ómo habría que entender la noción de guerra en la cruzada actual que la Casa Blanca llama una guerra comercial
contra China? No se ha disparado un solo tiro, ni hay anuncios de preparativos o movimientos militares. Y, sin embargo, en todo el despliegue del conflicto se puede observar el principio básico que distingue a los motivos de la guerra: imponer condiciones al adversario que sólo se pueden materializar a través de los medios de la guerra misma.
Destined for War, el libro que en 2017 dio celebridad a Graham Allison, propone un extenso recuento de los móviles que, en la historia de Occidente, habrían llevado a las grandes potencias a enfrascarse con sus iguales en una acción tan arriesgada. El texto comienza con el examen de las guerras del Peloponeso y se extiende hasta el catastrófico calendario de las conflagraciones modernas. La conclusión es siempre la misma. Cuando las potencias dominantes de una época presienten que una potencia emergente puede desplazarlas, harán todo lo que esté a su alcance para impedirlo; incluso si se trata de la solución más drástica. En el siglo XVIII, España trató de impedir infructuosamente la emergencia de Inglaterra. Después de la revolución francesa, Londres hizo lo mismo con Francia. Y en 1914, Rusia, Inglaterra y Francia decidieron que había llegado el momento de coartar el ascenso de Alemania. Ya en 2017, Allison llegaba a la conclusión de que un conflicto de envergadura mayor podría ocurrir entre China y Estados Unidos.
Todos los pronósticos auguran que en una década China podría convertirse en un auténtico rival de Estados Unidos, sobre todo en las esferas de la tecnología y las finanzas. Los dos rubros que garantizarían su probable expansión global. Y todo indica que Washington arribó a la conclusión de que llegó la hora de intentar impedirlo o, al menos, de contenerlo.
A primera vista parecería que el conflicto de los aranceles persigue tan sólo restablecer el equilibrio entre el hecho de que China produce 26 por ciento de los productos manufacturados que se consumen en Estados Unidos, mientras que éste cubre con una gigantesca deuda su déficit. Pero el problema reside en que la mayor parte de esos aranceles tendrán que ser absorbidos por las empresas estadunidenses que dependen de la productividad china. Es un intento de Washington de disciplinar a sus propias corporaciones. No se ve sencillo.
Tratar de sustituir una implosión de la productividad con medidas impositivas nunca ha sido un camino ideal. Y aquí los mayores afectados podrían ser los consumidores estadunidenses. Estados Unidos está siendo presa de su propia creación: la globalización. Durante tres décadas, abandonaron los principios elementales que garantizan altas productividades: el cuidado de la fuerza de trabajo, los ingresos y el bienestar de sus trabajadores, la calificación masiva de sus operarios, etcétera. Y de alguna manera se durmieron en los laureles de su supuesto triunfo en la guerra fría, cuando al parecer sólo se trató de un interregno.
Si se sigue la trama de las condiciones que se le exigen a Pekín, la única conclusión es que, en efecto, se trata de un conflicto general. Los negociadores de la Casa Blanca demandan reparaciones por el robo de tecnología y poner alto a las subvenciones que otorga el Estado chino a sus productores. La primera es tan inconcebible como suelen ser las demandas de una guerra. Son las mismas empresas estadunidenses las que han llevado su tecnología a China y han creado la demanda de la creación de un stablishment tecnológico muy avanzado ahí. Un stablishment ya capaz de competir con el mundo tecnológico de Estados Unidos. La segunda exigencia implicaría desmantelar la estructura social que ha dado tanta eficacia a las élites gobernantes chinas.
Sin embargo, las negociaciones continúan. ¿Cuál será su límite? ¿Hasta dónde soportará la economía china? Con las guerras nunca se sabe. Se puede vislumbrar cuándo comienzan, pero no cómo ni de qué manera concluyen. Lo que se está negociando es, probablemente, algo mucho mayor que aranceles: ¿admitirá Estados Unidos que en un futuro próximo China cogobierne la economía mundial?
Paradójicamente, a México se le abren opciones que hasta hace unos meses eran inimaginables. Una cuantiosa parte de las inversiones en China podrían buscar asilo aquí. El dilema es si el gobierno de Morena cuenta con las condiciones y la gente para atraerlas. Lo que hemos vivido en los pasados nueve meses es, simplemente, una estrategia de shock: reducción del gasto público, recortes de la burocracia estatal, congelamiento de la inversión, etcétera. La diferencia –con otras épocas– reside en que el sacrificio no sólo ha recaído sobre los que menos tienen. Este ha sido el dividendo de la política social. Una novedad en la historia reciente del país. Y probablemente, sin esta estrategia, al ritmo del endeudamiento anterior, la nación habría estallado como en 1982 y 1995.
No parece sencillo. Una recesión mundial se asoma en el horizonte. Y la administración de Morena no cuenta, en la actualidad, con el know how y la sensibilidad para moverse en las aguas globales.