. El Consenso de Washington pudo dictarse porque operó sobre la base de la globalización del sistema financiero y de los segmentos productivos tecnológicamente avanzados. El FMI, el Banco Mundial, la Reserva Federal de EU, las macabras agencias calificadoras, nada menos, han sido y son sus adalides más férreos.
Mediante un bárbaro pillaje, en México los neoliberales abdicaron de los bienes públicos de todos los mexicanos y los cedieron a manos privadas; fue reformada la Constitución Política para disolver la institución del ejido; se dictaron medidas legales para asegurar la obtención obligatoria de un superávit primario en el que se materializa la austeridad
neoliberal; fue prácticamente abolida la política monetaria, y se la limitó desde entonces sólo a hacerse apenas de las riendas de los precios; la política industrial fue suprimida de tajo; Nacional Financiera fue anulada como institución de fomento; la baja carga fiscal enriqueció aún más a los poderosos…
El gobierno de Morena no puede, sin más, quitarse de encima las rapaces instituciones neoliberales; menos aún porque no busca suprimir algunas de ellas: son parte de la propia convicción del Presidente, por ejemplo, el superávit primario (no vamos a gastar más de lo que ingresa a la hacienda pública
) o, no aumentaremos los impuestos ni la deduda pública
. No hay duda: la política social del gobierno de Morena (educación, salud, bienestar de los pobres) se halla lejos del neoliberalismo y, en algunos programas, se advierte la convicción de que el Estado puede intervenir de la mano del mercado pero procurando darle sentido, por ejemplo, la política petrolera. El sur-sureste nunca fue del interés del mercado, hoy el mayor cometido de AMLO está ahí, pero se hará acompañar del capital privado asignándole destino.
Es poco el margen de acción que ha encontrado el Presidente en el marco neoliberal. Pero perder ese margen si Morena fracasa en las elecciones de 2024, sería una catástrofe. Y aquí viene a cuento lo que ocurre con Morena: el Presidente no puede desresponsabilizarse de su futuro. Se trata de asunto crucial: puede o no puede preservarse ese margen.
En repetidas ocasiones AMLO ha dicho que no es la hora de los partidos, sino del gobierno
. Más allá de ese parecer, los partidos, a partir de su debilidad, no cejan en su afán cotidiano, como es lo políticamente predecible. Una avalancha de sufragios los dejó extraviados y siguen sin pesar como oposición. Pero la conformación del gobierno dejó igualmente a Morena en algo parecido a la inopia política. Y el Presidente dice no querer meterse en su futuro. Muchos, muchísimos ciudadanos podemos reclamárselo un día. Es él, AMLO, quien tiene la grave responsabilidad de preservar el margen de acción del gobierno, a pesar de la agenda neoliberal; ese margen no es posible abrirlo de una vez y para siempre: es preciso defenderlo sin pausa. Sí puede haber vuelta atrás.
Los escarceos de las luchas políticas internas por el poder dentro de Morena son lamentables. Morena debería estar consagrado a la formación intensa de cuadros, a la organización territorial de pueblos y ciudadanos, al debate sobre los futuros de México, a la búsqueda de alianzas posibles internas e internacionales en el examen de la crisis que viene y la construcción sólida de una mirada de largo plazo. No sería políticamente responsable dejar que Morena ruede sin el aporte de su principalísimo dirigente. Él tiene que ser, a un tiempo, el Presidente de todos los mexicanos, y el ciudadano que dirija el futuro de un partido que pueda ser visto por el pueblo mexicano como si continuara siendo encabezado por AMLO. De otro modo, el pueblo beneficiario de la operación del margen ganado quedaría desorientado y desarmado. El Presidente tiene que compartir la alta legitimidad que posee y, en algún momento, traspasarla al partido con el cual pudo derrotar a los enemigos de México y los mexicanos: el PRI, el PAN y sus socios menores.