atorón
ara atorones estamos. El Banco de México no sólo hace públicos informes como lo marca su ley, sino que su gobernador los detalla en explicaciones que claramente molestan al Presidente. Éste le manda recados de amor desde su mañanera pero también parece decirle que no se pase de la raya. Se agradece su claridad, pero AMLO aplaude la transparencia cuando le complace o si ésta se refiere a hechos ajenos a su gobierno.
Pero sufrimos otro atorón. Al principio del gobierno ya sobraban evidencias de la seria descomposición de la paz pública que ya siendo presidente electo le fue ratificada con lo que formalmente le expuso Sedena. El análisis de las tendencias de la criminalidad había sido más alarmante cada día por décadas, pero no se admitió con sus rasgos genuinos. Simplemente, la espiral ascendente de la violencia fue mal descifrada.
Como respuesta el gobierno entrante sorprendió con propuestas en extremo innovadoras, un lenguaje desusado en la materia que pocos entendieron pero que por diferentes resultaron electoralmente atractivas. Se habló de pacificación, amnistías, perdón y olvido, humanismo, no violencia contra la violencia, leyes transicionales, una supersecretaría, la Guardia Nacional, la Universidad de la Policía, coordinaciones regionales.
Fueron recetas atractivas que desde los primeros meses toparon con una violencia de fuerza creciente y dinamismo imprevistos. Pero ahora con Coatzacoalcos, Michoacán, Morelos y más, parece que es imposible negar que nos llegó el atorón.
Estos casos revelan que las cosas no van bien. Valdría la pena el saber por qué suceden esas matazones. Habría varios responsables de haber tenido la capacidad anticipatoria que no existió. De nada sirvió la supuesta confiabilidad de múltiples agencias de inteligencia en presumida coordinación que operan en la zona. Imposible dudar que ellas sabían que esas bandas operan en las zonas Cosoleacaque-Minatitlán-Coatzacoalcos, Tierra Caliente o el pequeño Morelos. Por eso las matanzas fueron goles.
Aquellas 265 coordinaciones regionales integradas por las fuerzas de seguridad bajo un mando único está probado que no funcionan o qué pasó y qué sigue. Las que resignadamente se reúnen cada amanecer examinan simples partes de policía y hacen ajustes cotidianos, nada anticipan. Actúan reactivamente por un déficit de análisis de inteligencia, carecen de horizonte de previsión.
Algo pasa con el aparato de inteligencia que ni siquiera se ha actualizado su normatividad. Ya debiéramos saber el porqué de sus grandes confusiones entre sectores de gobierno y dispersión de esfuerzos que no son herencia del pasado, sino del desinterés de hoy. Hoy se guían por la buena fe, mañana habrá enfrentamientos. Han pasado nueve meses y nada se sabe del teórico sistema de inteligencia.
Parece no haber nadie estudiando a profundidad el colosal problema en que estamos, ni intuimos su efecto sobre el futuro perfil nacional. Hay factores negativos sobre la aspiración del país deseado que parecen imparables. Gravísima preocupación que seguramente el Presidente por hoy se guarda en la mollera. Externarla le estorba.
Se percibe descoordinación, la falta de un plan armonizador que integre y aplique las muchas normas que rigen a ese compromiso y una cabeza técnica que las reuniones cotidianas con el Presidente no pueden sustituir. La valoración de la extrema gravedad no está ausente en AMLO, pero él en su singular sagacidad le da sus tiempos. Apuesta fuerte, ojalá gane.
Estamos en un atorón histórico, de una gravedad ya añeja y de singularidad desconcertante. Esto recomendaría que, en la crítica antes de la opinión ligera, se dé lugar al juicio sereno e informado. Debe aceptarse que el problema que enfrentamos implica que se reconozca que, en el agravamiento de la situación, además de tendencias heredadas, hoy inciden al menos dos factores:
1. El menosprecio por la función sistémica de Inteligencia Criminal que se cree sustituible por las coordinaciones.
2. La intensificación y diversificación de la violencia criminal que ha extenuado a las fuerzas disponibles al exigírseles más de lo que pueden dar. Una voz de alerta diría: no alcanza para todo. Si la elasticidad numérica de las tropas ha llegado al máximo, qué respuesta habría mañana.
El Presidente venciendo su repulsa por aceptar errores, finalmente reconoce no son buenos los resultados en materia de seguridad
. El secretario Durazo acude a la claridad: corrupción e ineficiencia policial.
Lamentablemente hay fantasmas que moderan el optimismo oficial: en Inteligencia Criminal se ha retrocedido al hacer insustancial lo que de alguna manera funcionaba y en el diseño operativo se actúa siempre a reacción, cada día la novedad es “se enviaron más tropas a…”
Se reconoce la entereza presidencial, pero eso nos trae una interpretación adicional preocupante: la situación ni está bien ni pronto estará mejor. ¿Estamos atorados?