Viernes 6 de septiembre de 2019, p. 3
Un alacrán clavó su aguijón ponzoñoso en Francisco Toledo una noche en su habitación, varios años atrás, en donde hoy se encuentra el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO). Al recordar que una prima en Ixtepec se quedó muda tras un ataque similar, Toledo habló y habló en alto para no perder la voz. Engendrado en ese episodio febril, su voz se transformó en una reja adornada con el insecto de cola larga, colocada en la ventana de la casa en la calle Macedonio Alcalá.
Es un ejemplo del imaginario que el artista oaxaqueño imprimió no sólo en sus grabados y pinturas, sino por cada paso, deseoso de experimentar con los materiales. Por ejemplo, gorros de fieltro en forma de animales que diseñó para niños del jardín de niños de San Agustín Etla o gatos impresos en tapetes de fieltro para su amigo Carlos Monsiváis. Su fuerza creativa se expandió.
El alacrán de hierro que resguarda sigiloso sobre las rejas, se suma a la tinta, al papel y los lienzos de su creación. Es un ejemplo de los objetos surgidos de la mente del artista y promotor cultural.
El incidente con el veneno del arácnido fue narrado por el propio Toledo al preparar con Daniel Brena, director del Centro de las Artes de San Agustín (CaSa), la exposición Diseño: Toledo/CaSa, que se exhibió primero en Oaxaca y actualmente en el Museo Nacional de Culturas Populares, en Coyoacán.
Ha reunido el principio creador con diseños utilitarios y decorativos, como vitrales, mosaicos, juguetes, lámparas, sillas, tapices y materiales para difundir lenguas indígenas.
El intercambio de saberes con artesanos fue central en la materialización de las ideas, donde el CaSa fue un punto central para producir las piezas, al igual que distintos talleres en la región, donde se realizaron múltiples diseños.
Toledo hizo sus primeros estudios en los años 50 del siglo pasado en la Escuela de Diseño y Artesanías de la Ciudadela. Este espacio con ánimo multidisciplinario no sólo enseñaba pintura y grabado, sino también las técnicas de textil, cerámica, mosaicos y vidrio. Ahí el joven Toledo observó la integración de la arquitectura con el arte.
Así, no se detuvo en las técnicas tradicionales y fue más allá, como los gorros de fieltro en forma de animales que antes poblaron las pinturas y grabados de Toledo. Esos los regaló a los niños del kínder que se abrió al lado del CaSa, donde también diseñó los uniformes de los infantes. Cuando homenajeó a Monsiváis, creó un taller para trabajar en un tapete de fieltro para colocarlo en la biblioteca con su nombre. Y siguió haciendo más lienzos de hilos, algunos en la defensa del maíz.
El dolor que padeció en la espalda lo transformó en joyería, pues con las placas de rayos X que le tomaron comenzó a formar collares, aretes y peinetas con cangrejos, monos, chapulines y múltiples formas engarzadas, que se cortaron con una sofisticada máquina de láser en Etla. También lo hizo con cuero de cabra, pintada con óleo y aplicaciones de hojas de oro.
Artesanos y colaboradores aprendieron e inventaron nuevas técnicas de la mano de Toledo, con tal de seguir con estos diseños, primero nacían como dibujos de la mano del artista y se transformaban más allá de los dos planos dimensionales. A veces el mismo cortaba con tijeras, como en el taller de papel, donde emanaron la infinidad de papalotes, o las camisas, con las que incursionó en la alta costura y añadió su propio logo de un lagartijo
, para su marca Al Costo.
Así, por todo Oaxaca quedan detalles, las personas pasan a diario y no los ven. Por ejemplo, en lo alto del chalet del CaSa, plasmados en metal, unos niñitos desnudos hacen fluir el agua de la lluvia o los vistosos mosaicos con los que retomó una técnica en desuso, que fueron colocados en la colonia Reforma.
Toledo dio vida a numerosos objetos, pues no se conformó con los lienzos y el papel.