ntre los numerosos mitos que circulan en nuestro ámbito musical, hay dos que se prestan idealmente como soporte de este texto. El primero de ellos dice que no se puede poner ópera barroca en México.
La reciente representación del Dido y Eneas de Henry Purcell en el marco del Festival IM•PULSO de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es una prueba tangible y audible de que sí se puede. Virtudes generales principales: un equipo de trabajo bastante joven en todos los rubros, y un buen aprovechamiento de los recursos disponibles, además de la raigambre universitaria de la mayoría de los involucrados.
Acertada la dirección musical de Jorge Cózatl ante miembros de la Academia de Música Antigua de la UNAM, en quienes se notó la dedicación por lograr el mejor sonido posible en circunstancias acústicas no del todo ideales. El ensamble logró varios momentos de gran delicadeza en la partitura de Purcell gracias, entre otras cosas, a la atención al detalle. Quizá con este grupo sea posible abordar barroquismos más ambiciosos con la preparación adecuada. La atractiva dirección de escena corrió a cargo de Yuriria Fanjul, quien enfrentó con elegancia el reto de una ópera que prácticamente carece de acción.
Esta puesta en escena, ¿fue de época, o fue actualizada al momento presente, o fue todo lo contrario? Sí… y no. Con ello quiero decir que los elementos visuales y plásticos (algunos de ellos virtuales, y bien logrados) integraron una componente teatral a la vez variada y atemporal, precisamente por la combinación (¿ecléctica, posmoderna?) de tiempos y referencias. A la eficaz puesta en escena contribuyó notablemente la coreografía de Claudia Lavista, pulcra, diáfana y fluida como todo su trabajo, abstracta por momentos, más teatral en otros episodios, y con algunos hallazgos de gran impacto dinámico y visual, como las máscaras retrovisoras del cuerpo de baile.
El único episodio menos logrado ocurrió por un exceso de tarea escénica para Dido (muy bien cantada, por cierto, por la mezzosoprano Paola Gutiérrez) y sus cómplices del momento; es una pena que esto haya ocurrido en su trance culminante, cuando canta el tristísimo lamento en el que pide que la posteridad recuerde su vida y su persona, pero que olvide su cruel destino de amanteabandonada.
Por lo demás, el trazo escénico fluyó con soltura y buen ritmo. El resto del reparto vocal, correcto, en particular con algunas buenas pinceladas de estilo de la soprano Cynthia Sánchez como Belinda, pero aún sin la experiencia acumulada y la flexibilidad de Paola Gutiérrez.
Para el final de su Dido y Eneas, Yuriria Fanjul se atrevió a correr un riesgo monumental, dando un peligroso salto al vacío sin red protectora. El texto original dice que Dido muere desolada por la partida de su amado Eneas.
En su puesta en escena, la directora no sólo deja vivir a la reina de Cartago, sino que con la ayuda de las últimas páginas de la música de Purcell, la transforma en un ícono inconfundible, de notable cercanía con la reina Isabel I. Que los operópatas puristas se desgarren las vestiduras, allá ellos; con este final de claros tintes políticos y enfoque de género, Yuriria Fanjul salió airosa de su temeraria apuesta, básicamente porque el asunto funcionó en el escenario.
No se me ha olvidado el segundo mito: el de que en México se puede poner cualquier ópera barroca. Todavía no, ni de lejos. Para abordar títulos más grandes y exigentes (Vivaldi, Händel, ante todo) nos hacen falta muchos más cantantes especializados, y nos hacen falta un buen número de intérpretes del cornett y la trompeta natural y el sacabuche, entre otros instrumentos indispensables para esas tareas. Pero sin duda, este Dido y Eneas universitario, bien logrado y más que decoroso, es un buen referente de las cosas más importantes que se pueden lograr en un futuro, ojalá cercano. Falta, asimismo, que el público que suspira y pone los ojitos en blanco ante cualquier Carmen, Norma, Bohemia o Traviata del montón, se atreva a mirar y escuchar ópera barroca; es un mundo fascinante. Los llenos absolutos para las funciones de Dido y Eneas permiten albergar esperanza.